El orientalismo es una narración sobre Oriente realizada a partir de las representaciones occidentales. Es un campo de estudio erudito cuya base es una unidad geográfica, cultural, lingüística y étnica llamada Oriente. No existe ningún espacio análogo al orientalismo, por ejemplo el “occidentalismo”, en el que se adopte una postura inmutable y con una base casi totalmente geográfica para abordar tantas realidades sociales, lingüísticas, políticas e históricas. Edward Said, el gran teórico sobre el tema,  plantea al respecto que la relación entre poder y conocimiento “crea” al oriental y, al mismo tiempo, lo excluye como ser humano.

Muchos orientes se inventaron. Y allí, los estereotipos ocuparon geografías donde lo exótico, el Islam, los musulmanes… definieron escenarios que Occidente institucionalizó. “La labor del orientalista consiste siempre en convertir a Oriente en algo  diferente de lo que es, en otra cosa: lo hace en su beneficio, en el de su cultura y, en algunos casos, por lo que cree que es el bien del oriental” dice Said. En las geografías imaginarias, el Oriente árabe e islámico también fue convertido, históricamente, en un desafío político, económico y cultural y en una amenaza para Europa. Hoy, la literatura política y periodística nos muestra un orientalismo relacionado con el terrorismo y la arbitrariedad cultural como, por ejemplo, la cárcel de Guantánamo o la prohibición del uso del velo en España.


El orientalismo argentino debe analizarse en el contexto político en el que nace. La Argentina nunca fue un país colonizador y a mediados del siglo XIX estaba forjando su constitución y no tenía peso como potencia internacional. Sin embargo, la gravitación de la cultura europea sobre la dirigencia política local y la construcción de un modelo de argentinidad transmitido a través de diferentes instituciones públicas van construyendo “el Otro” en el inmigrante. Se plasman ideas sobre la identidad que marcan quienes son argentinos y quienes no lo son tanto. Reconoce, esencialmente, dos expresiones que le proporciona el orientalismo europeo: por un lado, una visión de Oriente exótica y misteriosa que quedará plasmada en libros de viajeros prominentes que sólo habrán visto lo que querían ver; y por otro, el Oriente de “los turcos” que llega con la inmigración.

Los inmigrantes procedentes del Imperio Otomano registrados como “turcos” son en realidad griegos, turcos, armenios, libaneses, sirios y palestinos. Son judíos, cristianos y musulmanes que hablan en su mayoría una lengua común, el árabe; constituirán la tercera colectividad después de la italiana y española y se asentarán principalmente en Villa Crespo y Palermo en la Ciudad de Buenos Aires y en Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja.

 El orientalismo en la literatura

La literatura desempeña un papel significativo en la construcción de la relación social del nativo con el inmigrante, sea en su aceptación o en su rechazo.  El orientalismo y su vector racista xenófobo se canalizan tanto en el texto ensayístico y legal como en la narrativa, el teatro, el sainete; la representación del extranjero incluirá su vida y sus conflictos  con la sociedad que lo acoge, así como la necesidad de su expulsión. Un ejemplo emblemático de literatura xenófoba –inspirada en el racista francés Ernest Renan– es la de Julián Martel que organiza en “La Bolsa”, un exitoso folletín publicado por el diario La Nación en 1891, un desfile de indeseables que son, justamente, inmigrantes: 

“A lo largo de la cuadra de la Bolsa y en la línea que la lluvia dejaba en seco, se veían esos parásitos de nuestra riqueza que la inmigración trae a nuestras playas desde las comarcas más remotas. Turcos mugrientos con sus feces rojos y sus babuchas astrosas, sus caras impávidas y sus cargamentos de vistosas baratijas; vendedores de oleografías groseramente coloreadas, charlatanes ambulantes (…) mendigos que estiraban sus manos mutiladas o mostraban las fístulas repugnantes de sus piernas sin movimiento, para excitar la pública conmiseración”.

