Vejez, ancianidad, tercera edad; tópicos que habitualmente no solemos tocar, como si después de cierta edad uno quedara fuera, incluso del discurso. El arte, universo infinito, es aún uno de los espacios que contiene a “los viejos” tanto desde la representación como desde la acción. Vale la pena atender a algunas de sus representaciones para pensar cómo los vemos y cómo los tratamos.
El arte tiene muchos usos, uno de ellos es enfrentarnos con imágenes que nos saquen de cierto lugar cómodo en que corremos el riesgo de instalarnos velando problemáticas que se dan alrededor de nosotros, la mayor parte de las veces mucho más cerca de lo que creemos.
Sobre la emblemática obra de teatro argentino La Nona (Roberto “Tito” Cosa, 1977) se han hecho múltiples lecturas y análisis. Hoy nos propongo tomar a este personaje de 100 años presentado como “el problema de la casa” (más allá de todas las connotaciones políticas que ha sabido tener) para reflexionar acerca de cómo muchas veces le otorgamos a los viejos el lugar de verdaderos chivos expiatorios de nuestra sociedad, pero también en lo individual.
El funcionamiento de esta pieza teatral construye suficientes situaciones como para interpelarnos e interrogarnos al respecto: una familia argentina, una situación económica desfavorable, personajes con caracteres indeseables que se esconden detrás del hambre voraz de “La Nona”. “Es como mantener diez leones juntos” se lamenta Carmelo pero no habla de sus reiteradas visitas a la botella del aparador; tampoco habla la familia de las continuas salidas hasta altas horas de la noche de Martita, siempre “de turno”, y poco es lo que se intenta con Chicho , un músico que “hace veinte años que está componiendo y nunca terminó nada” y que con tal de evitar trabajar plantea varias elucubraciones, desde jubilar a La Nona hasta mandarla a “hacer la calle”. Finalmente, uno de sus planes es llevado a cabo y la casan con Don Francisco, dueño de un kiosco que La Nona literalmente devora y que cree que va a heredar media ciudad de Catanzaro. En definitiva, termina no sólo arruinado sino también hemipléjico y convertido en una fuente de ingresos para la familia, que comienza a sacarlo a la calle en un sillón a recoger limosnas, hasta que lo pierden.
La Nona parece no tener nada para dar, sólo demanda que la alimenten continuamente y tampoco participa de las reuniones familiares, sale de su “cueva” sólo para comer. Anyula es otro personaje que sufre los males de la vejez y cuando frente a la necesidad familiar debe salir a trabajar, le pagan menos: “se aprovechan porque es una vieja”.
“Nonita… la cabeza blanca como paredón iluminado por la luna. Y esas arrugas que son surcos que traza el arado del tiempo”. “Nonita… ¿Se acuerda cuando me llevaba a pasear a la plaza? Un niño que descubría un mundo agarrado a la pollera de una abuela”. “Nonita… el niño aquel se hizo hombre y la abuela es un rostro dulce que lo mira desde el marco de una pañoleta negra”. Estos son dichos de Chicho, el mismo que desde hace doce años especula con cuánto puede durar… aunque “Si algo le pasara no podría soportarlo”. Este tipo de discurso contradictorio parece no restringirse únicamente al ámbito de la escena. Pienso en Norma Plá, cobrando una jubilación miserable y sin embargo con ánimos para consolar a un “lacrimógeno” Cavallo rememorando a sus propios abuelos… “No llore Sr. Ministro” le decía. La realidad muchas veces supera la ficción, lugar común, sí, pero no por ello menos cierto.
Y pienso también en esos abuelos abandonados, en aquellos que sufren maltratos, en los que aunque rodeados de numerosas familias se sienten solos y olvidados y en las quejas que muchas veces se escuchan sobre ellos. Y me pregunto ¿qué lugar les damos hoy a nuestros viejos?, ¿con qué culpas nuestras a veces los hacemos cargar?, ¿qué intentamos tapar cuando los ponemos en el centro de la escena de debate?
Finalmente, deseo revalorizar el arte como un espacio abierto, un espacio de discusión, que proponga y que invite a la reflexión, que abra muchos signos de preguntas, que contenga todas las problemáticas posibles, sobre todo aquellas que la sociedad oculta y que permita la participación (en todas sus esferas, es decir tanto como personajes, como hacedores y como receptores) de todos, fundamentalmente de los que no pocas veces se quedan afuera. Y que la reflexión nos lleve a la acción■