EL “fin de la historia” como tópico de reflexión tuvo las más variadas interpretaciones, ninguna de las cuales terminó por ser acertada. Tres siglos atrás, Hegel decretó el fin de la historia, en el sentido filosófico, y en el siglo pasado Fukuyama decretó el fin de la historia y la muerte de las ideologías con el advenimiento del capitalismo como forma de vida mundial; y por qué no decirlo también, Nostradamus sentenció el fin de la historia en su sentido más lato en 2012 como la extinción del Mundo. Frente a estas interpretaciones, el fin de la realidad se presenta como una nueva forma de “fin”.

Dicho lisa y llanamente, un “fin” sin fin en tanto que la realidad que finaliza es suplantada por otra, una y otra vez. El fin de la realidad, y con ella también la historia y la economía, la política, el arte, el sexo; en cuestión, la vida en general es un fin sin fin y una realidad sin realidad, es decir, UNA FICCIÓN. Lejos de ser un trabalenguas, es una de las nuevas formas de conceptualización para comprender la realidad propuesta por Vicente Verdú, en su libro El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción.

Así comienza el libro de Verdú: “El capitalismo de producción definiría el periodo, desde finales del XVIII hasta la segunda guerra mundial, en cuyo transcurso lo principal eran las mercancías. A continuación, el capitalismo de consumo, desde la segunda guerra mundial hasta la caída del muro de Berlín, destacaría la trascendencia de los signos, la significación de los artículos envueltos en el habla de la publicidad. Finalmente, el capitalismo de ficción, surgido a comienzos de los años noventa del siglo XX, vendría a cargar el énfasis en la importancia teatral de las personas […] La oferta de los dos anteriores era abastecer la realidad de artículos y servicios mientras la del tercero es articular y servir la misma realidad; producir una nueva realidad como máxima entrega. Es decir, una segunda realidad o realidad de ficción con la apariencia de una auténtica naturaleza mejorada, purificada, puerilizada. Esta segunda realidad gestada como un doble es la última prestación del sistema, tan definitiva que el mismo capitalismo desaparece como organización social y económica concreta para transformarse en civilización y se esfuma como artefacto de explotación para convertirse en mundo a secas”.

Para poder comprender la contundencia de esta presentación permítanme una enumeración de las condiciones sobre las cuales se da este capitalismo de ficción:

1- la posmodernidad enfatiza el valor del momento, la historia se aligera de peso en la identidad de los objetos o las personas; la tradición se fragiliza, el linaje es un ropaje gaseoso y el presente viene a ser prácticamente lo único sólido;

2- para vencer ese fastidio de lo real, nace la oportuna figura del doble, con una doble función: de una parte enaltece al original con su remedo; de otra produce una imagen por donde se puede circular sin el peono obstáculo de lo temporal. Porque lo replicado, como lo liofilizado, lo congelado, envasado al vacio, perdura liberado del tiempo, impulsado libremente hacia la inmoralidad.

3- El mundo tal como es vale menos que su copia, de la misma manera que, como enseñó Marcel Duchamp, los objetos aumentan su cotización estética cuando se descontextualizan  y pierden la pena de su función, los límites de su lógica.

4- El desiderátum del capitalismo de ficción es entretenernos, divertirnos. Gracias a estar entretenidos somos buenos clientes. Las fronteras entre entretenimiento y cualquier cosa se confunden cada vez más.

5- el presente vive una compulsión con el reciclaje como no se ha conocido nunca. Reciclaje del sexo en sus travestismos, reciclaje del conocimiento en la formación profesional, reciclaje de la diferencia en la igualación cultural, reciclaje de los márgenes para su adhesión al sistema. El cuerpo se recicla en los trasplantes o en la cirugía plástica. El reciclaje redime, neutraliza el hedor, deshace la mala vista… Gracias al reciclaje, todo -lo bueno y lo nocivo- queda dentro del sistema, y el sistema se encarga de hacer productiva hasta la repugnancia.

6- la televisión se constituye en una realidad que funciona siempre ajena a las críticas de los espectadores, impenetrable a las protestas, invariable a los cambios de dirección puesto que ella posee su propio reino, su moral  y su destino autónomos.

7- Asistimos a la segunda revolución individualista, el individualismo total, ya no se trata de buscar el sentido del mundo, sino el sentido de “mi” vida. Se aspira a ser único, inalienable, y el sistema se las arregla para cobrarse este anhelo en una incesante reposición de funciones, espacios, objetivos, pero todo esto hasta el punto de que acaso “la vida futura ya no tenga sentido real”.

 Muchas de las afirmaciones presentadas no son grandes novedades sobre la realidad actual, pero lo interesante del libro de Verdú son los innumerables ejemplos que recorre de todos los aspectos de la vida. Las anteriores formas de capitalismo fueron evolucionando entorno a un determinado elemento, ya sea la economía, el consumo, la cultura… La gran novedad de esta presentación es que el elemento determinado es la vida misma en todas sus facetas. Desde las relaciones amorosas al arte, la medicina, la ciudad, el deporte, la muerte, la seguridad, la identidad, la política, todo cae bajo el dominio del nuevo capitalismo de ficción. Nunca antes, la pregunta ¿qué es la vida real? O ¿qué es la realidad de la vida? Tuvo tanta validez, tanta urgencia y tanto sentido. El capitalismo de ficción se dedica ni más ni menos que a la producción de realidad.

Esta nota, no tiene ninguna conclusión, valdría más como reseña de libro que otra cosa, sea por impotencia del escritor o por la limitación propia del tema que no permite “cierres” ni “conclusiones finales”. Con qué autoridad podría uno sentenciar algo sobre “la realidad” en este contexto de ficción. Lo que sí se puede, y siempre se podrá, es seguir reflexionando sobre la actualidad, sobre el presente, por más fluctuante, virtual y efímero que este sea.

Justamente, la “reflexión” remite a un momento de detenimiento a  un re-pensar, un volver a pensar. En ese momento de vuelta, el pensamiento puede detenerse, y tal vez pueda detener la acción, un pensamiento “reflexivo” que lleve a un movimiento  “recursivo”. Se trata al fin y al cabo de generar (recuperar) espacios y tiempos propios. Un último sentido de reflexionar, del filósofo Leibniz, remite a la reflexión como una atención que se vuelve hacia aquello que hay en nosotros y que está fuertemente relacionada con la sensación. Tal vez en esa profundidad de nuestro ser podamos encontrar un sentido de realidad ajeno a todo sistema de dominación, a toda puesta en duda.

En las partes dos y tres se tratará de mostrar dos perspectivas de “lucha” contra el capitalismo de ficción. La primera a través del estudio desarrollado por Naomi Klein en el excelente libro No Logo, sobre la cultura de las marcas, el consumismo y la publicidad; y la segunda a través de las distintas teorías y pensamientos desarrollados en el Foro Social Mundial, tras los lemas “La vida tras el capitalismo” y “Otro(s) Mundo(s) es Posible(s).”

Salvador Dalí - La metamorfosis de Narciso
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