En esta ocasión los invito a adentrarnos en el terreno de la música secular del período que nos atañe. Si bien en entregas posteriores vamos a recorrer otras regiones de Europa, en esta ocasión me voy a circunscribir principalmente a Italia ya que es allí donde se desarrolla el origen del Barroco. Sin embargo, a modo de paréntesis, voy a hacer una breve parada en España para conocer un género que merece un momento de atención, dada la curiosidad que el mismo presenta.

En el siglo XVI Italia se convirtió en el centro de la música europea gracias al madrigal. Inicialmente, eran escritos para poner en música un poema breve. Los temas en los que se basaban eran esencialmente amorosos o eróticos. Se cantaban en toda clase de reuniones sociales cortesanas. Entre 1530 y 1600 se publicaron alrededor de dos mil antologías.

El madrigal es un género polifónico en el que se combinan distintas texturas, según el momento de su evolución. Estaba concebido para conjuntos de cámara[1] vocal y/o instrumental; es decir, a capella o con acompañamiento instrumental. En sus inicios se escribía para cuatro voces; luego, desde mediados del siglo se compusieron generalmente para cinco y, en menor medida, seis voces; aunque también contamos con ejemplos de hasta diez voces. El sentido de la palabra voz debemos tomarlo literalmente, ya que cada una de ellas estaba pensada para ser ejecutada por un solo cantante o instrumento.

Podemos distinguir tres períodos en la evolución del madrigal italiano del siglo XVI: el primitivo (1520-1550)[2], el llamado clásico (1550-1580) y el tardío (hasta 1620).

Durante el primer período, los compositores escribieron sus madrigales para musicalizar poesías de muy alto nivel, especialmente las de Francesco Petrarca (1304-1374). Y esto no es casualidad. Cuando, en 1501 el Cardenal Pietro Bembo editó el Canzoniere de Petrarca, descubrió un mundo sonoro dentro de la obra del poeta, una música de sonidos, ritmos y rimas ideados por el escritor que impulsó el llamado movimiento petrarquista. Esta música que se encontró en la poesía inspiró a los músicos a hacer lo mismo con sus composiciones: buscaron generar con la música lo que se expresaba verbalmente. Es así que nace un nuevo estilo en el que se experimenta hasta grados nunca vistos utilizando cromatismos[3], libertad modal[4], ornamentación[5] y contrastes de ritmo y textura con el objetivo de reflejar musicalmente el texto sobre el que estuvieran escritas las diferentes piezas. A partir de mediados del siglo XVI, comenzó a circular un término que dio nombre a este nuevo estilo: musica reservata.

Cipriano de Rore (1516-1565) fue el madrigalista más importante del segundo período. A través de sus obras es posible apreciar cómo la música está a la par del texto en lo que concierne a expresar las emociones que el mismo requiere. Las texturas se van modificando hasta el punto en que la voz más grave tiene la tarea de sostener armónicamente la pieza: es el germen de la verticalidad[6] musical.

El tercer período del madrigal italiano está representado básicamente por Luca Marenzio (1553-1599), Carlo Gesualdo (1560-1613) y por el gran Claudio Monteverdi (1567-1643).

 

Carlo Gesualdo, príncipe de Venosa, fue un compositor cuyo renombre como tal fue precedido por su fama de asesino ya que, al encontrar a su esposa in fraganti delicto con otro hombre, los mató ahí mismo. Más allá de la nota no tan de color, Gesualdo fue el rey del cromatismo. Para él, este recurso no era uno más de los que se podía utilizar para embellecer una obra: “era una reacción profundamente conmovedora ante el texto.”[7]

A manera de iniciación en la escucha de Gesualdo voy a comentar uno de sus madrigales. No obstante, les recomiendo enfáticamente que escuchen éste y muchos otros. Già piansi nel dolore (del sexto libro de madrigales) está escrito a cinco voces. Todos los versos del poema están separados por una breve pausa en la marcha sonora y cada uno de los mismos tiene una textura y/o ritmo diferente. El juego cromático es perceptible sobre todo en los pasajes lentos, porque es allí donde la expresividad de la pieza se torna más evidente. Las disonancias más duras se hacen presentes en las partes rápidas para generar un cuasi llamado de atención frente al texto musical. Si escuchan este madrigal, es muy probable que recuerden este último comentario. Se produce una sensación de rareza cuando oímos ciertas disonancias que parecieran perturbar la audición, pues están tomadas sin preparación y no son resueltas como esperaríamos (no es necesario haber escuchado música clásica para apreciar este fenómeno); sin embargo, el resultado final es de una calidad extraordinaria.

