Era miércoles 27 de octubre y, como había llegado temprano a mi clase, me conecto unos minutos a Internet para revisar mi correo. Eran aproximadamente las 9 de la mañana en Caracas -lugar en el que me encuentro como estudiante de intercambio- y las 10:30 en Argentina. Inmediatamente llamó mi atención un mail de mi hermano cuyo asunto era: “Urgente, murió Néstor Kirchner”. De muchos de mis amigos hubiera esperado una broma de mal gusto, pero como venía de mi hermano sabía que no sería una broma. Y no lo era. En efecto, en el mail informaba sobre el fallecimiento del ex Presidente.
Comenzar a cursar en esa circunstancia era casi tan estúpido como trágico. Lo intenté. Me senté junto a todos los compañeros en el aula. Le informé a nuestro profesor y a los presentes. Luego de una breve reflexión sobre el tema -ya que aquí en Venezuela también se le presta mucha atención a la política argentina, y en sobremanera a Kirchner, quien estaba a cargo de la Secretaría de Unasur-, comenzó la clase. Sin embargo no me podía concentrar mientras el profesor hablaba de no sé qué. Volví a salir, me metí en Internet junto a las otras 3 argentinas con las que compartimos el intercambio, comenzamos a escuchar a Víctor Hugo Morales y a meternos en todos los portales webs que conocíamos. Poco informaban en un principio. La sensación de desnudez, de privación, de angustia, de bronca y confusión, no nos eran ajenas. No sabíamos cómo reaccionar.
He recurrido a un suceso semejante, o que por lo menos se le asemeja, para escribir esta pequeña reflexión. Es la editorial de cuando nos detuvimos a llorar la muerte de otro gran luchador político: Raúl Alfonsín. Allí, en la editorial del periódico, luego de enumerar ciertas expresiones de apoyo, decía: “Sin embargo, no han sido éstas las únicas palabras que acompañaron su despedida. También se han manifestado críticas de diferentes espectros políticos –y en especial, muchos de los autodenominados sectores “de izquierda”-, que han pretendido desenfocar la atención –no precisamente por la intención de Alfonsín de seguir ideas y no hombres-, como si todos los días muriesen patriotas. Más allá de cualquier partido político, ¿Cómo no despedir a Evita? ¿Cómo no despedir a Juan Domingo Perón? Máxime si se considera que el pueblo sale y se manifiesta, espontáneamente, en la magnitud que sólo estas figuras generan”. Esto mismo significa la muerte de Néstor Kirchner. Muerte que para unos estará a la altura de Alfonsín, para otros de Perón, y para otros a una altura que no tiene comparación. El pueblo en las calles es el que lo manifiesta. La emoción que nos da ver tanta gente junta llorando a un líder, llorando sus sueños y sus ideales. Y por otro lado, los mandatarios del mundo que se acercaron a despedirlo son la otra prueba de ello.
Personalmente, tanto durante el gobierno de Néstor como en el de Cristina me definí como no-kirchnerista. Sigo manteniendo esa postura, ese pensar político. Y no afirmo esto para justificar mis palabras. No voy a utilizar ese recurso retórico para una especie de encomio legítimo (de los que muchos se ven en este momento). Por el contrario, pretendo expresar honestamente mi pensamiento, ya que así como hasta ayer muchos realizaban la crítica fácil, hoy les queda muy cómodo salir a la plaza a apoyar una causa que se transformó en total. Y a ello debe agregarse que, justamente, esa causa que se apoya es de todos. Porque trasciende, a mi entender, a Néstor Kirchner, pero no deja de ser él su provocador. Es difícil escribir en estas circunstancias o pretender objetividad en un momento tan sentimental. Y es injusto que se la reclame.
La editorial referida continuaba con lo siguiente: “Son muy acertadas y sugestivas las palabras pronunciadas por Antonio Cafiero [histórico dirigente del Peronismo y ex gobernador de la provincia de Buenos Aires] el día del entierro de Alfonsín, cuando lo califica como ‘un predestinado [porque] nació con una misión a cumplir y no rehusó a cumplirla… radicales: Alfonsín ya no les pertenece, Alfonsín es de todos’. Efectivamente, quienes pasaron por su despedida apreciaron que no se decía adiós a un radical, se decía adiós a un argentino.” Hoy nuevamente, no hemos despedido a un hombre del partido justicialista. De hecho, pienso que aún las palabras hacia Alfonsín fueron injustas. Este tipo de hombres no son argentinos, son los hombres de la Patria Grande. Su lucha es la lucha de un continente oprimido. Su sangre es la pasión con la que nuestros pueblos deben caminar en su práctica liberadora. Pero no por lo que fueron, sino por lo que significan. Néstor no hubiese sido nada sin el pueblo, pero ¡miren lo que ha generado en él! Considero que eso no lo constituye, lo trasciende.
El tiempo dirá si mis críticas hacia el gobierno fueron acertadas o no. No creo que este sea el momento y la circunstancia para desarrollarlas. Por el otro lado, y como se leyó en varios medios, Kirchner ha sido, indudablemente, el presidente que más ha incidido en la estructura política, social y económica de los últimos años en Argentina. Sus méritos son indudables, pero como dije, tampoco creo que sea este el espacio adecuado para reflexionar acerca de ellos, el tiempo lo hará y creo que lo hará bastante bien.
Lo que sí es seguro es que Kirchner era el político de la década en Argentina. Incomparablemente más influyente que De la Rúa, Menem y Duhalde. Incluso, me arriesgo a decir, más que Cristina. Y sobre esto viene a cuento la siguiente reflexión: tengo conocimiento de que muchos festejaron la muerte de Kirchner, algunos a la luz del día (o por redes sociales), otros en silencio, imaginando la oportunidad de un gran futuro político. Y esta posibilidad abre mi imaginación hacia dos reflexiones. En primer lugar hacia la falta de ética: la política no se trata de matar a los rivales, ni de festejar su muerte. La política es un instrumento para modificar la realidad, atravesada por más cosas de las que muchas veces se puede dar cuenta, pero jamás es un juego en contra de la vida. Si realmente alguien se cree mejor político que Kirchner, lo que debe sentir es congoja y pesar por no haber podido derrotarlo electoralmente cuando tuvo la oportunidad, por no ser sus ideas y haber sido las de Néstor las que apoyó la vida democrática del país, pero jamás puede sentir alegría por tener el camino despejado. El que piense así no es político, no lucha por ideales, ni por sueños, lucha por oportunidades y miserias.
En segundo lugar, y de la mano de lo anterior, téngase bien presente que los ideales, los sueños, las luchas no pertenecen a los hombres. Por eso es que perduran. Kirchner no tuvo la oportunidad o la intención (tampoco me detendré en esta dicotomía), de generar líderes que estén a su altura para reemplazarlo, más allá de su esposa, que se formó por sí sola. Pienso entonces que a Cristina se le avecina ese desafío: asumir por sí misma la ausencia de poder que se genera con la partida de Néstor. Y esto no tiene nada que ver con la oposición. Justamente, la oposición deberá ahora reajustar su estrategia, repensar y esforzarse un poco más (esperemos que lo haga), en realizar una propuesta seria en vez de juntar votos por presentarse como anti-K. El verdadero desafío de Cristina no es hacia afuera, allí el pueblo y los presidentes de Latinoamérica le dieron el respaldo necesario y con excesos. El desafío es el propio peronismo, su propio gobierno. Hoy todos quieren ser Kirchner, que Cristina sea tan Fernández como Kirchner no es la voluntad de quien escribe esta nota, es la necesidad de un país para mantener y reforzar su estabilidad democrática■