Los espacios comunes de racismo y antisemitismo son asimilados por gran parte de la intelectualidad argentina de fines del s. XIX y principios del s. XX, en sintonía con el pensamiento orientalista europeo, esencialmente el francés. Los turcos, el grupo arábigo-semita, los inmigrantes sirio-libaneses, son marcados por su negritud y convertidos en sospechosos por profesar un mahometanismo incompatible con las ideas cristianas. Además, se les atribuye el “fatalismo semita” que incluye el desinterés por progresar, indolencia, haraganería, inoperancia, etc. Esos “defectos congénitos” eran imputados a sus confesiones y a los daños raciales causados por el clima. En esa línea, Carlos Bunge, teórico del racismo científico, compara las culturas precolombinas con los imperios asiáticos y analiza que la pasividad de todos estos pueblos está vinculada con la resignación con su destino, esto es, con el “fatalismo oriental”.

Sobre finales del s. XIX está instalada en la Argentina la representación del turco sucio, polígamo, que vende baratijas y tiene una notable capacidad sexual. También desde entonces distintas corrientes literarias utilizarán estas representaciones orientalistas y por ello lo arábigo será considerado un valor negativo para la dirigencia y la intelectualidad. En Un noviazgo (1956), de Bernardo Verbitsky, “el Turco Alí” –cara oscura nariz aguileña– es un egipcio que seduce con su dominio de distintos idiomas y vive de la explotación de mujeres que lo admiran. Otros escritores practicarán orientalismo: Alberto M. Candiotti escribe El jardín del amor; vida de un joven Emir damasceno en el siglo VI de la hégira (1934), El cofrecillo esmaltado. Poemas bizantinos en prosa (1934). Hoy descansan en la Biblioteca Nacional: Alma Nómade, de Angel de Estrada (1914); A través del mundo, de Carlos Aldao; Oriente, de Jorge Max Rohde (1933); El oriente milenario, de Alberto Moreno y muchos otros.

No será ajeno a estas irradiaciones Leopoldo Lugones, un escritor versátil que supo ocuparse de casi todas las formas de racismo y construcción de Otros negativizados. En las conferencias “El Payador” instituyó la muerte del indio, la consagración del gaucho como “ser nacional” –al mismo tiempo su inexistencia– glorificó como “poema nacional” –¿canonizado para siempre?– el Martín Fierro, de José Hernández, de significativo contenido racista contra los indios. Lugones también habría estudiado la lengua árabe y mitos y tradiciones orientales.

En “El vaso de alabastro” y otros relatos de Cuentos Fatales, la acción transcurre en Egipto y una de las figuras orientalizadas es Mustafá, un peón de excavadores europeos, el Otro que tuerce su destino de beduino para convertirse en sirviente de un inglés que lo salva de los cocodrilos. A Mustafá se le atribuyen “dones de su raza” como «el discernimiento de los indicios imperceptibles”. En estos textos de Lugones el lector hallará una serie abrumadora de lugares comunes del orientalismo: enojos de reyes muertos, venganzas de momias, espíritus que guardan tumbas, muertes incomprensibles, el perfume de la muerte, mujeres misteriosas, etc.

Pero no todo es estereotipo negativo con los inmigrantes del Medio Oriente y el Café Izmir, descrito por Leopoldo Marechal en Adán Buenosayres (1948), es una interesante pintura de la vida y las nostalgias de los inmigrantes turcos, griegos, judíos, armenios, etc. en el Buenos Aires de los años 30. «En Gurruchaga, entre Corrientes y Camargo, Adán encuentra el café Izmir, un recinto sobresaturado de anises y tabacos fuertes”. También Marechal era asiduo concurrente a este legendario café.

El orientalismo sintetiza una visión occidental en la que Oriente o el oriental ocupan una posición subordinada como objeto de estudio. El pensador egipcio Anuar Abdel Malek describe la relación entre Oriente y Occidente utilizando la figura del  amo y el esclavo, y muestra el trasfondo hegemónico donde Occidente marca lo Otro oriental como lo que es diferente, pasivo. Ni activo ni autónomo ni soberano con relación a sí mismo, el oriental es representado como un sujeto definido, comprendido y tratado por otros a partir de su alienación filosófica■

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