Generó más vergüenza que alegría, pero igual se metió entre nosotros. A pesar de ser el octavo país en el mundo en tener televisión, allá por el año 1951, la prensa trató a este hecho como un “trauma nacional”, no sólo después de EEUU, Inglaterra, sino también luego de México, Brasil y Cuba, entre otros[1], y nos dejó una sensación de atraso tecnológico en la Argentina, que se conocía y preciaba de ello hasta entonces.

Del modelo radiofónico pionero de Enrique Susini, junto a sus compañeros de aventuras, con la instalación de un micrófono en el Teatro Coliseo registrándose así en el éter por primera vez en  la Argentina y a decir del propio Susisni “la primera emisión radiofónica en el  mundo”, hasta la llegada de la televisión, fue motivo de críticas de los sectores periodísticos y artísticos su “tardía” aparición en nuestro país. Hecho que se volvió a repetir cuando apareció la televisión a color en el ‘78 y que el gobierno militar lo excusó, como se  dijo en el ‘51, de  tardía implementación  pero de inmejorable calidad y avance técnico.

La primera emisión de una imagen televisiva fue a raíz de la creación del Canal 7 de Buenos aires, dependiente de LR3 Radio Belgrano, y se realizó el 17 de octubre de 1951, con motivo del acto del Día de la Lealtad. Su mentor fue Jaime Yankelevich, a instancias del Presidente Perón. La cantidad de televisores, según las fuentes, oscilaba entre 400 a 5000 aparatos receptores General Electric y Capehart y el lugar privilegiado de instalación fue las vidrieras de los comercios. Los medios de comunicación apenas registraron la aparición del nuevo medio.[2]

Los lugares donde se dispusieron las cámaras fueron en el Banco Hipotecario y puntos estratégicos de la Plaza  de Mayo y por supuesto los equipos trasmisores de Radio Belgrano mucho tuvieron que hacer  en esos días. Las tareas previas de instalación fueron trasmitidas por el legendario noticiero “Sucesos Argentinos”, mostrando los planos de los obreros  construyendo la antena, convenientemente erguida sobre el edificio del Ministerio de  Obras Públicas de la ciudad de Buenos Aires.

La TV no se podía comprar, era una “cosa” muy cara. Vino de a poco. Ocupó  un lugar en los sueños de los chicos, un deseo, una promesa técnica largamente dilatada[3]. El televisor era un objeto que debía estar, un mueble difícil de ubicar y que fue comprado junto con la heladera, cuando los aparatos electrodomésticos comenzaban a llegar a los hogares. Algunos recuerdan ir a verla a las Unidades Básicas, donde fueron distribuidas por el entonces gobierno peronista, y otros recuerdan que se veía desde afuera, ya que se instalaban en los hogares y se compartía con los vecinos y amigos. “Iba a ver los programas de catch al club. Ponían  el televisor en el pasillo que daba  a la calle y miraban todos  en la puerta”.[4]

Cuentan algunos memoriosos que su familia y la televisión tuvieron una relación más que  benigna. Las madres opinaban que la televisión mantenía quieto a los niños y los niños observaron en sus madres un nuevo hábito: acceder a espectáculos que de otra manera jamás serían vistos[5].

Las personas que trabajaron en los primeros años de la televisión nunca habían visto televisión, de manera que los modelos provenían  de otros espectáculos y sólo en forma muy indirecta de la televisión norteamericana. La programación de ese entonces se refería a programas femeninos, programas infantiles, telenovelas y fútbol. De hecho, el primer programa comercial  después de la trasmisión pública del 17 de octubre, sería un partido entre San Lorenzo y River, el 4 de noviembre de 1951, en cancha de San Lorenzo y se ensayó la trasmisión con un partido de divisiones inferiores: dos cámaras colocadas en las tribunas, una de ellas con zoom mecánico y una tercera para emitir cartones de publicidad. En 1958 se pagaría entre 70.000 y 100.000 pesos  por la televisación de un partido.

Las escenografías se armaban con muebles alquilados  en mueblerías porteñas y por contar  el canal con dos espacios a modo de estudio, entre escena y escena una gran destreza y adecuación de nuevas situaciones acuciaban a los camarógrafos y directores y ni que hablar  de los  actores que más de una vez les era difícil la posibilidad ensayos previos. Los cortes publicitarios entre escena se medían por minutos y la tira de animación infantil “El Pájaro Loco” era la más adecuada para la situación, llegando los técnicos a pedir un “tirame un  Pájaro loco de 7 minutos”, tiempo necesario para el cambio de escenografía.

