«Género original: blanco. Primera raza: muy rubio (Europeos) de frío húmedo; segunda raza: rojo cobrizos (Americanos) de frío seco; tercera raza: negra (Africanos) de calor seco; Cuarta raza: amarillo olivo (Asiáticos) de calor seco (…). La humanidad existe en mayor perfección en la raza blanca. Los negros son inferiores, pero los más inferiores son los americanos.[1]
I. Todos los rusos son prejuiciosos. Kant es ruso; por lo tanto, Kant es prejuicioso
El lugar que filósofos modernos han ocupado en la fundamentación intelectual del racismo, y en este sentido en la legitimación racional de la dominación colonial a escala planetaria, ha sido tan central en los hechos como marginal en su estudio. Pero lo cierto es que muchas de las relaciones científicas que los antropólogos del siglo XIX establecen entre características físicas y disposiciones morales de los grupos humanos -grupos que denominaron razas- se las debemos a teorías antropológicas como la del célebre Immanuel Kant. Esto, sin embargo, no es tan contradictorio como podría parecer a simple vista. Es más bien algo complementario. Pues para quien concibe la bella idea de que nunca debemos tomar a otro hombre como medio para nuestros fines, puesto que cada ser humano es un fin en sí mismo, el sometimiento de hecho con algún tipo de derecho implicará, sin más, la negación total o parcial de la humanidad del otro, del subyugado. Quizás por eso sea justamente el padre del imperativo categórico quien -respaldándose en tan confiables fuentes de información como son los libros de viajeros y una que otra charla con navegantes que andaban por su pueblo– concibió, en su desmesurado y lustrado cráneo, ideas como la que aquí sirve de epígrafe.
Pero, naturalmente, Kant es sólo un botón de muestra. El problema, que es mucho más complejo, hace a la misma constitución de nuestro imaginario en sus dimensiones más profundas.
Tal como venimos insistiendo en esta sección desde hace tiempo, la modernidad es menos un período histórico que la significación hegemónica que de este se ha realizado.
Es en este sentido que queremos criticar un punto nodal del relato moderno que resulta de insospechadas consecuencias, haciendo foco en el modo en que la cuestión corporal resulta problematizada en su interior.
Suele afirmarse que con la modernidad se realiza un giro antropológico. De acuerdo con esto, el hombre pasaría recién entonces (allá por el siglo XV, XVI) a ser el eje organizador de la realidad. Reduciendo los avatares de la humanidad toda a los desarrollos particulares del mundo intra-europeo, también suele señalarse a Descartes como el más logrado expositor en el ámbito de las ideas de dicho cambio de época. La justificación de tan difundida aseveración es que su filosofía exhibe y despliega algunas de las principales características del sujeto (moderno). Introyectando en el individuo la dualidad que antes organizaba el mundo externamente; cuerpo y alma pasan a ocupar el lugar que otrora ocuparan tierra y cielo respectivamente. Análogamente, aquél quedaría subordinado a esta, jerarquizando así en términos de superior e inferior las dos res, la extensa y la cogitans.
Dentro de este relato, sin siquiera cuestionar las perspectivas y categorías que provee esta construcción intra-europea de lo humano y sus conflictos, muchos pensadores y pensadoras han denunciado este carácter opresivo asignado al cuerpo. Lúcidos, en la medida de sus posibilidades, han levantado la voz contra la razón y han reclamado por la liberación de cuerpo. ¡Arriba el cuerpo! ¡Abajo la razón!
Ahora bien, a nosotros estas consignas nos resultan demasiado parciales, planteos de verdad provincianos por más ínfulas de universalidad que posean por cocinarse en los centros geopolíticos. Entendemos, pues, que abogar por la liberación del cuerpo, eludiendo las marcas coloniales que a este le ha infringido la historia moderna capitalista es, además de teóricamente abstracto, políticamente inconducente.
