En una novela de Kobo Abe, a la cual le robo el título para este ensayo, un cirujano plástico es víctima de un accidente que le deforma la cara y lo obliga a compararse con un hibakusha, un sobreviviente de la bomba atómica que quedó desfigurado de por vida. Esto lo lleva a forjar una máscara tan perfecta y precisa como un rostro humano con el propósito (o excusa) de reconquistar a su esposa, quien lo rechaza por su deformidad. Comienza así la historia de una extraña forma de adulterio que está repleta de reflexiones sobre la identidad porque, por supuesto, la máscara se va a adueñando poco a poco del personaje: “¿Acaso tener un rostro es un requisito tan importante?”, “Podemos sacarnos algunas máscaras, pero no todas”, “Lo que llamamos amor es en realidad el juego de desenmascararnos unos a otros”.
Esperanzas del día – Andén 56
Me traspasa el canto mañanero del pájaro mientras pongo la pava, y va perfilándose el recuerdo de lo de anoche: -Señora, deme la plata.
Yo no soy Punta de Este – Andén 54
Yo no soy Punta del Este. Yo no soy Breda, ni Belén, ni París, ni Toronto. Tampoco soy Florencia, Washington o Saint-Tropez y mucho menos Caracas, Atenas o Boston. Soy una ciudad más que pobre, paupérrima, pobrísima.
El hecho – Andén 54
A Sergio le gustaba nadar todas las tardes. Estaba terminando el colegio secundario y le preocupaba su figura. Era muy flaco y pensaba que la natación lo ayudaría a ensanchar su espalda. Fantaseaba con que esto probablemente favorecería el vínculo con las mujeres, ya que en esa época era en lo único que pensaba.
Un día de Diciembre
Era un día de diciembre, el último de la primavera. Durmió poco la noche anterior. Miró la tele hasta muy tarde. Siempre estuvo atento a lo que ocurría a su alrededor, dispuesto a brindarse a los demás, a comprometerse para mejorar todo lo que estuviera a su alcance. Sentía ese deber moral, era imposible evadirlo. Así entendió aquello de “haced esto en conmemoración mía” que le transmitieron en la catequesis de su comunidad en el barrio.
El cronista de discos y esas cosas que ya no pasan
No había nadie aun. Los demás esperaban alrededor de la puerta. En grupos. Dos por aquí, tres por allá. Susurrado. Con desconfianza. Mirando a los otros grupitos de reojo sin perder en ningún momento la tensión en los hombros.