La serie cuenta los entremeses de la política danesa con condimentos necesarios para no pasar desapercibida ni quedar a destiempo, encontrar tipificaciones muy cercanas a las de nuestra sociedad resulta fácil, a pesar de las lejanías geográficas y socioculturales. No existen los smartphones ni la sobreinformación, pero sí presenta un desafío actual; encontrar una línea divisoria entre la política y los medios masivos de comunicación. La trama de Borgen transcurre hace diez años y, entre sus grandes atractivos, se encuentran las mutaciones en las instituciones y sus vínculos. Sin feminismo lavado por el internacionalismo, esta serie desarrolla la vida de Birgitte Nyborg, líder de un pequeño partido “Los Moderados”, la primera mujer en alcanzar el cargo de Primer Ministro de Dinamarca. Borgen es el nombre coloquial que se le adjudica el palacio de Christianborg en Copenhague, sede del Parlamento, el Tribunal Supremo y la oficina del primer ministro. Como país regido por una monarquía constitucional, los vínculos con la realeza no dejan de ser tratados, sin embargo no hay un condicionante, durante toda la trama es posible olvidar que Dinamarca no es una república. Se intentará no “spoilear” a quien no haya visto la ficción, pero sí haremos un breve recorrido por los puntos editoriales menos inocentes o más distinguidos.
El paralelismo es posible por la globalización
¿Cómo es posible que un país vikingo tenga puntos de encuentro políticos y sociales con un país criollo como Argentina? Es la globalización, señoras y señores. La realidad es que Netflix es así, es uno de los íconos actuales del culturalismo predominante. La serie no es lejana a esto, la realidad es que te encuentres en el país que fuere, en el transcurso de la trama es posible encontrar temáticas sorprendentemente familiares. La huella dactilar de la Revolución Francesa es imborrable, todos con el mismo o similar contrato social. Entonces estés en Perú, España, Paraguay −e incluso en una Argentina sin peronismo− podrás encontrar en esta serie hechos fácticos coincidentes del multiculturalismo capitalista. Por ejemplo: la baja de la edad de imputabilidad, el empresariado apátrida o los partidos tradicionales desfigurados, entre otros. Códigos morales éticos y estéticos homogéneos, estratégicamente favorecedores al globalismo. Tanto así, que cuando en la realidad un presidente se retira del mundo de la política arma una fundación para explotar su perfil filantrópico, en la ficción también cuál Jimmy Carter o más actual Obama e incluso Macri. Es el ABC del marketing político, que se da con tal naturalidad en la clase política mundial y que tenemos naturalizada. Prácticas políticas importadas y enlatadas, ejecutadas uniformemente en todos los territorios condicionados económicamente. Uno de los puntos destacables del guion de esta serie es que incluso las potencias son sometidas por este ABC, porque no vamos a negar que Dinamarca es ejemplo de una sociedad vanguardista, pero en términos de soberanía política la limitación es uniforme a todo occidentalismo.
Los vínculos de la política y los medios hegemónicos de comunicación
¿A quién ayudó el progreso? Indudablemente a los medios masivos de comunicación, a su concentración y a la propagación de agendas hegemónicas. Tres cosas para resaltar sobre los productos que generan estos vínculos carnales, la primera y más importante: la política de inserción territorial ya no es necesaria, la territorialidad ha sido cambiada por las plataformas comunicacionales. Incluso en esa sociedad donde la sobreinformación no estaba a flor de piel y las telecomunicaciones no estaban tan al alcance primario de todos y todas. La representatividad en términos democráticos dejó de ser una situación participativa para ser un gerenciado de desigualdades. Si bien la serie catapulta un rol de Brigitte, como una líder más cercana al pueblo, su salto político se da en un debate presidencial, en la televisión abierta. Su discurso logra mover el tablero tradicional de las prácticas políticas de la fría Dinamarca. Y es por ese impensado nuevo perfil político que la gobernabilidad de Nyborg constantemente se ve en jaque por los ataques certeros de una hegemonía luchando por recuperar su mando, sumado al perfil de una líder poco arraigada a su pueblo. Conforme avanza la trama este tópico se acentúa y es sumamente definitorio. Otra instancia interesante es la implantación de agenda que tienen los medios de manipulación masiva, esta arista de la historia está interpretada y ejemplificada con una ironía negra que deja a flor de piel muchas maniobras sigilosas de la industria mediática, los vínculos con los partidos políticos, o mejor dicho, su rol desestabilizante, propio de un juego sucio apartidario con jefes mercantilistas. El cuarto poder dejó de tener el área delimitada, y su campo pasó a ser todo el terreno. El nuevo tablero no contempla respuesta al pueblo, pero sí a las economías y las clases predominantes de la inequidad.
