Los sentidos de nuestras prácticas en el mundo no se definen de una vez y para siempre y no calan de igual manera en las diferentes clases sociales. El yoga y el budismo en nuestra región conviven con la armonía y el conflicto, dos versiones de lo humano y de la política en tensión.
Luego de haber investigado diversas disciplinas físicas como Artes Marciales y Danza Contemporánea, conocí el yoga en Colombia, hace quince años. Y hace siete, tuve mis primeros acercamientos al budismo, en el cual buscaba técnicas para fortalecer mi atención y trabajar más sutilmente con mi respiración. Ambas prácticas me llevaron más allá de lo que esperaba de ellas; quiero decir, más allá de mis prejuicios sobre el sentido de ellas y de la manera en que podía integrarlas en mi vida. Este artículo trata precisamente de estos prejuicios (no necesariamente negativos) que nos permiten acceder a cierta dimensión de aquello que se nos presenta como “lo otro”: lo oriental, lo misterioso, lo esotérico, la paz, la unidad… Pero también intenta plantear lo problemático de algunas maneras en que asumimos y nos apropiamos de “esto otro”, en las que es posible omitir el carácter conflictivo de nuestras sociedades.
Junto con un grupo de colegas hace un año y medio que ofrecemos un taller de yoga y meditación en la Villa 31, CABA, en el marco de las actividades que la Parroquia Cristo Obrero ofrece a la comunidad. En nuestra primera reunión, a la que asistieron ocho mujeres, les preguntamos qué conocían del yoga, tres de ellas nos dijeron: “El yoga es lo que mi patrona hace”. Sabemos que este tipo de prácticas han entrado en los sectores sociales más pudientes de nuestra sociedad; pero en ese momento se hizo patente el malestar de encontrarnos en un lugar tan ajeno a la realidad que se nos presentaba en ese momento.
En una oportunidad cenaba con colegas en un restaurante vegetariano de Buenos Aires; al lado de la caja registradora, tenían una estatua de Buda que flotaba sobre agua y sostenía una fuente. Yo me quedé mirándola y les dije: “Para una religión que se jacta de exponer como fundamento que lo primero y principal es reconocer las causas del sufrimiento, resulta extraño un Buda, chorreando agua en una fuentecita, como dando la sensación de que todo anda bien y todo está en paz. En contraste, sería imposible poner la figura de un Cristo ensangrentado chorreando sangre por sus costillas al lado de la caja registradora en un restaurante cheto de Buenos Aires”; una de mis colegas me respondió: “Lo que pasa es que los budistas somos vegetarianos”.
Estos dos eventos (de la vida real) me hacen reflexionar sobre la manera en que prácticas como el yoga y el budismo han sido traducidas e incorporadas en ciertos grupos de nuestras sociedades latinoamericanas. Tanto el yoga como el budismo nos permiten mirarnos a nosotros mismos y, tal como en un espejo, encontramos el reflejo de nuestros anhelos, potenciales y miserias. Ahora bien, ¿qué imagen nos devuelve nuestra precepción de lo que es el budismo y el yoga? Estableceré ciertos rasgos generales con el previo aviso de que no podemos hablar de una sola recepción del budismo y menos aún de un “budismo original” así como tampoco de un yoga auténtico.
En un cartel donde aparecían chicas delgadas, en bikini, bañándose en un jacuzzi, se invitaba a los habitantes de Buenos Aires a pasar una temporada de primavera en Mendoza. El título de la campaña es “MendoZen”.[1] Lo que parece querer transmitir el anuncio es un estado de relajación, de placer de los sentidos, donde te invita a “ser vos mismo”, a percibir un “instante zen que te reconecta”. El video publicitario termina con un cool: “¡Tan Mendozen!”. El zen, para esta agencia publicitaria, parece ser una manera de disfrutar la existencia de quienes pueden costearse ir a los viñedos y a meterse en jacuzzis. Una manera de vivir el instante presente, bastante caro y exclusivo, por cierto. Para los que hemos practicado Zen, esta percepción llama al menos la atención, si es que no termina en rechazo. Para quienes participamos de Seshines (retiros zen donde se medita diez horas diarias), el zen puede ser cualquier cosa menos lo que invita el anuncio. Por otro lado, lo que llamamos en el Budismo “la Primera Noble Verdad”, que fue el primer discurso de Buda después del acontecimiento que marca su despertar o iluminación, es una invitación a adentrarnos en el sufrimiento, a investigar sus causas. La imagen del zen que muestra el anuncio es casi lo opuesto del zen y del budismo mismo.