Por eso, en primer lugar, debemos señalar que es un determinado modo de lo humano aquello que pasa a ocupar el centro de la escena en el siglo XV, y no “el hombre en sí”. Suponer esto último es suponer (eurocéntricamente) que el hombre ha existido desde siempre idéntico a sí mismo y se ha mantenido, conciente o inconcientemente, al margen de la historia, agazapado, esperando agazapado su momento justamente en “Europa”. Pero esto no es así. Y no sólo porque, como bien demostraría cualquier buen marxista, la noción de individuo adviene en un determinado momento del desarrollo de los modos de producción de la historia, puntualmente el pasaje del feudalismo al capitalismo; sino también porque innumerables y diversas experiencias de lo humano poblaban ya, y pueblan hoy, la tierra simultáneamente a la pequeña región (que luego sería identificada como) europea primero, occidental después.
II. Nosotros somos humanos. Ellos no son nosotros; por lo tanto, ellos no son humanos
Lo que acontece en la modernidad es que una vez que esta singular modalidad de lo humano, encarnada por un grupo (machos, blancos, cristianos), hace su aparición en la historia, y en la medida que va expandiéndose a sangre y fuego sobre el resto del mundo, conquistando, colonizando, en suma humanizando a todos los demás, la filosofía debe tomar a su cargo la penosa labor de justificar por qué un grupo de hombres puede, y debe, reducir a otros a la servidumbre y la esclavitud. Lo que se dice astucias de la razón.
Las ideas del epígrafe permiten reflexionar acerca del modo en que los cuerpos de los colonizados fueron clasificados desde 1492; y cómo esa clasificación sirvió de indicador sobre la humanidad, o no humanidad, de quienes iban topándose en el camino de los conquistadores, de aquellos que iban siendo incorporados al proyecto moderno capitalista.
Quijano ha explicado que:
Dos procesos históricos convergieron y se asociaron en la producción de dicho espacio/tiempo (América) y se establecieron como los dos ejes fundamentales del nuevo patrón de poder. De una parte la codificación de las diferencias entre conquistadores y conquistados en la idea de raza (…) De otra parte, la articulación de todas las formas de dominación del trabajo, de sus recursos y de sus productos, en torno del capital y del mercado mundial.
Como hemos explicado en otros artículos de esta sección, ese patrón de poder, que denominamos colonialidad, refiere un complejo proceso histórico en el cual raza y capital se transforman en ejes articuladores de un nuevo e intrincado proceso de clasificación y ordenamiento de los cuerpos que habrá de expandirse espacial, a todo el mundo, y temporalmente, desde entonces hasta nuestros días.
Es por desde esta caracterización que concebimos como abstracto abogar por la liberación de los cuerpos sin hacer referencia al modo en que los distintos y diversos cuerpos han sido marcados por la experiencia colonial. No sólo porque en líneas generales estos planteos suelen redundar en planteos de tipo liberales que centran el principio y fin de los problemas en los individuos (y no en las relaciones y condiciones sociales en que estos se desarrollan y efectivamente viven); sino también porque los hombres y las mujeres negros, los hombres y las mujeres indígenas, saben muy bien – con y desde sus cuerpos, con y desde sus almas, que no son sino un todo – que no se trata de arremeter contra una razón abstracta, instrumental, inhumana en general proponiendo danzas y proclamas centradas en la corporalidad.
Estas consignas, incluso sin saberlo, suelen concebir el cuerpo en términos universales y así borran, a su modo, las relaciones de opresión que en este anidan. Por eso de lo que se trata es de descolonizar la comprensión hegemónica, incluso en su faceta crítica.
No hay la razón y no hay el cuerpo. Hay razones y cuerpos.
No hay abstracta subyugación del cuerpo por la razón que deba resolverse invirtiendo la relación como muchos creen. ¡Arriba el cuerpo! ¡Abajo la razón!…
Lo que aún hay, y no debe haber, es dominación y explotación de unos cuerpos por otros cuerpos, de unas almas por otras almas… Lo que hay, y no debe haber, es dominación y explotación de unos hombres y mujeres por otros hombres y mujeres…
Lo que aún no hay, y urge haber, son relaciones humanas, es decir relaciones más acá y allá de las que habilita y sanciona la silogística, colonial y capitalista, de la modernidad■