En los fundamentos y razones del adagio de Ortega y Gasset “el hombre y sus circunstancias” encontramos los orígenes subliminales de la existencia del “PAIS RIOPLATENSE”. Pienso que  ¡¡sí… existió…!! Porque estuvo vivo por más de 50 años, los primeros del siglo XX, en la realidad emocional de quienes habitaban las ciudades de Buenos Aires y Montevideo, y su territorio virtual fueron las orillas y aledaños del Río de la Plata. Río Dulce de Solís, que fue su columna vertebral en territorio y cuantificó los buenos momentos que sucedieron en esos 50 años, a todos cuanto vivieron una época: inolvidablemente “loca”.

Bitácora:: EL PAÍS DEL: “SÍ… ¡¡ME ACUERDO!!”

PAIS: REGIÓN CORRESPONDIENTE A UN PUEBLO DE ENTELEQUIAS SEMEJANTES.

Cada uno de sus habitantes en su totalidad aportaron lo más íntimo de sí mismos para que pudiera concretarse en una realidad indiscutible y que fue potenciada su fama por todos los que alguna vez convivieron y llevaron a sus pagos natales y al mundo ultramarino de la vieja Europa, los cuentos y fantasías de este “país”  tan inédito como querible. Fueron también los que emigraron quienes en base a sus experiencias y saudades, junto a las visitas pasajeras, construyeron su historia que se va enriqueciendo con el aporte de notas, de recuerdos, anécdotas vividas, relatos verídicos de hechos que sucedieron en sus memorables 50 años de vida.

Hasta el aporte de la historia colonial hace más viable su existencia. ¿No era Montevideo la provincia Cisplatina que reconocía a Buenos Aires como su mentora? La misma lucha contra los realistas, los mismos cañonazos de los ingleses, el mismo bloqueo de los franceses, los ataques de los malucos brasileros… ¿no son suficientes esos antecedentes?

Todo nació cuando un grupo de personajes se auto-tituló con el contundente rótulo de “RIOPLATENSES”. Es que la realidad, esa vestal inalcanzable y romántica, convirtió en factible esa sucesión de hechos que ocurrieron en ambas orillas del Río de la Plata.

Todo se potenció por un grupo homogéneo cuya mayor virtud eran sus delirantes pasiones: culto sagrado por el tango, tener amantes oficialmente reconocidas, concurrir con devoción ungible a dancings, piringundines y hacer vida prostibular ¡pasara lo que pasara!,  vivir en ambas orillas alternativamente según su menguada capacidad monetaria y por supuesto en contra  de las ideologías del momento de cuyos gobernantes eran acérrimos enemigos ¡desde la orilla de enfrente! (ver y remitirse a los libros de historia: la época de Rosas, las revoluciones entre blancos y colorados, el exilio obligatorios en tiempos de Perón con las noticias de “último momento de Radio Colonia de Ariel Delgado… La historia no nos deja mentir. Si no se querían de veras… los unía el espanto de las dictaduras).

Sus reductos tan concurridos como de dudosa moralidad eran su religión laica, primer e irremplazable exigencia, “curas abstenerse” y cuanto más lejos mejor, aunque aceptaban que estar bautizados era un buen principio para correr una vida de sobresaltos y hambrunas, todo debido a su concepción errática del criterio de lo que se conocía como “correr la coneja”.

Lo principal era que se escucharan sus reflexiones a viva voz sostenidas en el Café Tortoni o en el Tupi Nambá de la recova de Montevideo, frente al teatro Solís con sus recordados bailes de carnaval y de los veranos en el Hotel Carrasco. La pizza por metro del “Rodelu” de Malvin. El Chantecler, el Maipú Pigall y el Tigre Hotel eran los refugios del invierno porteño, duro, frío e interminable.

En el “PAÍS DEL SÍ… ME ACUERDO” jamás hubo estado de sitio o asonadas, porque los milicos eran una pata indiscutida de las jodas nocturnas, allí donde las polleras volaban a gusto, nadie pensaba en otra cosa que en cómo se levantaba a la primera diana. Todo era PAZ hasta que llegaban los orientales a jugar la Copa Amistad Chevalier Boutell y se cagaban a patadas el Charro Moreno contra  Gambetta, y cuando íbamos al Centenario nos mataban a piedrazos desde  Montevideo hasta Colonia. Sólo los diarios se relamían con lo sucedido, los jugadores fieles al dicho “el calavera no chilla”  se guardaban la bronca hasta la próxima Copa.

El  hecho cultural era la columna fundamental de este imaginario pero real País Rioplatense. Su Biblia laica eran los diarios, libros y revistas o pasquines que ambas orillas compartían. No había mayor mérito que el reconocimiento de poetas, escritores, pintores, músicos y letristas de tango, cantores, bandoneonistas y pianistas de orquestas típicas y por sobre todos ellos en un imaginario escalón literario, estaban los periodistas o gente que colaboraba en los diarios y revistas; y no sólo era porque se los reconocía como mejor dotados sino que se los “enviadiaba” porque tenían asegurado un sueldo que les permitía llegar a fin de mes, el resto “changueaba” y también llegaba a fin de mes pero gracias a los “pechazos de guita” que recibían de los periodistas.

