Se advierte que la lectura de esta nota puede ser interrumpida por mujeres que pasan cantando.

Somos muchas, un montón. No nos conocemos, con algunas jamás nos vimos y quizás tampoco nos volvamos a ver. Venimos de todos lados. Entre la multitud, está ella. No sabemos quién es. Abre su boca como para empezar un buen beso. Hace un sonidito casi inaudible, casi un suspiro y pronuncia la letra u. Pone la palma de su mano sobre sus labios y los golpea con ella suave y repetidamente.

En ese movimiento sistemático entre su mano y su boca, el sonido deja de ser  una suerte de suspiro y se hace audible, tanto que se convierte en un grito, en un llamado.

Ella no deja de hacerlo. Sus amigas la escuchan, la miran, la imitan. Muchas otras no la vemos ni sabemos quién es, pero tampoco importa, hacemos lo mismo. El llamado se inició y poco a poco, una a una, respondemos; abrimos nuestras bocas y  somos un heterogéneo e imperfecto coro que no deja espacio para el silencio.

El sonido se expande. Desde lejos se nos escucha. Los transeúntes se voltean buscando el origen del griterío y de las ventanas de los altos edificios se asoman los sorprendidos. Con sus celulares, intentan responder la pregunta: ¿Qué es ese sonido como de indias que hacen cuando están todas juntas? Pero en Google no está la respuesta.

Está en cada cuerpo que se planta a luchar en las calles, en las casas, en las camas, en las oficinas, en las escuelas, en los colectivos y en todos lados. Está en cada mujer, trans, no binarie que se sintió o se siente ninguneada, ultrajada, corrida de escena, herida, discriminada, violada y frente a todo eso: callada.

A nosotras ese sonido nos remite a culturas pasadas que se comunicaban por medio de ondas sonoras que viajaban a través del viento. Lo usamos porque no hace falta que hablemos el mismo idioma para sentirnos convocadas ante el clamor que sale de la boca de una mujer −o de muchas− sea de donde sea que venga el viento que lo traiga.

Ahora que estamos juntas
ahora que si nos ven
abajo el patriarcado se va a caer
se va a caer.
Arriba el feminismo que va a vencer
que va a vencer.

 Si la voz humana fue la primera música, arrastramos años en los que la historia se perdió de nuestro repertorio. Cansadas de ser silenciadas, hoy cantamos y contamos. Y no podemos parar. Como cuando una canción nos conmueve hasta la médula, o una banda nos rompe la cabeza: ya no somos lo mismo. Ya no hay vuelta atrás. Ahora le damos play a nuestras voces en todos lados: en lo público, y también en lo privado.

Una joven se para frente a una audiencia de televisión, está rodeada de muchas otras que la acompañan. Va a hacer público algo que nunca antes había dicho: que fue violada por un famoso actor cuando tenía 16 años. Del otro lado de la pantalla, una mujer está sola en su casa y rompe en llanto frente al televisor al escucharla. A ella también le pasó y nunca se animó a decirlo hasta ahora.

Seis chicas comparten el hostel de vacaciones en un país hermano. Se conocen allí, van a salir a bailar con otro montón de gente del lugar. Suenan cumbias que ellas cantan mientras se visten, se peinan y se maquillan. Una saca un tubito con purpurina y se desparrama brillos verdes y violetas por la cara. Las demás la miran cómplices y con los ojos brillosos porque el gibré les remite a la lucha por el derecho al aborto legal que se da en Argentina y que –notan en ese momento− traspasa las fronteras.

¡Alerta, alerta!
Alerta, alerta, alerta que camina
la lucha feminista por América Latina.
Qué tiemblen, qué tiemblen
qué tiemblen los machistas.
¡América Latina será toda feminista!

Esa misma noche −todas con brillos en sus caras−, durante una charla entre cervezas y luces de colores, descubren que, de las seis que son, cinco de ellas abortaron de forma clandestina.

A la Iglesia Católica Apostólica Romana
que se quiere meter en nuestras camas
le decimos que se nos da la gana
de ser putas, travestis y lesbianas
¡Aborto legal en el hospital!

Si por definición la música es el arte de combinar los sonidos. ¿Qué hay entonces del grito que nos llama desde lejos, de las voces de las que ya no tienen voz, de las canciones que cantamos juntas y de las heridas que nos animamos a contar cuando escuchamos las de otras?

No somos más las calladas, tampoco las musas.
Cantamos y contamos.
Ahora somos la música.

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