La televisión con su aparición en la década del 50 generó en todo el mundo un movimiento de “privatización” de los consumos culturales y del uso del tiempo libre, que trasfirió al contexto doméstico prácticas que tradicionalmente tenían lugar en espacios públicos. Las familias comenzaron a vivir más tiempo en su propia vivienda viendo televisión, replegadas a la intimidad del hogar. [6]

Por nuestra parte, guardamos muy buenos momentos frente a la tele, especialmente uno muy particular -entre muchos otros preferidos-: la llegada del hombre a la luna. Lo vimos desde el comedor diario de casa en Buenos Aires, con amigos y familia recién llegados de un viaje y compartiendo un almuerzo, excepcional oportunidad de transgredir el hábito de “comer sin mirar televisión”.

Los primeros pasos de la publicidad en televisión curiosamente convirtió a los locutores en personajes más famosos que los propios artistas. Se ofrecía al cliente distintos formatos y minutos de aire, en general consistían en una imagen del locutor, luego una imagen del producto o la casa donde se podía comprar y cerraba otra vez con una imagen del presentador. A modo de ejemplo, un comerciante apostó por el aviso en tele y llegó a vender su producto, el “Tubuvisor”, un tubito con  un fotograma  de cine en la punta, a un valor de 50ctvs cada uno , alrededor de 200.000 tubitos en un día.[7]

El público y la televisión

 Sabido es que los argentinos son fanáticos de la tele, la cantidad de televisores  promedio en cada hogar asciende a  2 aparatos y medio. Una clara señal de que la tele llegó… para quedarse. La tele se ve en familia, con amigos, con la maestra, en la cocina, en el living, en la cama, en la oficina, en la calle, en los consultorios, en la cola del banco, en algunos taxis de la ciudad de Buenos Aires, en la escuela, en los clubs… Innumerables espacios acá no enunciados, ahora ¿para qué se ve la tele? Es un gran interrogante. La tele, indudablemente, vende. Nos hace hablar de…, es indudable que si se ve en la tele es palabra santa y ocurrió. Los hacedores de noticias de esto saben mucho, un cuadro ubicado en el momento justo convierte un pequeño grupo de personas en una multitud.

Las imágenes en la tele, a nuestro juicio, nos recortan un poco la libre imaginación y nos hacen creer que San Martín o Belgrano tenían la cara de tal o cual actor, pero, en definitiva también vale la pena  decir que muchos hechos históricos, políticos, culturales se han conocido y difundido gracias a la televisión. Pensar en el uso educativo de los medios de comunicación y en especial de la televisión es diseñar, proponer y componer una forma de enseñanza muy distinta. A mi entender no se trata de pelearse con la tele, que ya ganó una batalla, sino aliarse estratégicamente y conciliar acciones que mejoren la calidad del aprendizaje.

Si pensamos en la radio y la televisión como los medios más democráticos, a los que se tiene acceso sin restricción, es importante tener en cuenta su propia impronta y utilizar de este formato lo mejor de sí. A veces es complicado encontrarlo,  se debe buscar y mucho, pero en definitiva también se sabe que los niños y los adolescentes pasan frente a la “caja boba” (malamente bautizada porque de boba tiene poco y de intención mucha) más tiempo frente a ella que en la escuela.

Las cartas están dadas, los padres no saben qué hacer frente a los productos que se ofrecen porque a ellos en definitiva también disfrutan de lo que ven y los docentes no sabemos de qué se trata porque no vemos lo que los adolescentes ven. Más de una vez me he visto obligada a prender la tele para poder entender de qué estamos hablando, entonces ahí comprendo la necesidad de no plantar bandera, de hacer un uso crítico y razonable de este medio de comunicación que ya viaja en celular.

Convertir en positivo lo contradictorio es parte de la tarea. Una clase se puede armar  con imágenes, tan requeridas por los chicos  puesto que pareciera que los “transportan”, la lectura, el texto son parte del condimento que rinde a la hora de estudiar. Es complicado pero no imposible■


[1] La Televisión criolla, Mirta Varela, Ensayo EDhasa.

[2] Ibidem

[3] Ibidem

[4] Ibidem

[5] Teleastros N° 2, 1953.

[6] La generación multimedia.Roxana Murduchowicz

[7] Edgardo Borda, entrevista personal, La Televisión criolla.

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