Por qué es importante conservar el patrimonio cultural indígena? Para poder entender la importancia, primero hay que hacer, o mejor dicho, deshacer un poco “nuestra” historia.
Durante muchos años –siglos, diríamos con propiedad- la historia americana fue narrada y escrita por la voz de otros. Otros que nos “descubrieron”, otros que nos trajeron la “civilización”, otros que nos “salvaron de la barbarie”. Ciertamente, la historia fue narrada y aún lo es, por el discurso hegemónico. No es mi intención realizar un juicio ético y caer en el juego civilización vs. barbarie, o hablar de buenos y malos. La idea es quizás dimensionar en su justa cuantía un arma tan poderosa como la palabra. La palabra construye y durante muchos años nos armó “la historia”, una historia incompleta, velada.
Afortunadamente, con el avance de las ciencias sociales y con la revalorización de la historia americana, hubo una suerte de revisión de cómo nos enseñaban la historia. Basta con hojear y comparar los viejos manuales y los actuales para comprender que la idea que teníamos de nuestra historia era más o menos así: Nos descubrieron, civilizaron el desierto, llenaron el vacío del paisaje americano y, pivoteando de un lado al otro, tenemos al indio. Un indio que la jugaba de malo, atacando en malones, robando, violando nuestras blancas doncellas; bárbaro, salvaje, indómito, sin cultura y/o un indio bueno, que abrazaba la iglesia católica y trabajaba de sol a sol. Un indio que siempre, indefectiblemente, estaba en silencio.
Otra cuestión, que formó parte durante mucho tiempo del imaginario popular, era que “culturas”, “civilizaciones” eran las incas, mayas y aztecas. El indio que habitó en estas tierras siempre fue menospreciado y catalogado en una suerte de escala que lo acercaba más a la naturaleza que a la “cultura”. Acá no hubo grandes templos, grandes construcciones arquitectónicas o grandes “tesoros” descubiertos. Acá hubo ante todo desierto, y, “a veces” indios que apenas sobrevivían como podían, semidesnudos, en condiciones inhóspitas, sin nada.
Son muchos los preconceptos que conformaron nuestra historia, y que fueron construyendo el sentido común. Si uno pregunta hoy en día en la calle, probablemente la mayoría de la gente no sepa cuáles son las comunidades que habitaron el país, no sepa que existen muchas comunidades que aún siguen bregando por sus derechos.
Hace unos meses se produjo un interesante cruce entre el “periodista” Rolando Hanglin y miembros de la disciplina antropológica en donde se cuestionaba el reclamo que están realizando los mapuches en el sur y su supuesta “chilenidad”. Los prejuicios más arcaicos se dieron cita en dicha discusión; hasta los viejos miedos de “van a venir en malón a robar” (una ficción con sólo mirar en qué condiciones viven y cómo son reprimidos por las fuerzas durante las marchas que efectúan), y una de las cuestiones importantes que subyacía a todo ese debate, es que para muchas personas el indio sigue siendo imaginado como un ser con arco y flechas, colgado de las ramas, perdido en una suerte de burbuja temporal, si es que existe. O por el otro lado, se cuestiona la legitimidad de sus reclamos, apelando a cuestiones tales como el tiempo transcurrido o la autenticidad de los “supuestos” indígenas, cuestionando la “pureza” de su indigenismo, apegándose a conceptos evolucionistas y positivistas de lo que es la “cultura”, lo que es ser “indígena”, apelando a límites territoriales y jurisdiccionales inexistentes hace unos siglos atrás. ¿Es que acaso hay indios de verdad en nuestro país? o ¿será como dice la canción: “los indios en los museos…”?
Y de repente nos encontramos con el hecho concreto de que muchas comunidades viven incluso más cerca de lo que uno cree, en el conurbano bonaerense, por ejemplo. Y no andan con arcos, ni con plumas, andan ¡vestidos, al fin!, estudian, trabajan, y por sobre todo conocen su propia historia; la reconstruyen, la nutren, la cuentan, la viven. ¿Podemos nosotros decir lo mismo?