El budismo, el zen y el yoga parecen brindar un cierto “reencantamiento” del mundo. Juan Manuel Cincunegui, director del instituto Mente, Vida y Sociedad, me recordaba que, a partir del siglo XVIII, hay una especie de desencantamiento y de desvinculación de los individuos con su cosmos. Las visiones premodernas dan paso al ideal científico-racional (al menos en ciertos sectores de Europa). Junto a este proceso de desencantamiento se da el malestar propio de quien mira un mundo concebido mecánicamente y dice: “¿Es esto todo lo que hay?”. En el siglo XX, hay una especie de explosión de prácticas y de sistemas de creencias que eran antes desconocidos o rechazados en Occidente, diversas maneras de lo que podemos considerar un reencantamiento del mundo. Este acontecimiento indica nuestra situación actual en la cual tenemos diversas “nociones de plenitud” a disposición. Es por ello que sentimos que el “mercado espiritual” se ha ampliado. La matriz de creencia y no creencia, para un sector de la sociedad, nos invita a asumir nuestras nociones de plenitud, ya no condicionados por la tradición familiar o nacional, sino por lo que “resuena con el propio interior”. Aquí pareciera que se juega lo que Taylor denomina una “ética de la autenticidad”, y donde esta interpretación del yoga/ budismo, como técnicas de bienestar, resuena en las fibras de algunos de nosotros.
Es pues en la esfera de las “técnicas para sentirnos bien” donde se juega cierta comprensión de las prácticas que hemos venido comentando. Una amiga me decía que lo que más le molestaba del yoga era esta prevención ante el conflicto. Sus amigas yoguinis, decía ella, siempre que necesitaban putear cerraban los ojos y respiraban. Sus palabras me causaron una gran carcajada porque veo que este cliché se repite en todos los que alguna vez hemos hecho yoga o meditación. Si el “sentirse bien” es el ideal de relación con uno mismo, la ausencia de conflicto y la estabilidad de la unidad y la armonía vendrían a ser el correspondiente a nivel interpersonal. Pero aquí aparece algo problemático: si el conflicto se resuelve simplemente diciendo que todo depende de la perspectiva de donde se mire o que todos somos uno, tenemos entonces una ausencia de espacio público en el cual podamos debatir. Esta actitud neutraliza cualquier tipo de discusión en torno a los temas en que se nos juega la vida, y quedan sumidos en un espacio aséptico, libre de asperezas. Allí se presenta un miedo al disenso, a la diferencia, lo cual nos vuelve a replegar en nuestra actividad netamente privada. Si vamos un poco más allá, esta neutralización del conflicto puede convertirse en estrategia donde, con palabras de Peter Cappussoto, le decimos a los pobres: “Encuentren su luz interior porque para ustedes todo es oscuridad”.[2]
En defensa del budismo, podríamos decir que no ha sido esta la manera en que se ha comprendido su práctica a lo largo de dos mil quinientos años. Si algo cuestiona el budismo, como me lo recordaba Juan Manuel Cincunegui, es esta división privado/ público. Si algo pone en cuestión el budismo es la existencia de un “yo” separado, atomizado. La realización podría ser vislumbrada como una total apertura, de corazón y de mente hacia lo que es, lo real. Qué diferente y opuesta de la propaganda Mendozen es esta comprensión de Dogen, fundador del Zen en Japón: “Estudiar el camino de buda es estudiarse a sí mismo. Estudiarse a sí mismo es olvidarse de uno mismo. Olvidarse de uno mismo es ser reconocido e iluminado por todos los dharmas.[i] Ser testificado por todos los dharmas es abandonar el cuerpo y la mente propios, como cuerpo y mente de otro, es ver desaparecer toda huella de despertar y hacer nacer el incesante despertar sin huellas.”
[1] https://www.youtube.com/watch?v=1yUl3ZZA7b0
[2] https://www.youtube.com/watch?v=K9oDpwU273I&t=703s
[i] En el budismo la palabra Dharma tiene diversos significados. En este contexto, se refiere a los fenómenos y percepciones.