Los tiempos que corren en la política argentina sirven para alimentar los mitos sobre el peronismo. Mucho se ha arrastrado el error conceptual del peronismo de izquierda o de derecha. Esta nota desarrollará una breve idea de por qué hablar de peronismos es reproducir una falacia funcional al statu quo.

El peronismo no es de derecha ni de izquierda. A lo sumo,  podemos plantear las posturas antónimas que se encuentran nucleadas en el campo popular peronista y que lo comparten. Están los que creen que la doctrina es la perfecta obra maestra que interpreta la idiosincrasia del pueblo argentino y, en contraposición, los que consideran que el peronismo es el camino hacia una patria socialista (en términos internacionales),  y tiran por tierra todo lo que el movimiento logró traducir durante su gestación, pero el punto en el que confluyen los dos extremos, sin lugar a dudas, es Perón.

Supongamos que se te rompe la pantalla del celular, las opciones son tres: tirarlo y comprar uno nuevo, continuar usándolo roto hasta que no funcione más o −la opción más sensata− repararla. Ahí es donde se ubica la matriz del pensamiento peronista.

La doctrina del General Perón surge en nuestra patria como respuesta a un callejón sin salida. En un mundo bipolar y en las condiciones socioeconómicas en las que la Argentina se encontraba en 1945, tomar posición por los imperialismos político-culturales significaba rifar los destinos de la patria. Perón creó entonces esa tercera posición que dejó de lado los intereses de los de afuera y ponderó los del pueblo argentino al incorporar los derechos de los trabajadores dentro de la economía del país y como columna vertebral del movimiento. Definió el sentido de su doctrina: al trabajador todo.

A ese piso identitario que marcó la forma de hacer política en nuestro país podemos denominarlo “doctrina peronista”; principio que traduce los deseos del pueblo argentino generando las condiciones para la ascendencia social y posicionando a nuestra nación en un lugar estratégico. Para discutir el orden mundial primero hay que ser parte del mundo.

La posición de economía pujante que tenía la Argentina durante la posguerra permitió incluso ayudar a países europeos devastados por el hambre. Un plan pensado por Perón y ejecutado por el estado de bienestar social en medio de la victoria de los países aliados −que tomaron como una forma de amedrentamiento el hambre de los pueblos abatidos− promovió la exportación de trigo y de carne como ayuda al prójimo, consigna de carácter fundacional en el peronismo. Por otra parte, hablar de todas las aventuras místicas que el peronismo tiene para aportar a la cultura popular es el rol del militante. Lo importante, o mejor dicho el objetivo de esta nota, es ayudar a deconstruir esa polarización que solo sirve para fracturar la unidad del pueblo.  En el ensayo “El giro decolonial” (Ramón Grosfoguel y Santiago Castro-Gómez), se detalla, a partir de un análisis sobre el colonialismo cultural en América Latina, el rol de los partidos políticos en la modernidad. El estudio presenta la teoría de que en primera medida, para sostener esa colonización, se utilizó una estrategia homogeneizadora al abolir toda individualidad. Ejemplo de esto fue la ejecución e implementación de la Ley 1420 de Educación Nacional que establecía la escuela pública, gratuita y obligatoria para niños y niñas.

En este caso, el estado funcionó como garante de un bien cultural −como lo es la educación−, pero también se estableció como ordenador de las subjetividades bajo la intención de generar una conciencia al servicio del orden internacional. Distinta es la estrategia para la modernidad. El sometimiento de los pueblos se garantiza a través de la individualidad y se utiliza como herramienta principal la sociedad de consumo, como método de alineamiento que garantiza el aislamiento y la falta de empatía con los demás.

En líneas generales, primero se instaló una línea de pensamiento general que unificó los esfuerzos en responder a los intereses de las grandes potencias de manera colectiva y luego se hizo mayor foco en el individualismo, ya que esos mismos centros de poder nos prefieren divididos. Este cambio en las necesidades imperiales se dio porque la homogeneidad que generaron en una primera instancia logró procesos políticos como el peronismo, el zapatismo o el movimiento de Gertulio Vargas en Brasil, por mencionar a algunos. Entonces, si para ser funcional al sometimiento que la modernidad ejerce sobre nuestros pueblos hay que romper con toda la organización que genere unidad, podrá definir por usted mismo cuál es el rol de la expresiones políticas que van en detrimento del peronismo.

La herramienta de unidad que el General nos legó es la respuesta a todas las injusticias que nuestro pueblo sufrió y sufre, pero también tiene en sus manos la estrategia para cambiar la realidad. La respuesta siempre estuvo, y estará, en el peronismo porque es la única expresión que prioriza la igualdad y la felicidad del pueblo argentino en su conjunto. El movimiento es amplio, hay diferencias y distintos enfoques, pero tiene en claro que todos necesitamos encauzar las voluntades para poder salir del rol pasivo oprimido y seguir construyendo las bases de la patria justa, libre y soberana como la mejor expresión para los argentinos.

Por eso, ser argentino y no ser peronista es una contradicción natural. En momentos en que el mundo pensaba que en nuestro suelo solo crecían yuyos, se gestó una verdadera revolución cultural e intelectual, revolución que se trata de tapar, queriendo encuadrar el peronismo en internacionalismos que representan la historia y las disputas del siglo anterior.

Lamentablemente el liberalismo se sostiene y, como contraparte, encuentra al peronismo como un partido joven que tiene mucho para enriquecer en la batalla política. Nos queda llenar las unidades básicas de ganas de cambiar las cosas.

Tenemos la doctrina, tenemos el legado y tenemos a Perón. Solo nos queda tomar las riendas del estado al servicio del movimiento nacional y así recuperar la patria.

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