Por otro lado, cuando hablamos de patrimonio solemos hacer hincapié en lo material, lo concreto, desconociendo todo un enorme patrimonio intangible, constituido por narraciones orales, relatos, música, lenguas, etc. Y si bien este tipo de legado -que en muchos casos ya se ha perdido- no es concreto, constituye patrimonio tanto como una vasija o una cesta.
La historia sigue siendo contada por otros, las voces de los verdaderos pobladores siguen siendo acalladas, más allá de alguna que otra leyenda simpática que dan en la escuela, una caricatura de patoruzú o una foto del siglo pasado. No hay una historia diaguita, o wichi o mbya, hay relatos de cómo los vieron o cómo los vemos o cómo creemos que son. Hay voces que hoy en día siguen pujando por ser escuchadas, que deben ser escuchadas y que pueden enseñarnos mucho más de lo que nos atrevemos a imaginar.
Entonces, ¿por qué es importante conservar nuestro patrimonio?
Más allá de los debates teóricos o históricos que podamos plantear, en este caso la respuesta es sencilla, porque conservando este legado y este presente, comenzamos a armar nuestra propia historia de quiénes somos realmente. No por lo que fue contado desde otras culturas, sino con la voz de los propios protagonistas.
La importancia de nuestro patrimonio va más allá de una valoración comercial o del impulso turístico que ésta pueda generar. Es una muestra maravillosa de la riquísima diversidad que albergó y alberga nuestra tierra; de cómo estas comunidades se adaptaron y pusieron a su disposición recursos de una manera única y ajustada a sus propias necesidades.
Uno puede objetar: ¿qué riqueza alberga una cultura como la de los selk-nam en Tierra del Fuego que no tenían ni para taparse del frío? La riqueza reside en que supieron cubrir sus propias necesidades de una manera única, que les permitía soportar temperaturas bajísimas (¡en las cuales hoy sería imposible sobrevivir sin calefacción!) sin pasar esa vida tan miserable que nos imaginamos. Desarrollaron extraordinarias técnicas que les permitían cazar y aprovechar en su totalidad los recursos sin hacer mella en el equilibrio del ecosistema. En donde el hombre era sólo una ínfima porción de un equilibrio superior al cual se respetaba.
Se trata de revalorizar nuestra historia, la propia, aprehender que existen otras lógicas, distintas, ni mejores ni peores, que permitieron un desarrollo complejo de culturas y cultos únicos.
El patrimonio cultural es crucial en la construcción de la memoria colectiva: materializa las huellas legadas por nuestros pueblos originarios. En cuanto a este punto, me permito reflexionar sobre dos cuestiones importantes:
En primer lugar, más allá de la conservación sumamente necesaria, la enseñanza y comprensión del patrimonio y la construcción de la historia no debe encerrarse en el coto académico, es crucial el papel de la enseñanza y de políticas donde el conocimiento y el patrimonio sea socializado, democratizado, siendo ésta, creo yo, la única manera en la que la sociedad valore y aprenda la diversidad cultural que albergamos, y se comprometa con su conservación.
En segundo término, en todos los procesos de investigación, descubrimiento y conservación de nuestro patrimonio hay ciertamente grandes lagunas legales, en donde la inversión suele asociarse más a intereses comerciales y turísticos que a la valorización y preservación. Es importante asociar el patrimonio a desarrollos sustentables y participativos de la sociedad y no ser un coto de especialistas. Pero también debemos asegurar para nuestras generaciones futuras que éste se conserve. Un ejemplo donde se ha preservado el legado más allá de la cuestión material constituye el de las cuevas de Altamira, en España, en donde el acceso esta restringido para asegurar y salvaguardar el patrimonio, efectuándose una representación que es visitada por turistas.
Resta señalar que, desgraciadamente, muchos sitios han sido saqueados, abandonados y muchos relatos, narraciones y lenguas se han perdido (basta consultar por Internet para ver cómo partes de nuestra cultura son subastadas a manos privadas), por lo cual, se vuelve una necesidad urgente desarrollar políticas de salvataje de sitios históricos y del patrimonio oral.
Todavía falta mucho por hacer, mucho por recuperar y muchas voces que debemos comenzar a escuchar si realmente queremos saber quiénes somos■