Escalando el frío matinal se levanta el sol de abril sobre el inmenso pabellón. Al compás de sus solemnes destellos, la bandera sube. Este cotidiano ritual tiene hoy un condimento especial: a 30 años de la herida, preludia el acto por el Día de los Caídos.
Rompemos filas por unos instantes para dejar mochilas en las aulas. Volvemos luego al inmenso patio sin centro, sin Sur ni escenario, a formar nuevamente.
Hace su entrada la Bandera de Ceremonia… Desfila el estandarte entre las palmas llevado por Jorge, de séptimo grado, nacido hace 12 años en La Paz de Bolivia. Lo escoltan Clarisa, con su “eshe” jujeña, y Rocío, de ávidos ojitos guaraníes.
Entonamos los acordes del Himno Nacional Argentino… “Al gran Pueblo Argentino ¡Salud!” cantan los Quispe, los Mamani y los Condorí; “Oíd mortales el grito sagrado: Libertad, Libertad, Libertad”, entona Jenny buscando a su madre entre los pasillos de la villa; “Oíd el ruido de rotas cadenas” dice Mayra mientras escucha la canción de su padre preso; “Sean eternos los laureles que supimos conseguir” murmura Jésika esperando ansiosa la vianda del mediodía; “O juremos con gloria morir” susurra Alejandro recordando al tío, apaleado por la policía.
Los alumnos de sexto nos leen unas palabras… Emotivas e interesantes las líneas: el reclamo histórico, el desembarco, la guerra, la Dictadura… Los grandes los seguimos. ¿Todos los siguen? ¿Ellos mismos se siguen?
La maestra de séptimo lee una carta escrita en las Islas por el maestro soldado Julio Rubén Cao dirigida a sus alumnos de tercer grado… Las palabras simples, amplias y claras colman el edificio interminable inundándolo de silencio. Todos escuchan con interés. Vemos algunas lágrimas y los maestros no podemos evitar las propias. Será por cercano en tiempo; será por identidad de la tarea, o por la vida ofrecida en verde batalla, permanente en blanca trinchera. ¿Será porque en esas palabras no hay Patria que deje afuera, porque no existen fronteras impuestas al amor pedagógico?
Cierra el acto con unas palabras la señorita directora… Nos recuerda que el 24 de marzo y el 2 de abril no están cerca solamente en el calendario. La irracionalidad de la Dictadura los reúne para entenderlos históricamente. Una cosa es la legítima Soberanía y otra la demencia de la Guerra; el justo reclamo y los derechos históricos sobre el territorio nada tienen que ver con una invasión ridícula e improvisada. Breves frases que apuntan a separar lo que se ha fundido y difundido.
Ya cerrado el encuentro nos vamos a las aulas. Vemos a algunos que subiendo las escaleras se revisan los bolsillos, tal vez acomodando algún recuerdo, tal vez un llanto o un fastidio, o quizás un pensamiento, para llevárselos bien guardaditos a su casa■
Rápidos apuntes frente al cenotafio de los caídos en Malvinas, ubicado en el Parque Indoamericano, ciudad de Buenos Aires.
Sepulcros vacíos.
Desamparados carteles custodiados por árboles secos recuerdan a los caídos en las Islas, muy cerca de la escuela.
La “llama eterna” no arde, quemada por el frío de mayo. La bandera pequeña, débil, tirita en un mástil oneroso sin llegar a la cumbre.
No hay nadie más que unos perros echados.
De fondo, las torres y el humo negro de la ciudad escondida.
De fondo también, como ironía de un cruel destino, se escuchan tiros: las prácticas habituales en la escuela de cadetes de la policía federal.
Ni aquí, tan lejos de su fin, los pibes pueden descansar en paz.