En tiempos de racismo necio e ignorante desprecio, la cultura popular enlaza hermanos de sangre y destino. Porque lo bello enamora, deshace prejuicios y discute los malos juicios. Así como el respeto y la tolerancia no se imponen con sermones ni advertencias, así la fraternidad en tanto idea se construye, como se construye cualquier conocimiento.

Aquí una muestra de que la cultura popular, en la Escuela Pública, puede hacer fácil lo difícil.

Cantos, danzas, pinturas o leyendas son las más bellas maneras en que un pueblo dibuja poéticamente su corazón y su mirada. Formas de desafiar y elaborar miedos, respuestas maravillosas a las preguntas por el origen y el destino, son resultado de la lucha por desentrañar los misterios de la vida.

La cultura siempre habla de la vida porque conjura la muerte. Más altos, menos callados, más morenos o en otro idioma, todos los seres humanos tememos, amamos la vida, buscamos amor y nos preguntamos sobre el tiempo. Por eso, de muy diversas maneras, todos hacemos lo mismo. Por eso, a pesar de ser distintos, somos todos hermanos.

Es nuestro derecho saber qué comen más allá del río, qué cantan tras la montaña, cómo se visten donde el sol se esconde. Es un derecho para que decidamos si nos gusta y si merece disfrutarse.

La cultura popular, además, es causa y consecuencia de una creación. Apreciando y haciendo creamos. Y si no somos creativos, si no inventamos, estamos perdidos.

La cultura es un producto colectivo. Aunque la obra final tenga una sola firma, la fuente es popular, es de un conjunto que el artista expresa. Por eso también fomenta la participación, es una invitación a ser parte de algo común.

En nuestra escuela trabajan y aprenden hijos de todos los rincones del continente. Si aquí trabajan y crecen, si aquí hablan y piensan, también es su Bandera la que izamos por la mañana. A continuación, un día de trabajo como cualquier otro entre tantos presentes, ocultos y constantes.

Fragmento de un diario pedagógico, tercer grado: Lunes 21 de julio de 2008.

Desde Bolivia soplan vientos cálidos y rebeldes por estos tiempos. Desde Bolivia viene también Daniela, alumna de quinto grado, hermana de Kevin, quien abre la puerta de nuestra aula con su siku y su gran sonrisa. Hace unos días la habíamos invitado para que nos muestre el instrumento amado, para que nos ofrezca los metálicos colores de sus tonos, la historia que esconde en cada caña.

Ante la expectativa y la atención general, Daniela nos habla del origen del siku, del nombre de ambas hileras –ira y arka– y del amor con que se toca. Lentamente va soltando palabras y soplando sus sonidos. Nos conmueve con canciones que hacen estallar dos mil aplausos.

Ellos preguntan y observan cuidadosamente, con interés genuino. Generosamente, Daniela presta su flauta para que cada uno intente sacarle algún sonido. Así comprueban el difícil arte que entraña tocarla. Tanta atracción produce que Daniela nos invita a su Centro Cultural, donde según ella “cualquiera puede aprender a tocar”. Muchos anotan la dirección y prometen darse una vuelta.

Mientras tanto veo a Kevin que escribe, tímidamente conmovido por las cálidas palabras de su hermana:

El siku es un instrumento musical que se toca con mucho amor, que se toca con el viento (sería con el viento que hacés con la boca). Así se toca este instrumento.

Con el remolino que vibra en las cañas hoy viajamos al altiplano bailando en rueda desprejuiciada, bandera brillante, mano en cadena.

Sobre el final del día volvemos a la música, cruzando esta vez hasta Colombia. De la mano de la milenaria Toto la Momposina escuchamos “El pescador”, una cumbia clásica de las que suenan con tambores y cruda voz de raíces negras.

Hablamos de la cumbia que ellos conocen, de las diferencias, de este pescador triste y contento a la vez, porque tanta fortuna le falta como amor lo espera. Conversamos también sobre la música popular y sus orígenes negros, lo que los sorprende y alegra.

Les propongo que dibujen luego de saborear la canción con el oído y con las palabras. Llenos de colores entonces van pintando sus cuadernos y la imagen que la canción les inspira.

Noemí despliega sus brillantes dotes pictóricas y muestra que sabe observar. Dibuja al pescador en conversación con la luna, en el monólogo de su reflejo, espejo que nos brinda el mar para las noches solitarias.

A muchos impacta la figura del pescador hablando con la luna, por eso aparece en casi todas las ilustraciones. Aylen también dibuja un reflejo, porque Noemí se lo presta como idea y modelo. Ariana, por su parte, se lo imagina contando estrellas y camarones.

Así entonces, de la mano de la música y sus historias, vamos conociendo el mundo y vamos navegando los ríos de sangre unánime que fluyen por las entrañas latinoamericanas. Por esto nos queda cada vez más claro que quien dice que en el arte o en la educación no hay política o es un ingenuo o es un mentiroso. Tocar una zampoña boliviana, escuchar una tonada en guaraní, bailar una cumbia de Colombia, cantar un romance tradicional puertorriqueño, una poesía popular española, un son cubano o un pregón venezolano son manifestaciones de nuestra cultura profunda, rica, original y por lo tanto liberadora.

Desplegar la cultura popular en la Escuela Pública es también, entonces, un acto político y pedagógico

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