Si el museo es el lugar de la cultura por excelencia, ¿cuál es el lugar del museo cuando las bombas apremian? Mapas, fronteras e intersticios del arte y la cultura en tiempos bélicos. A continuación, la mirada de una turista latinoamericana frente a una exposición poco usual.

 

El concepto de cultura ocupa sendas páginas en cualquier diccionario de Ciencias Sociales. La cultura, en su acepción sociológica, es el sistema o conjunto de prácticas cotidianas, acciones, ideas o valores sobre el mundo y los modos de vida que posee una sociedad. El sentido común -especialmente fuera de los entornos académicos- asocia el término cultura con el arte y la acumulación de saber. En este sentido, desde hace siglos, el museo es el lugar de la cultura por excelencia. “Cultura” en mayúsculas, “cultura” en voz alta, “cultura” con “todas las letras”. Pero también esconde la violencia del saqueo y el pastiche, la descontextualización, la distancia entre el ojo que observa y el artefacto cultural. Sobre esto reflexionaba un día de Marzo de 2010 cuando, al salir del Museo del Prado en Madrid, me topé con una exposición que llamó mi atención. El lugar de la muestra no era al interior del Museo del Prado, sino los hermosos bulevares del Paseo del Prado, que se encuentran frente a él.

La exhibición se titulaba “Arte salvado” y narraba nada menos que los esfuerzos de un grupo de republicanos que durante la Guerra Civil Española salvaguardaron las obras de arte de los bombardeos franquistas. En el 70° Aniversario del Salvamento del Patrimonio Artístico Español, la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales homenajeaba a los verdaderos centinelas del arte y la cultura. La exposición consistía en stands formados por simulacros de cajas de traslado de obras de arte. Las luces se encendían al caer la noche y revelaban la reproducción de esa obra contenida en la caja. Al costado, un recuadro narraba el itinerario del tesoro artístico.

La experiencia de observar este relato como objeto de exhibición me hizo pensar en la guerra. Abordada desde el cine, la literatura, la filosofía, el arte, el conflicto bélico deja resquicios de la vida social y cultural que suelen quedar sin explorar. ¿Qué pasó con estos grandes monumentos de cultura (como sinónimo polémico de arte) durante la Guerra Civil Española? Este grupo de funcionarios y militantes republicanos, por necesidad y espíritu de lucha, recorrieron gran parte de España, Francia y Suiza para poner a salvo a Goya, Velázquez y otros tantos. He aquí, algunas de las referencias históricas que la muestra daba a conocer.

El museo durante la guerra

El 09 de Septiembre de 1936, fue nombrado Director General de Bellas Artes el pintor Valenciano Josep Renau (1907-1982). A él se debió la protección definitiva del tesoro artístico. Con este objetivo, el 05 de Octubre se fundaba la Junta Central del Tesoro Artístico, bajo la presidencia del pintor Timoteo Pérez Rubio (1896-1977). El gobierno republicano decidió trasladar su residencia de Madrid a Valencia a principios de Noviembre de 1936. Salió de la capital el día 07. El acoso bélico precipitó la decisión de evacuar también las obras del Museo del Prado. El 10 del mismo mes, partió la primera expedición. En sucesivos envíos fueron evacuándose piezas de otros sitios como el Palacio Real, el Escorial, la Academia de San Fernando y el Palacio de Liria.

El recorrido en dirección a la frontera con Francia duraría dos años y medio. Las obras compartían el itinerario de la República: donde el Gobierno iba, el museo acompañaba. El tesoro artístico se convertía en símbolo de la legitimidad del Gobierno de la República. El legado histórico de la nación se encontraba bajo su potestad. Los destinos siguientes fueron Barcelona y Figueras, donde se firmó un acuerdo el 3 de Febrero de 1939. Éste determinaba, entre otras cosas, que las obras serían confinadas en Ginebra al Secretario General de la Sociedad de las Naciones (organismo internacional creado una vez finalizada la Primera Guerra Mundial con el objetivo de garantizar la paz entre las naciones y la integridad y seguridad de los Estados). El transporte de la frontera franco-española a la frontera franco-suiza estaría a cargo del Comité Internacional que acababa de constituirse, formado por comités de patronato de distintos museos europeos y norteamericanos. Los camiones serían escoltados por un delegado del Gobierno español, técnicos del Museo de Prado y representantes del Comité Internacional. Cuando las obras arribaran a la Sociedad de las Naciones, el secretario firmaría al delegado del Gobierno español un recibo comprometiéndose a devolverlas únicamente al Gobierno de España, una vez que la paz fuera reestablecida. Tras leerse el último punto, el Gobierno de la República pidió que en ningún caso las obras sean objeto de limitación, enajenación o embargo.

