De ser un artículo de lujo la televisión se ha convertido en los últimos 20 años en un artículo de primera necesidad. La dimensión que ocupa en nuestras vidas actualmente no deja de ser pensada por muchos “opinólogos”. No creo necesario detenerme a analizar su historia, las estadísticas o incluso entrar en el debate de la nueva ley de medios. Lo que me invita a reflexionar hoy es la capacidad que desarrolló la industria televisiva de formar (parte de) la realidad social, política y económica. Y cuando hablo de formar, me refiero literalmente al significado y el poder de dicha acción.
¿La TV como expresión cultural?
Si bien la televisión y los programas periodísticos en general siempre tuvieron como una suerte de prerrogativa de describir y contar “la verdad” sin sesgos, la TV es política, siempre lo fue. Antes quizás de modo más acallado, hoy de modo más violento y salvaje. Es una ilusión la supuesta neutralidad de los comunicadores, tengan la formación que tengan, estén en el canal que estén. Vienen a mi memoria ciertos programas en los que se arengaba el espíritu argentino a modo de consolidar la “unidad nacional” durante el mundial 78 o durante la guerra de las Malvinas, en donde se relataban infinidades de victorias, ficticias claro está, como ejemplos más dramáticos y acabados de la co-participación televisiva.
La publicidad, incluso, no queda exenta de la formación: desde la trasmisión de valores y credenciales sociales que nos brindan determinados productos hasta un bombardeo incesante de pulsión consumista, proselitismo, sin olvidar los tristemente famosos spots de “concientización pública”, notablemente dirigidos a cierto tipo de miembros de “la sociedad”. Algunos ejemplos nomás a modo de anécdota pintoresca: Fleco y Male, o la cumbia pegadiza Triki-Triki en contra del VIH.
Al respecto de los productos, cuando vemos los famosos números, programas como los de Tinelli o Gran hermano poseen un mayor número de consumidores que los llamados programas culturales o serios. “¿Es que acaso -se preguntan los “especialistas”- estamos ante un pueblo decadente que consume mediocridad?”
Siempre se cuestionó la supuesta “calidad” o el carácter “cultural” de lo emitido a la audiencia, y retomando las ideas del antropólogo Néstor García Canclini, me parece oportuno resaltar que la “culturalidad” no está dada por una cualidad inherente al envío, elitista o académica, sino que cada tipo de programa que se produce y consume -aun, ¡sí, créalo o no, Tinelli!-, forma parte de una producción cultural local. No se trata de determinadas características jerarquizables que acercan nuestra televisión a una mayor o menor “culturalidad”. La cultura es la dimensión que da significado a todas las prácticas sociales, ya sean las figuras voluptuosas en Showmatch, un concierto de ópera, una trasmisión de River vs. Boca o los envíos de Paenza en el canal Encuentro. Cultura popular o cultura de elite, al fin y al cabo cultura.
Pero lo que podemos apreciar, de modo más llamativo, es que en general el consumidor aparece como un ser inerte incapaz de distinguir la paja del trigo, sentado al borde, tragando sin masticar aquello que otros por cuestiones de marketing deciden.
De la neutralidad al activismo: de la mesa de Mirta a su mesa
Como fuera señalado antes, la relación directa de los medios masivos con la política y los “estados de ánimo” del soberano no es privativa de la última década, ni siquiera de este país. Si por ejemplo vemos los documentales de Michael Moore (Bowling for Columbine o Fahrenheit 9/11) claramente se pone al desnudo el accionar de los medios en la promoción de determinados sentimientos vinculados a la inseguridad, como trasfondo y causa de decisiones políticas al interior y al exterior del país del tío Sam. Y si repasamos un poco nuestra propia historia, no tan lejana, nos encontramos con un simpático riojano que hacía de las delicias de las mesas de la Señora, danzando al compás de alguna voluptuosa bailarina árabe o mostrando orgulloso su bólido italiano, mientras se desplegaba toda una parafernalia de felicidad “virtual” del 1 a 1 y una serie de medidas de corte neoliberal (privatizaciones, flexibilización y cierre masivo de empresas, por nombrar solo algunas) desencadenando finalmente una de la mayores crisis socio-políticas y económicas de los últimos años.
La relación de los primeros años del menemismo con la mayoría de la prensa fue una vidriera de su vida pintoresca, mostrando aquello que lo dotaba de un gran carisma (¡cómo olvidar sus encuentros con Xuxa, Madonna o la Schiffer, la famosa avispa…!). Por contraposición, luego vino el tiempo de De la Rúa y su triste spot “y dicen que soy aburrido”, y los medios mostraron como nunca antes las protestas sociales, la crisis, el helicóptero, lo que quedó de la fiesta…Con el correr de los años y el advenimiento de la era K, la relación con los medios se vio ciertamente polarizada, tornándose casi violenta con medidas como “fútbol para todos”, la “125” y las protestas de los del campo (con y sin 4×4) y la promulgación de la Ley de Medios, conformándose primordialmente dos claros grupos…“estás con o estás en contra”: el Grupo (multimedios Clarín) y los oficialistas (La TV pública, Encuentro, canal 9 y el amado-odiado 6-7-8). Y pululando, en el medio, algunos otros tratando de mostrar “neutralidad”, contraponiéndose a ambos frentes, como una suerte de último reducto impoluto.
