Hay formas del arte que son en sí mismas declaraciones políticas, como el stencil que en su apropiación de las paredes está diciendo algo sobre la vía pública. Pero el arte, por comprometido que sea o se pretenda nunca deja de ser testimonial, descriptivo; a lo sumo inspirador. La política es acción, movimiento que pretende un cambio o que nada cambie. En ocasiones, el arte es uno de sus resultados. De todo el universo de cosas  que hace el hombre, algunas (habrá que ver cuáles) son arte, y de estas algunas son, además, políticas que ensayan los fragmentos de un discurso cuyo tema es común a los integrantes de la sociedad. Por eso en las revoluciones y en los golpes de Estado de cualquier signo, los primeros que son guillotinados son los artistas; porque tienen el berretín de recordar o proponer la reflexión sobre temas que el poder de turno no tiene es su agenda.

 Ahora bien, no basta con ser explícitamente político para que el arte adquiera ese nombre. Apoyar a tal o cual partido, sumarse a esta o a otra causa. El mundo del arte está lleno de pronunciamientos que nunca muerden lo real (si es que lo real existe) -las ballenas y el socialismo dan fe de ello-. Para que el arte sea político debe estar en sintonía con su tiempo, preanunciarlo, describirlo, chicanearlo a más no poder y firmar su acta de defunción. Por eso 5 discos 5 a todo arte y a toda política, esos dos amantes que uno no sabe si se penetran y chupan porque se aman o se aman porque se penetran y chupan■


 

¿Dónde están los ladrones? – 1998 –  Shakira. El pop comercial es toda una declaración de principios. ¿Por qué habría de ser menos arte que cualquier otra expresión, que cualquier otra música? Shakira ha sido desde su debut en Pies descalzos una artista que supo capitalizar sus pocas virtudes como cantante y como música a favor de una faceta de compositora de letras pegadizas e ingeniosas siempre complaciendo al mercado pero nunca defraudando a sus fans.  Su punto más alto fue esta producción donde con toda honestidad se preguntó si ella misma no era una de los ladrones que dieron título al disco. Una mujer que, si no de derecha, al menos escéptica de la izquierda dijo en una de las canciones “no creo Carlos Marx, no creo en jean Paul Sartre, no creo en Brian Weiss…”. Una forma de arte efímera, como es el pop, con una declaración cuestionable, pero valiente.

 

 

La vida no vale nada -1976- Pablo Milanés. Cuba ha sido quizás el lugar más destacado en América Latina donde se ha teorizado y puesto en práctica la conflictiva relación entre arte y política. La nueva trova cubana que a fines de los 60 acompañó a la revolución desde la canción es un ejemplo de ello. Las letras de Milanés tanto como las de Silvio Rodriguez y Noel Nicola (compañeros de generación y militancia) son las crónicas de la construcción laboriosa, artesanal y no siempre de feliz de ese vínculo. Una poética de trincheras, es cierto, que afortunadamente con el paso de los años y la historia en Pablo amainó a favor de una lúcida autocrítica que no adjura de sus valores. Este, sin embargo, es uno de sus discos más comprometidos y artísticamente políticos desde la canción como género pero también desde el son con aires de jazz del Caribe.

 

 

La industria del poder – 1993 – Logos. El metal casi en cualquiera de sus formas siempre se ha preocupado por la política, la ha criticado y ha denunciado las conductas que de ella se siguen. Esta agrupación, conformada por integrantes de aquella otra gran banda fundacional que fue V8, presentó a principios de los 90 un disco trash, sucio y poderoso que tuvo la fortuna de saber mixturar la crítica social con un mensaje cuasi religioso que le permitió cimentar una carrera de proyección internacional a base de un sonido que, en su momento, estaba a la altura de grandes bandas internacionales como Whitesnake. Puede preguntarse ¿y el arte?, ¿y la política? Bueno, están ahí, hay que buscarlos, agudizar el oído y ver que en los solos de  la última batalla y en las letras de  marginado” hay una forma de belleza comprometida con la realidad.

 

 

La hija de la lagrima – 1994- Charly García. Ya se ha dicho en estas páginas: García es el profeta de la realidad nacional. Acaso a pesar de él mismo ha descrito los signos de las edades de la Argentina: a principios de los 70 cantó las esperanzas y las críticas hippies; oscureció y encriptó su poética en la edad del terror; se liberó y volvió luminoso en la primavera alfonsinista y allí mismo comenzó su raid de autodestrucción con las esperanzas malogradas del régimen; con el menemato, quizás como todos, ingresó en una etapa de confusión y euforia. Prueba de ello es su ópera rock, que dispar y maravillosa, no parece ser de él pero es de él más que muchas de sus propias obras. Contradictoria, desconcertante, vulgar y exasperante su obra maldita es su obra más política. Y eso en Charly es puro arte.

 

 

The Orchard – 2008- Lizz wright – La belleza es el sumun del arte. Dar espacio al arte en una sociedad es quizás el sumun de la política, porque significa que a pesar de toda batalla y rispidez entre los hombres hay algo que acuerdan rescatar y es lo mejor de todos ellos. La voz de esta mujer es un signo de que el arte es posible en un mundo donde la política cotidiana es en verdad lo peor de todos nosotros. Una voz profunda, grave, que rescata las vibraciones de la tristeza y cava en el R&B y el góspel de las raíces más negras de los Estados Unidos para encontrar allí la belleza en estado puro, sin corrupción. Una voz que abreva en la tradición de los negros esclavos y la translitera a un mundo nuevo: un ejemplo contundente “coming home”. Si un mundo mejor es posible, esa voz ha de ser su ideología.
 


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