Sin ninguna duda, los escritores, poetas y pintores eran los privilegiados pero también los tangueros tenían sus hinchadas, si bien los primeros iban y venían de Francia o Italia en base a sus libros (no muy reconocidos hasta la llegada de la Literatura Latino-americana) y obras de  cuadros académicos, los tangueros con Gardel y Canaro y su himno criollo “La Cumparsita” del oriental Matos Rodríguez, triunfaron en París, en Nueva York… el astro criollo fue un exitazo.

Gardel era un hueso duro de digerir para ambas orillas, quizás alentado por el mismo Gardel quien como dándose un gusto siempre mantuvo cierta cuota de misterio que los mismos admiradores aceptaban. Con Leguisamo,  Matos Rodríguez o Canaro no había discusión pero el nacimiento de Gardel en Tacuarembó, era una cuestión de Estado para los orientales.

Para las otras artes no había ninguna discusión: se hacían duplas honrosas: Juana de Ibarburú con Alfonsina Storni, Benedetti con Borges, Gelman con Cortazar, Florencio Sánchez con Horacio Quiroga; en pintores: Torres García con Xul Solar, Barradas con Petorutti, Figari con Berni; y esto sin llegar al tango y sus poetas y cantores que unían ambas orillas mimetizándose en temas, estrofas y voces quedando para una última disputa la nacionalidad de Gardel y el predominio de los orientales con sus famosas llamadas y redobles de candombes de sus gloriosos carnavales.

Si llegásemos a incursionar en las tablas teatrales, tanto los actores y actrices rivalizarían con las compañías de teatro y zarzuelas que tenían como meta final de sus giras por América del Sur, las dos orillas del Río de la Plata: lo más acertado era decir que Gardel, Parravicini,, Tita Merello, China Zorrilla, Perciavale, Dárienzo, Donato Raciatti, Julio Sosa, y muchos más “eran artistas de nuestro medio” sin necesidad de aclarar de que orilla… eran “rioplatenses” y ya estaba todo dicho de antemano. La pata política era asistencial, los nombres de Irigoyen, Batle y Ordóñez, Palacios o Bordaberry, fueron sólo escribanos oficiales de la movida rioplatense.

Fueron 50 años en que la historia nos unió en base a los cuentos, anécdotas y hechos que trascendieron por cuenta de quienes llegaban hasta el Río de la Plata y volvían a la vieja Europa y eran todas loas por el futuro de dos ciudades al estilo París en copia fiel por sus Boulevard des Capuchines repetidos en Avenida de Mayo o la Avenida  “18 de Julio”. Ni qué decir cuando hablaban del ambiente de sus cafés, dancigns y vodeviles al estilo del Tout-parís. Acá se hablaba el francés con sentido aristocrático en las altas esferas.

Neruda y Ortega y Gasset adoptaron como propia la tenida rioplatense. Caruso y Margarita Xirgu, Gigli y los hermanos Alvarez Quinteros se sentían como hijos de nuestro público. Lorca recordó siempre que en el Río de la Plata dio sus primeros pasos poéticos y teatrales. Sus poesías embrujaban a las niñas del 30, sus obras fueron repetidas mil veces por las compañías que nos visitaban. Cada visitante se convertía en un admirador de la sociedad rioplatense y sus expresiones pudieron mucho más que las ideas de las  autoridades de turno que simplemente dejaron hacer amistad y sólo con eso nos convertimos en una convivencia feliz, con un pueblo que vivía unido en una sola manera de pensar: “rioplatense”.

Seguir enumerando sería ya hablar de vanidad  porque debemos también reconocer que nos unieron los vicios: el oriental y el porteño rivalizaron en muchas cosas y con seguridad más de uno habrá recordado que en viveza criolla ninguna orilla se quedaba atrás; “la mordida”, si no se inventó en el Río de la Plata, se desarrolló en niveles ingeniosos y por miles.

La fiesta de la hermandad rioplatense duró lo suficiente como para marcar a más de tres largas generaciones en que decir la nacionalidad era innecesaria, con oír el chamuyo lunfardo y echar un vistazo literario o periodístico sobraban motivos para obviar las diferencias.

Todo tiene un límite, la segunda guerra mundial nos llamó a la realidad de que el idilio rioplatense entraba en la leyenda y quedaba grabado a fuego en los corazones de todos cuanto lo conocimos y así como lo disfrutamos también lo sufrimos viendo luchar codo a codo: tupamaros y montoneros, hasta en eso fuimos hermanos de sangre, pero la amistad quedo sellada para siempre. FUIMOS, SOMOS Y SEREMOS RIOPLATENSES■

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