Finalmente en esta batalla -a modo de nota pintoresca-. se fueron insertando en los distintos frentes los “grandes pensadores” (Susana, Mirtha, Tinelli), y otras figuras supuestamente influyentes (en su mayoría pertenecientes al mundo del espectáculo), cuya perseverancia a través de los años en el ámbito de lo público parece haberlas investido de una suerte de impunidad para opinar de cualquier tópico con un conocimiento defendido como “verdadero y apolítico”, que se difunde y publicita como “opinión de la gente”, y consecuentemente, arrogándose la interpelación legítima a las autoridades en su nombre.
Reflexiones Finales. ¿Consumimos o somos consumidos?…
En relación a la TV, el filósofo y lingüista Noam Chomsky, redactó una serie de indicadores del accionar de esta arma silenciosa, exponiendo claramente las estrategias desplegadas frente a los alienados e inertes consumidores.
Más allá del gobierno de turno, los preceptos enunciados, corren a lo largo de la historia de nuestra TV, y son fácilmente distinguibles en los tiempos que corren:
El uso del tono infantil con el que muchos programas se dirigen al público, manipulando no solo con las melodías apropiadas (basta con prestar atención a las sonoras y dramáticas cortinas en cuestiones de seguridad o melodramáticas cuando se muestras fotos de la víctimas), el tono de los locutores (de la mano de un supuesto compromiso social según el tópico), la conveniente estrategia de la edición, con los paragraphs cuidadosamente redactados al pie de la pantalla, todo suma a la hora de utilizar mucho más el aspecto emocional que invitar a una genuina reflexión, todo suma a la hora de buscar el efecto impacto.
En esta guerra pacífica se recurre a la vieja y conocida costumbre de crear distracción de los verdaderos problemas (mostrar entretenimiento o notas coloridas en los propios informativos, obviando medidas importantes); difiriendo la entrega de la información, graduándola, de modo que medidas contraproducentes resulten aceptables o inevitables (recordemos las medidas de privatización en los 90, las campañas en contra de los servicios públicos); se crean problemas y luego se aventuran soluciones (…”acá no hay sensación, hay inseguridad”; “se necesita más mano dura”, “criminalización extendida” por grupo etáreo o de procedencia, etc), soluciones que suelen ser rápidas y poco efectivas a largo plazo, más bien efectistas, respondiendo a hechos trágicos que generan conmoción pública, y que suelen ir en detrimento de derechos más profundos, sin mediar reflexiones responsables.
Asimismo, la creación y fijación de estereotipos no es azarosa ni inocente, es parte de la decisión de un grupo sobre qué mensajes mandar. Un ejemplo no menor y actual, constituyen los debates que se transcurrieron durante la toma del Indoamericano, en donde periodistas profesionales dedicaron franjas de tiempo considerables a afirmar la baja calidad de inmigración que el país recibía, haciendo afirmaciones comparativas sin ningún tipo de fundamento (una suerte de evolucionistas sociales del siglo XIX). Y el problema reside justamente ahí, y se trasmita como un hecho real, acabado y casi científico, con una opinión cargada de xenofobia. Es obvio que todos tenemos derecho a opinar distinto, la cuestión estriba en cuán responsables somos desde nuestro lugar cuando trasmitimos mensajes. La palabra construye, orada en el pensamiento y más allá de apreciaciones personales; la libertad no solo implica diversidad en el pensamiento sino también responsabilidad y apertura del debate. El lugar de los medios no es menor y, así como la vulgaridad y la mediocridad no es tolerada, tampoco lo deben ser la fomentación de la xenofobia y la marginación.
Muchos defensores televisivos escudan y mantienen la vulgaridad y mediocrización de los productos reforzando la idea de que el soberano, luego de extenuantes jornadas y problemas con los cuales debe lidiar en su cotidianeidad (cortes, aumentos, choques, violencia, inseguridad, inseguridad, inseguridad…) desea llegar al calor de su espacio íntimo, familiar, privado a relajarse, distenderse, entretenerse. Se trata de “lo que le gusta a la gente”, lo que “la gente pide”. Casi un nuevo circo romano, “bizarro” claro está, pero con más carne y sin leones de por medio.
La posibilidad de elegir libremente en la diversidad no debe ser una utopía. No se trata de promover una quema pública de televisores o emisoras, al fin y al cabo, no es más que una caja o cuadro (para no quedarnos en el tiempo de los viejos armatostes) y tenemos el poder de apagarla. En una sociedad donde los conflictos sociopolíticos- económicos suelen hacer más pronunciadas las brechas y promover la marginación de las minorías, y en donde la educación se encuentra sumamente devaluada frente al poder de la imagen, sería importante poner a disposición de todos los que quieran las herramientas necesarias para conocer aquello que se consume, reflexionar, “masticar bien lo que se consume antes de tragar”, no creer que esta caja (no tan) boba conoce realmente cómo somos y qué queremos, no dejarse formar… o al menos ser partícipes activos de nuestra propia formación■