El tren parte cargado de la estación anterior y nuevos y ajenos se suman, se suman y se suman. Paradójica levedad padecen las treinta mil almas que transporta. Vetusta circunstancia lo rodea. A paso de hombre marcha junto a cuarenta mil personas hacia la plaza en que madres de paños blancos en la cabeza reclamaron y reclaman por la desaparición de sus hijos.
Y allí se ve al agitado boletero corriendo de una punta a la otra, fanático por el diálogo, buscar esas palabras por las que se han decidido a marchar las diferentes organizaciones sociales, partidos políticos y demás movimientos; demostrando que, a pesar de tantas y cuantas diferencias, hay cuestiones que ya ni se discuten.
La lucha por los derechos humanos es un valor incuestionable para algunos y totalmente prescindible para otros. El tema se hizo bien presente a partir de lo acaecido –por no decir impulsado– en el lejano y cercano país de Honduras, por un lado, y por el otro, como resultado de la construcción de un discurso oficialista que dividió aguas desde un primer momento. Pero más allá de la coyuntura particular que significa tan solo pensar la posibilidad de un nuevo Golpe de Estado en la región, vale recordar la complejidad conceptual del término derechos humanos.
Pensar los derechos humanos desde una perspectiva conceptual se convierte, en un mismo tiempo y lugar –con cierto permiso filosófico–, en una tensión, una oscilación constante entre una utopía irrealizable, un concepto totalmente ideal e inexistente y la propia realidad, la propia existencia que lo desenmascara y lo fagocita.
No debe pensarse que indagar sobre estas cuestiones pueda generar debilidad en la lucha o la pérdida completa de su valor. Por el contrario, la discusión y pulcritud conceptual, la conciencia de la limitación junto con la necesidad de trascenderla, constituyen un camino que debe imperiosamente transitarse.
Pero a decir verdad, ni siquiera se buscaba este horizonte al iniciar este recorrido. Recuérdese siempre que por más voluntad que se erija, este tren a lo sumo programa más o menos la dirección, mas luego las palabras y experiencias que se acercan las marca a fuego la circunstancia. Y así, casi sin quererlo, los trozos de realidad que traían quienes ya están en el tren y quienes se siguen subiendo, imposibilitaron que hoy se publique todo el material generado (el que próximamente estará disponible en una página web, junto con todas las ediciones anteriores), pero permitieron el tránsito con absoluta levedad.
Y es que no es sino el diálogo tolerante y comprensivo con los otros (y cuando se dice “los otros” entiéndase también “nosotros”, ya que de ningún modo el primero puede pensarse sin el segundo) la primer condición para pensar la realidad. Es por ello que más allá de la limitación conceptual brevemente introducida (y algo más reflexionada en los números 7 y 20 de esta misma publicación), la mirada a los derechos humanos se presentó desde las “muertes y ausencias”, y se constituyó tan lejana como actual: Previo que el golpe del ´76, incluso antes que el del ´30, y hasta los tiempos mismos de la colonia (de los que por cierto aún no se ha podido trascender, ni conceptual, ni políticamente); pasando por la absoluta completitud de los gobiernos democráticos, ¿cuándo pudo hablarse a las anchas de los derechos humanos? ¿Cuándo ha sido aquel momento en que la opresión, la dominación, la explotación, la carencia de educación, la pobreza e indigencia –entre tres o cuatro temas de notable importancia–; se ausentaron para dar lugar a una convivencia derecha y humana? ¿No deberá pues, admitirse, que aquello derecho y humano no son, justamente los derechos humanos? ¿Queda aún algún rincón significante donde encontrar razón a semejante aberración?
Pues bien, lo haya o no, vale la pena pensarlo. Pero no puede hacérselo, sin tener la memoria a nuestro costado. Sobre ello, hace unos días un gran amigo acercó la siguiente reflexión: “Sin memoria no hay paz, sin memoria no hay justicia, sin memoria no hay amor, sin memoria no hay comunicación, sin memoria no hay vida.
El olvido es el mayor dolor, el olvido es traición, el olvido es ingratitud, el olvido es impunidad.
Creo que ningún proyecto político es posible construir si no hay confianza entre los seres humanos y para que haya confianza primero hay que edificar la amistad y la amistad no es fruto de la razón o de los intereses sino del corazón. El corazón es el motor de todo.” En otras palabras, es imposible pensar políticamente sin el otro como primero y anterior, unido por este lazo inquebrantable. Es imposible dejar de lado una herida que no deja ni dejará de sangrar, para construir a través de éste, el único camino posible, una sociedad equitativa, justa y democrática.
Para terminar esta breve reflexión, queden estas ilustradoras palabras fruto del diálogo del doctor Norberto Liwsky con la Guardabarreras de este Periódico: “En el aprendizaje social colectivo, la democracia por más imperfecta que sea vale más que un solo día de dictadura.” Ahora y siempre. ¡Ahora y siempre! ■