Claudio Monteverdi fue el genio indiscutido del madrigal, no tanto por los extremos a los que llegó su experimentación –en este punto nadie supera a Gesualdo- sino porque su obra es la que sirve de pivote entre el Renacimiento y la definición del Barroco temprano. Escribió nueve libros de madrigales, de los que los primeros cuatro (publicados hasta 1603) corresponden a la tradición polifónica. Con las siguientes publicaciones, Monteverdi avanza al encuentro del Barroco: composiciones solistas con elaborado acompañamiento instrumental, motivos musicales declamatorios (anticipando el recitativo de la ópera) antes que melodiosos.

La obra de Monteverdi constituye una antología de belleza harto conmovedora. En esta oportunidad, mi recomendación no va a ser sobre una obra. Escuchen todo lo que puedan de este grandísimo músico. En particular, para distinguir contrastes entre los estilos, el tercer y sexto libro. La emotividad de ambos es abrumadora. En el sexto encontramos una serie de piezas que Monteverdi compuso sobre su ópera Arianna, de la que sólo se conservan estos madrigales. A este libro pertenece el conocidísimo Lasciatemi morire.

Mateo Flecha el Viejo, (1481-1553) fue un compositor español que se destacó por sus Ensaladas. Es un género literario musical muy curioso y atractivo en el que se relata una escena utilizando alegorías y ridiculizando personajes. Debe su nombre a la mezcla de ingredientes que lo constituye: diferentes ritmos, texturas, idiomas. Se caracteriza también por cambios abruptos de compás y ritmo. Asimismo, permite una instrumentación libre. Todas concluyen con un pasaje en latín. Está emparentado con el madrigal por su construcción polifónica a cuatro o cinco voces. Flecha escribió once ensaladas, de las que se conservan sólo seis completas.

La bomba es una ensalada para cuatro voces con acompañamiento instrumental, muy notorio en los pasajes más importares (en relación al texto), donde las voces se mueven formando acordes. Los cambios de modo, textura, ritmo y compás están en estrecha relación con el momento de la escena que se describe. Los invito a escucharla en compañía del texto para apreciar los elementos que la hacen tan entretenida.

El movimiento madrigalista del siglo XVI fue sumamente importante, porque gracias a su evolución (desde todos los puntos de vista) quedamos en el umbral del Barroco, período de una creación inagotable


[1]Conjunto reducido.

[2]Principales compositores: Bernardo Pisano (1490-1548), Francesco de Layolle (1492-ca. 1540), Constanzo Festa (ca.1490-1545), Adrian Villaert (ca.1490-1562) y Jacques Arcadelt (ca.1505-ca. 1568)

[3]El cromatismo es el intervalo de segunda menor interpretado consecutivamente. Por Ej.: de un do a un do# (do sostenido). En música popular tenemos ejemplos de cromatismos ascendentes (las primeras cuatro notas del tema de “La Pantera Rosa”) y de cromatismos descendentes (“Salir de la melancolía de Seru Giran: la melodía de la porción de frase “la melancolía eterna de sufrir”)

[4]Cambios de modos. Ver modos en ANDÉN Nº 29.

[5]Son dibujos melódicos muy veloces que adornan la melodía. Los hay de variadas clases.

[6]Si miramos o imaginamos cualquier partitura, vamos a ver que tenemos dos ejes: el horizontal, que indica sucesión, y el vertical, que indica simultaneidad. Combinados, tenemos melodía y armonía.

[7]Grout – Palisca, Historia de la música occidental, 1, Alianza Música, Madrid, 2001, pág. 272.

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