El intento de abandonar la condición de unicidad del universo y empezar a mirar afuera de nuestro ombligo es intentar realizar pasos que nos saquen del tsunami de egoísmo que nos sobrepasa y que nos hizo olvidar otra forma de vivir que no sea estar encerrados en uno mismo.
El camino necesariamente es y será la realidad que nos rodea. Algo que está fuera de los límites de nuestro ser y que también lo incluye. Es el mundo que se abre desde el momento en que dejamos de ser los únicos del universo. Es el momento en el que empezamos a mirar hacia los demás. Es en ese instante en el que nos abrimos a nuevas formas de vida que nos estaban aguardando y que nos invitan a celebrar otra forma de vivir. Así, el que vive y comparte la vida con nosotros nos puede (y así lo hace) ayudar a reconocer la riqueza que significa el intercambio de horizontes existenciales que se unen cuando dos o más personas comparten la vida. Abrirse a los demás es una buena oportunidad para emprender el camino hacia la felicidad que la cárcel del egoísmo no nos dejó encontrar.
El drama sucede cuando el otro, el que me rodea, el que comparte la vida conmigo, se puede presentar como desafiante, como aquél que comparte la misma suerte que yo y por lo tanto llega a convertirse en enemigo. Así lo narra uno de los libros pilares de la religión judía: “El Señor miró con agrado a Abel y su ofrenda, pero no miró a Caín ni su ofrenda. Caín se mostró muy resentido y agachó la cabeza. El Señor le dijo: ‘¿Por qué estás resentido y tienes la cabeza baja?’” (Génesis 4,4-6) Este libro quiere entrar en las “entrañas” de la realidad humana y nos muestra lo que sucede en el corazón del hombre cuando se instala la actitud de recelo, envidia o competición que lleva al resentimiento por la no elección de uno mismo. Situación que llevó al extremo de la aniquilación de su mismo hermano: “Caín dijo a su hermano Abel: ‘Vamos afuera’. Y cuando estuvieron en el campo, se abalanzó sobre su hermano y lo mató” (Gen 4,8) La actitud de asesinar no es necesario que lleve a la muerte física del otro. La misma acción de difamar (desacreditar) o calumniar (acusación falsa para causar daño) encierra un tipo de muerte para el otro. Para aquél que se me presenta como enemigo, ya que asesinar al otro de la forma que sea, siempre seguirá siendo asesinato. Con los instrumentos que sean, pero asesinato al fin de cuenta. Este relato es clave para entender “qué” sucede entre las relaciones humanas que necesitan ser redimidas (salvadas) de esa forma de ser vividas. La experiencia nos lleva a descubrir lo difícil que es vivir de otra manera que no sea la competencia, la confrontación o el desafío de “eliminar” al otro. Nunca tan de moda hablar de diálogo, escucha y consenso, pero nunca tan lejano si no se es capaz de “ver” al otro de otra forma que no sea como enemigo.
Nuestra realidad como argentinos, en este año del Bicentenario Patrio, necesita ser renovada, iluminada y reactualizada bajo una perspectiva distinta a la que venimos viviendo. Nuestra patria jamás podrá re-fundarse si no somos capaces de mirar-la y mirar-nos de otra manera que no sea de reojo y con el ceño fruncido. El más inmediato otro, el más cercano “Patria” que vive junto a mí, es mi familia, mis vecinos. Desde ellos y con ellos se comienza a celebrar el Bicentenario y desde ellos y con ellos empezar a vivir una realidad distinta. Realidad distinta que todos queremos vivir y que descubrimos, nadie nos va a resolver de modo mágico. Si no partimos de un sano “yo” que integra al “otro”, nunca podremos ser lo que soñamos, nunca podremos llegar a ser la patria que añoramos. Nunca podremos salir de la cárcel del egoísmo.
Hay esperanza, porque hay alguien que se nos hizo cercano y nos mostró una forma distinta de vivir. El “Emmanuel”, el Dios con nosotros, nos muestra el camino y nos da la fuerza para hacerlo. Esta es una muy buena noticia, ¡es posible vivir de otra forma! ¡Esta es la novedad absoluta que nos trasmite la Iglesia católica! La Iglesia católica no existe para “controlar” la vida de nadie. La Iglesia fundada sobre Jesucristo y los Apóstoles; la Iglesia Católica, existe para trasmitir a los hombres el mensaje de Dios revelado y manifestado en Jesucristo. Es Él, Jesucristo de Nazaret, quien nació, creció, predicó, llamó a sus seguidores; el mismo que hizo milagros en aquella región del primer siglo, quién murió pero también resucitó. Es Él quien delegó en Pedro la continuación del mismo mensaje. Es Él quien envió a todos sus seguidores a que anuncien a todo el mundo la liberación que nos trajo. Es Él quien dando el poder del Espíritu Santo otorgó a la Iglesia la administración (no el título de propiedad) para distribuirlo en medio de todos los pueblos. La autoridad de la Iglesia no le viene de sí misma, sino de Aquél a quien le debe su origen, Jesucristo mismo.
Abrirle el corazón y la inteligencia a Jesucristo es descubrir un modo nuevo de relacionarse que no esté atado a la violencia, sino que integre al otro en un novedoso modo de convivir. Esto anuncia la Iglesia, esta es la novedad del Evangelio… ■