La evacuación del tesoro artístico de Cataluña a través de la frontera franco-española se realizó del 03 al 09 de Febrero. Los problemas de evacuación tuvieron que ver, fundamentalmente, con el bombardeo sistemático de la legión Cóndor, la Aviación Legionaria Italiana y la Aviación Franquista. También influyeron negativamente la saturación de las carreteras, el cierre de fronteras y el clima frío.

Un tren especial organizado por el Comité Internacional partió de Perpiñan el 12 de Febrero, y llegó al anochecer del día siguiente a Ginebra. Muchos fotógrafos y periodistas esperaban a Timoteo Pérez Rubio. La prensa internacional había seguido de cerca la labor de salvación y celebraba este acontecimiento. Los 2000 tapices y alfombras, las 441 cajas de cuadros y dibujos, las 142 cajas de objetos artísticos y esculturas y las 196 cajas de manuscritos y libros fueron inventariados en el mes de Marzo, pese a las presiones ocasionadas por los franquistas. Timoteo Pérez Rubio y el Comité Internacional junto con un Comité de Expertos formado por especialistas en conservación realizaron la tarea. El Comité Internacional, con el objetivo de reembolsar los gastos de salvamento, elevó al Gobierno de Franco una petición de exposición. Éste, pocos días antes de anunciar su retirada de la Sociedad de las Naciones, rechazó el pedido y concedió la muestra a la ciudad de Ginebra. La exposición en la ciudad suiza fue un gran éxito internacional utilizado por el franquismo como propaganda en el exterior y como estrategia de desprestigio hacia los republicanos, acusándolos de haber querido vender en el extranjero las obras de arte. En la inauguración, los nacionalistas prohibieron la entrada al secretario de la Sociedad de las Naciones y a los miembros del Comité Internacional. Les negaron todo mérito en esta ardua empresa y se arrogaron para sí el logro de haber “rescatado” de los “rojos” el tesoro artístico.[1]

El lugar de la mirada

En este presente, mientras España se debate internamente en una polémica por los crímenes del franquismo, semejantes a los crímenes de Lesa Humanidad llevados a cabo en Argentina y tantos otros países latinoamericanos durante las dictaduras militares, me pareció pertinente que esta muestra valorara a los verdaderos guardianes del patrimonio cultural español.

Son tres las inversiones que esta exposición efectuó: concibió el relato como objeto “museable”, traspuso el lugar del museo fuera del museo mismo e hizo de su historia un eje de exhibición. Los espacios de la cultura y sus itinerarios no son ingenuos, están manchados con sangre. De ellos hay que recuperar otros relatos silenciados. Los espacios siempre nos susurran. ¿Dónde está París? ¿En su torre Eiffel o en las placas que exhiben las fachadas de las escuelas recordando a los niños deportados durante la ocupación? ¿Donde está el verdadero Cuzco? ¿En la piedra inca o en la piedra conquistadora? ¿Dónde el oro del Perú? ¿En los hilos que decoran las paredes del palacio real de Madrid? En eso pensaba una turista latinoamericana cuyos ojos contemplaban con tristeza a un estudiante marroquí pagar una costosa entrada en Euros para ingresar a la Alhambra, mientras los estudiantes alemanes estaban exentos de abonar su ticket. Los mapas de la cultura esconden sinuosos caminos de violencia, disputa y ultraje. Ya lo dijo Walter Benjamin: todo documento de cultura es a la vez un documento de barbarie


[1] La información histórica que se expone en este texto fue extraída de la misma exposición. Es el resultado de la investigación de numerosos historiadores cuyos textos fueron consultados a la hora de realizar los catálogos. No puedo consignar sus nombres por no contar con los datos necesarios.

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