Injusticia-opresión-corrupción, trinomio que acompaña toda la realidad latinoamericana y de la cual no se puede ocultar quien pretenda escribir o decir una palabra sobre Jesucristo. Realidades que traspasan toda dimensión humana y que claman desde lo más profundo ser iluminadas, trasformadas y redimidas. El clamor de un pueblo que se sumerge en falsas promesas, en mesías pasajeros que no prometen nada nuevo y que siguen ofreciendo espejitos de colores. Una población sedienta de vida digna y, por eso humana, sigue esperando lo que de sí le corresponde. Nuestra realidad latinoamericana, bendecida por el creador en diversidad cultural, geográfica y rica en recursos naturales necesita ser re-evangelizada y así elevada a nuevas maneras de convivencia.
Pensar la presencia de Jesucristo en línea liberadora por estas latitudes, exige, a quien quiera aportar una idea, hablarle al hombre de hoy envuelto en corrientes de pensamiento y situaciones sociales, económicas y políticas confusas. Esto hace que en el plano teológico nos encontremos en tiempos de transición, de síntesis y de nuevos escenarios en la búsqueda de respuestas al desafío presente.[1] Nuevas voces que se suman al desarrollo que se viene realizando en el pensamiento teológico inscripto en una realidad cultural compleja. ¿Cómo hablar de la bienaventuranza? ¿Cómo hablar de esperanza? ¿Cómo arrojar luz sobre la existencia cotidiana a tantas personas que padecen alguno o todos los elementos ya citados? El cómo es el desafío del teólogo, el qué ya está asegurado. Algo se puede decir, porque hay Alguien que ya dijo e hizo mucho por la vida humana.
“La verdad sobre Jesucristo, el salvador que anunciamos”.[2] Con estas palabras, el Episcopado Latinoamericano busca contribuir al hombre que peregrina en el continente Americano. Presentación del Hijo de Dios hecho hombre en clave evangelizadora, en perspectiva misionera, es la idea fuerte que sería retomada años después, en el último documento del CELAM: “Discípulos y Misioneros de Jesucristo para que tengan Vida”.[3]La elección de esta línea Cristológica se corresponde con la búsqueda de una respuesta a la realidad de nuestro pueblo. Pueblo que percibe la religiosidad, pero que a su vez necesita ser iluminada y elevada por un anuncio que le traiga aire fresco a su vida de fe. El mismo y único anuncio que permita compartir la Buena Noticia con sus pares. Que sea Vida recibida y compartida, espiritualidad en acción.
La evangelización, tarea nunca acabada por la iglesia, que responde al mandato de su Señor (Mt 28, 19), busca nuevas vertientes en ese anuncio salvífico. Cambios epocales exigen nuevas maneras de presentar el siempre hoy de Jesucristo. Es este el aporte, el anuncio y la evangelización, no reducidos a prácticas intimistas. El anuncio del evangelio, de un Cristo vivo y actual, se realiza en la praxis cristiana de la vida cotidiana. Haciendo religioso lo ordinario, evitando su reducción a la presencia de elementos religiosos en los hogares o amuletos mágicos. Descubrir una cristología en línea evangelizadora significará tener en cuenta aspectos sobre la persona de Jesús que no se pueden pasar por alto. El mismo hecho de la encarnación nos pone en una tensión con la realidad. El Verbo hecho carne nos demuestra que la historia, la vida cotidiana, son en sí mismo, buenas, asumidas por Dios. Nada de lo que nos rodea está lejano al “Emanuel” (Is 7, 14). Todo en el hombre es asumido por el Verbo. Todo en el hombre puede hablar de Dios a otros hombres. Es la concepción del hombre correcta, en continuación con el Concilio Vaticano II y la tradición de la Iglesia, donde la humanidad surge como mediadora del anuncio evangélico. En esa concepción se dará la continua tensión entre lo que el hombre es y lo que el hombre está llamado a ser: “El mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado, y que puede aplastarle o servirle. Por ello se interroga a sí mismo”.[4]
Con deseos de infinitud, el ser humano cae en los abismos más profundos de su existencia. Sumido en la contradicción que vive dentro de sí, cae encerrado en su propia muerte. Haciendo indigna su vida y aplastando a los que lo rodean. Consecuencia que padecen sobre todo los más débiles. Conciente de esto, el siervo de Dios Juan Pablo II decía en el discurso inaugural: “Los fieles de vuestros países esperan y reclaman ante todo una cuidadosa y celosa transmisión de la verdad sobre Jesucristo. Esta se encuentra en el centro de la evangelización y constituye su contenido esencial: «No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios» (EN 22)”.[5]
Eran tiempos delicados en el continente. Una visión unitaria -de corte materialista- reducía la figura de Jesús a un mero “subversivo de Nazaret”.[6] El Santo Padre, conciente de este peligro, deja manifiesto que conforme a cómo fuese presentada la figura de Jesucristo se desprendería la imagen de quién es el hombre. Si la mirada es unilateral, reduciéndolo en su identidad ─Divina y humana─, eso mismo se aplica al ser humano. Se lo limita a una concepción únicamente inmanente.
Pensar, contemplar y dar una respuesta a los hechos de sufrimiento que acucian al hombre de hoy son el aporte que la iglesia puede y debe ofrecer:[7] “Es nuestro deber anunciar claramente, sin dejar lugar a dudas o equívocos, el misterio de la Encarnación: tanto la divinidad de Jesucristo tal como la profesa la fe de la Iglesia, como la realidad y la fuerza de su dimensión humana e histórica. Debemos presentar a Jesús de Nazaret compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias de su pueblo y mostrar que Él es el Cristo creído, proclamado y celebrado por la Iglesia.”[8]
Respuesta que todo cristiano debe asumir, respuesta desde sus convicciones más profundas, marcadas ante todo por la posición que el cristiano tome ante la injusticia-opresión y corrupción que marcan la vida de tantos en nuestra tierra. La centralidad en la predicación sobre la persona de Jesús será clave en el documento de Puebla. Presentar una recta y sólida doctrina sobre el Verbo hecho carne fue clave para iluminar la realidad americana. Fue, es y será esencial pensar a Jesucristo desde la dimensión que asume la encarnación en una cultura determinada. Verdadera revolución -liberación- que el Evangelio de la Vida, que el Evangelio del “subversivo de Nazaret” nos seguirá presentando. Revolucionario que supo trasformar de raíz todas las dimensiones humanas que esclavizan el corazón del hombre. Propuesta, anuncio, novedad que la Iglesia está llamada a aportarMaximiliano Turri■
[1] M. González. “Nuevos escenarios y líneas emergentes en la teología católica contemporánea”, Teología XLI, 84 (2004), 41-65.
[2] documento de puebla, CELAM, III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 1979, Introducción a la segunda parte.
[3] Ídem.
[4] GS, La Iglesia en el mundo contemporáneo, Bs. As., Ediciones Paulinas, 1965, 9.
[5] Juan pablo II, Discurso inaugural de la III conferencia Episcopal de Latinoamérica, pronunciado en el seminario Palafoxiano de Puebla de los Ángeles, el 28 de enero de 1979.
[6] ídem.
[7] Cf. DA, V Conferencia Episcopal de Latinoamérica, Buenos Aires, 2007, 19: “Implica contemplar a Dios con los ojos de la fe, a través de su Palabra revelada y el contacto vivificante de los Sacramentos, a fin de que, en la vida cotidiana, veamos la realidad que nos circunda a la luz de su providencia, la juzguemos según Jesucristo, Camino, Verdad y Vida”.
[8] DP, 174-175.