No es feminismo lavado, es política femenina
Lo interesante ocurre cuando tenemos presente que la serie fue pensada y creada para un público de hace diez años, entonces está libre del feminismo lavado, al cual la nueva industria cultural nos ha acostumbrado en estos últimos años. Hay personajes femeninos naturalizados en lugares que se han ganado por su idoneidad y no en detrimento de su condición de género, ahí es posible hacer unos paralelos con algunas líderes femeninas de nuestra Patria. No hay victimización de género, hay política cruda y dura y eso la hace destacar de otras series de temáticas similares como House of Cards. En Borgen, no van a encontrar Claire Underwood. Y, bienvenido sea, basta de cupos y discriminación positiva, las mujeres hacen política armoniosamente hace más años que esta guerra de sexos destructiva del entramado social. El año que viene, en 2022 y a raíz del boom global que la plataforma Netflix le dio a la serie, se hará una cuarta temporada, se espera que el espíritu sea el mismo después de tantos años es un desafío sobre todo después de tantos cambios culturales y sociales.
El último dirigente obrero del partido laborista
Si la política es guerra sin derramamiento de sangre, en esta serie hay una escena de lo más sangrienta que se pueda ver si de analogías se trata. En este tópico no podemos encontrar similitudes, lo que ocurre con Argentina y el Movimiento Obrero Organizado no está nucleado partidariamente −ventajas del justicialismo−. En algunos capítulos de la segunda o tercera temporada se arma una trifulca política en búsqueda de la mayoría parlamentaria, la composición de las coaliciones y la traducción en puestos dentro del ejecutivo danés son el ojo de tormenta y el trofeo de guerra. Los partidos involucrados serán los opositores al Tradicionalismo liberal, entre ellos se encuentra el partido de Nyborg, los ambientalistas, la izquierda fraccionada (como en todos lados) y el partido Laborista muy fuerte en las Europas pos Revolución Industrial. El desenlace de esa trifulca se da con una frase magnífica esbozada por el presidente del Partido Laborista: “Jamás imaginé que yo iba a ser el último dirigente obrero del Partido Laborista”, ¿por qué es abrumante y destacable? Por el simple hecho de que no hay respeto por los principios y valores doctrinarios de los partidos tradicionales; acá, allá y en donde quiera que se mire al mundo occidental. El símbolo que esto impregna en la política es que no hay lealtad con las bases democráticas, porque se creería que hay lealtad con la democracia en sí.
El sostenimiento de la democracia en términos líricos
Con grandes riesgos de arruinar el final −que no es tal ya que hay nueva temporada en puerta− lo que parecía una epopeya política termina siendo un sacrificio shakesperiano por un bien común idílico de una democracia moderna del como si. El progresismo del siglo XIX dirá o interpretará otra cosa, como pasó con Games of Thrones −Cristina proyectada en Daenerys hasta el punto discursivo en el que el final no convenía y el cristinismo se enoja con la editorialización de la serie− Bueno acá les va una comparativa interesante: la protagonista de la serie deja su mandato como primera ministra y su presidencia en el partido, ese retiro dura un mandato presidencial y cuando vuelve −a pesar de que su mandato cumplido había catapultado a su partido a la escena política en la mesa chica− se encuentra con un espacio político distinto que poco tenía que ver con las bases doctrinarias en los inicios de la organización. Ella plantea una interna de la cual no sale favorecida y como resultado, ante el robo de las banderas partidarias, Brigitte arma un partido propio −porque el esquema tradicional de partidos daneses ya no era fidedigno−. Es ahí donde ocurre la epopeya antes mencionada. Y ahora si el anclaje actual, que tan lejos está de esta realidad del partido justicialista (aclaro que esta lectura es solo una expresión en términos electoralistas), −el justicialismo como movimiento no se reduce a una cuestión partidaria−, pero sí en esos términos se está dando una puesta en discusión sobre la legitimidad de los representantes formales del PJ y la inconformidad que hay en su electorado o en sus representados. El arrogamiento de representatividades por parte de algunas minorías en un contexto de frente electoral y la expulsión de los factores más doctrinarios para desmantelar la esencia justicialista como movimiento que posee el PJ. Se asimila mucho a lo que lleva a Birgitte Nyborg a reconfigurar una plataforma y un partido político nuevo. Ojalá que el desenlace de la realidad argentina sea distinto al de la ficción o, por lo menos, con menos tibieza y con más corazón de pueblo.
Recomendación al lector y la lectora
La ficción y la política son asuntos separados, pero cuando The Truman Show es un sentimiento recurrente en múltiples sociedades, un estadio de alerta debería ser necesario. Además, si no han visto la serie, recomiendo que lo hagan, pero con el ejercicio de pensar Argentina desde el ser nacional, desde el criollismo, dejando de lado los enlatados de la clase política de turno. Identificar el ABC del marketing internacionalista puede ser una irónica diversión. También tengan presente que la sana democracia es lo que el pueblo quiere y no la alternancia de administraciones burguesas.