En ocasiones se hace política por deporte, se tiene sexo por deporte, se trabaja y se estudia por deporte. Forma bien valorada del hobbie, la actividad física goza de la buena prensa de médicos y clasicistas quienes, bajo el lema “mens sana in corpore sano”, malogran toda posibilidad de disfrute del desgano y la dejadez sin culpa. Fucking idiots.

El espectáculo deportivo, el show de cuerpos pugnando unos contra otros ha servido desde siempre (es una obviedad de perogrullo recordarlo) como una forma de control social, ergo, como una política. No necesariamente malintencionado, no implícitamente perverso ha tenido como mínimo un papel somnífero. Pan y circo que le dicen, ya que aquéllos que entienden el funcionamiento de la masa no se privarán nunca de utilizarla cuando está distraída realizando su catarsis colectiva mediopelo. No obstante, eso no impugna para nada aquello que la gente siente al realizar un deporte o contemplarlo. Esa sensación aparentemente única de quien se supera a sí mismo y al rival, y hace el gol para beneplácito de su ego y de la fervorosa hinchada de Chaka que se cuelga del alambrado y grita hasta perder la glotis.

Por esa diminuta razón, 5 discos 5 para quienes sienten la sangre correr por las venas cuando salen a la cancha y no se quedan, como cierto jugador azul grana que no nombro y que todos sabemos quién es, triste, con el pecho frío y pensando en sus billetes


 

Pump up the jam – 1989 – Technotronic. Hay dos grupos que musicalizaron el deporte norteamericano a principios de los 90, 2 Unlimited y Technotronic. Acaso hubiese sido más acorde comentar el disco de la otra banda por la relevancia que obtuvo por su hit Get ready for this, por más de veinte años himno de la NBA. Sin embargo, los verdaderos cristalizadores del género fueron los otros, los de este disco, que transformaron al techno en protagonista del sonido nocturno de la época. Absolutamente relevantes para la  musicalización de encuentros deportivos, gozaron de un éxito de algunos años hasta desaparecer completamente. Siempre presentes en las trasnoche de radios nostálgicas, tal es el caso de Aspen, le brindaron en su momento un aire europeizante al siempre grandilocuente show deportivo de las grandes cadenas norteamericanas. Un sonido fino, ciertamente pasado de moda, pero apto para cualquier sesión de básquet.

 

The game- 1980- Queen. ¿Qué decir de una de las bandas de rock más importante de todos los tiempos? Todo lo que se diga sobra, redunda, va hacia donde van todas las críticas y comentarios sobre ellos. ¿Por qué en esta enumeración? Porque prácticamente todas las canciones de este disco han servido para musicalizar momentos deportivos, desde bloopers hasta derrotas fenomenales. Another One Bites The Dust para derrotas, Crazy little Thing Called Love para momentos graciosos y cosas así. No es muy jugado, es cierto, pero es una banda multipropósito, sirve para lo que sea. Por la belleza de la voz de Mercury, por la elaboración taxonómica de sonidos unos sobre otros y porque repasa todos los sentimientos posibles que caben en quien pone en juego su honor en una justa deportiva, porque vela o celebra un triunfo y que más allá del deporte siempre está el sentimiento y Queen era especialista en ello.

 

Tour la France –1983 – Kraftwerk. El universo de la música contemporánea popular nunca podrá igualar esta oda improbable a un deporte tan extraño como el ciclismo. Me corrijo, lo extraño, lo realmente extraño es la oda. Un disco de 11 minutos (esta primera edición, la segunda del 2003 tiene algunos más) con sonidos repetitivos y maravillosos que describen la imagen mental que este deporte despierta en los integrantes de  esta banda que a fines de los 60 creó, fundó y sentó las bases de lo que hoy conocemos como música electrónica masiva. El tour de france, especie de mundial de la bicicleteada, despierta fanáticos en el mundo entero, este disco es su himno definitivo. Y como él es una pedaleada constante, un remix, etapa tras etapa de una mezcla que vincula la respiración y la vida.

 

Fasolera de tribunas –2000 –  Germán Burgos. No es que sobren los ejemplares de deportistas profesionales devenidos en músicos. Salvo casos como los de Julio Iglesias (arquero como Burgos), el mítico Perico Pérez o el Rifle Pandolfi (guitarrista) -para más datos ver el site discosbizarrosargentinos.blogspot.com-; la cosa es que para los cultores del rock/blues típico y sin pretensiones este disco no está para nada mal. Si bien recae en algunos lugares comunes del género, el abuso de los solos, el homenaje constante al Pappo más popular y la temática sobre la ronda de bares, nada tiene que envidiar a bandas como Los Ratones Paranoicos o a Luis Robinson y los Chevy Rockets. Solvente, no impostado, un buen disco donde la figura-gancho no hace un alarde de presencia innecesario sino que funciona armoniosamente con el resto de la banda. Oír  “Jardín de mi amor” balada sensible y rocker.

  

Sobre la hora – 2000 – Ariel Patt y la Houseman Rene band. La música riopaltense, sus ritmos, sus vericuetos existenciales tarde o temprano se cruzan con el fútbol. Esto es así nos guste o no. Hay una filosofía de bar que asimila la vida al fútbol, como si lo que ocurre en una cancha fuese una metáfora o una alegoría sobre la cotidianeidad y sus excepciones. Ariel Pratt cultor de este pensamiento logró en las líricas de esta obra una referencia constante al deporte por excelencia. Tanto desde la algarabía como en el desamor, la presencia del balón pie y todos sus satélites se hacen presentes: el culto al bar y sus figuras,  los amigos y sus circunstancias, la vieja con sus cuestionamientos, es decir, aquello que el otrora y actual imaginario del fútbol endulza, y endiosa para beneplácito del poeta lunfardo y sus adherentes más prototípicos. Para escuchar con atención después de un partido del ascenso.

  

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