Debido a que uno de los principales motores que animan esta columna es el de promover la libre reflexión, les acerco un botón de muestra para pensar el poder de las imágenes, en aquello que revelan y en aquello que ocultan. En esta oportunidad recorramos la idea general y algunos fotogramas de Imágenes del mundo e inscripción de la guerra (Harun Farocki, 1987).
Medios y fines de los medios de comunicación: la lucha por el poder
El poder de los medios de comunicación reside justamente en el manejo de la información. Manejo que se da tanto en el plano del contenido que se difunde como en la forma en la que se lo presenta. Estas modalidades permiten la manipulación de los hechos acontecidos (y aquí cobra relevancia el concepto de punto de vista, es decir desde qué lugar y cómo se enfoca lo ocurrido).
Algunas de las armas con las que cuentan estos medios para llevar a cabo sus cometidos son –según el soporte del medio- las imágenes, la presentación de los sucesos (ya sea a través de los titulares o de los comentarios en torno a la noticia), el tiempo de visibilidad y la insistencia en algunos temas que pretenden instalarse. Aboquémonos a lo que a la imagen respecta.
Imágenes serviles e imágenes peligrosas
Resulta innegable que, según quien sea el encargado de la decisión, ciertas imágenes tendrán un destino de circulación, muestra e imposición y otras solo ocultamiento o la destrucción.
Judith Butler trabaja un ejemplo contundente y explica que en muchas guerras los Estados regulan directamente la conveniencia o no de mostrar los muertos, ya sea del propio bando –lo que puede resultar desmotivador y generar en la sociedad una respuesta negativa frente a la participación del país en esa guerra- o del contrario, porque es una forma de brindar información al enemigo y porque puede resultar traumático para los ciudadanos ya que se genera cierto repudio[1].
Botón de muestra: Imágenes del mundo e inscripción de la guerra (Harun Farocki, 1987)
François Niney sostiene que “Imágenes del mundo e inscripción de la guerra es un análisis de la mirada que delegamos a las máquinas para fines industriales y guerreros, cuadrícula del territorio e identificación de las poblaciones, construcción y exterminación. (…) Trata de las relaciones entre las máquinas de visión la logística, muestra claramente cómo los Aliados disponían de vistas aéreas de Auschwitz, pero no vieron nada, no supieron nada, o no quisieron ver.”[2]
La imagen que acompaña esta nota corresponde a uno de los fotogramas de la película en los que se muestra una de las tomas aéreas que probaban la existencia de los campos de exterminio, pero -como comenta Farocki- como quienes las tomaron no buscaban los campos tampoco los “encontraron” a pesar de la claridad de la imagen en la que podemos observar una fila de incontables prisioneros, como una fila de hormigas dirigiéndose hacia el edificio en que los iban a registrar, rapar, tatuar, clasificar y distribuir según su aptitud para trabajar o morir.
La voz que acompaña la presencia en la pantalla de esta fotografía narra: “Los nazis no se dieron cuenta que estaban fotografiando sus crímenes. Los norteamericanos no notaron que los estaban fotografiando. Las víctimas tampoco notaron nada.”
Pero la fotografía existe, irrefutable, como las de los mismos campos incluidas en El Extraño (Orson Welles, 1946) con una notable cercanía temporal al exterminio y con todo el ánimo de probar que esto sucedía, que era necesario abrir los ojos y VER… que era necesario mostrar; o como las de Noche y Niebla (Alain Resnais, 1955) realizada con las terribles imágenes tomadas en la apertura de los campos; como tantas otras capturas atroces más cercanas a nosotros (pienso por ejemplo en la secuencia fotográfica que probaba el asesinato de Maximiliano Kosteki y de Darío Santillán y que no se publicó hasta 48 horas después de la Masacre de Avellaneda).
¿Con qué fin mostrar estas imágenes? ¿Necesidad o morbo? Me quedo con un pensamiento de Harun Farocki: