Ya lo explicó Lacán: el yo se define por una identificación con la imagen de un otro, por otro y para otro. El yo no es el centro del sujeto, sino que más bien está constituido, por un «baratillo de identificaciones», por un patchwork de imágenes singulares. En estas épocas que vivimos, la preocupación por la estética personal ha alcanzado niveles nunca antes vistos, los cánones de belleza han llegado a lugares imposibles, los centros de estética han colmado los anuncios y las calles (cual Starbucks en aquel capítulo de Los Simpsons); cualquiera tiene al menos un conocido que ya se ha hecho algún “retoque”; y un implante de senos es un posible regalo de cumpleaños para las niñas que cumplen 15.
Es sabido que cada época ha contado con sus propios rituales e ideales de “belleza”. En la actualidad, claramente,los prototipos se nos imponen a través de los medios de comunicación, principalmente el cine, la tv, la publicidad y las redes sociales, y estigmatizan la imagen que tenemos de nosotros mismos, insertos en el-muchas veces perverso- juego de mirar y ser mirado, y la necesidad constante de brindar cierta conformidad y satisfacción al ojo del otro.
Si de estigmas hablamos, resulta interesante mencionar el curioso caso de Mireille Suzanne Francette Porte, conocida más comúnmente como Orlan (nombre que, por un lado, deriva de la fibra óptica “Orlon”, y por otro, proviene del traje espacial soviético “Orlan”), quien ha utilizado su propio cuerpo como terreno de experimentación artística.
Orlan es una profesora de Historia del Arte francesa, que,desde su juventud se ha preocupado por criticar la idealización y cosificación de la mujer y el arte como bienes de consumo, realizando numerosas performances e intervenciones en la vía pública:ha posado desnuda en la calle;ha filmado su propia menstruación; se ha burlado de íconos religiosos vistiéndose de virgen dejando un pecho desnudo para jugar con la dicotomía “virgen-puta”; se ha transformado en máquina expendedora de besos en una feria; entre otras acciones no menos provocativas.
Pero indudablemente, su obra maestra, resulta ser aquella realizada a lo largo de la década de los 90, a la que dio por nombre La Reencarnación de Santa Orlan, una serie de cirugías estéticas que tuvieron por objetivo la creación de una conjunción de las fantasías que los hombres han proyectado a lo largo de la historia, a través de imágenes femeninas de la mitología, el arte y la religión: su rostro adquirió la barbilla de la Venus de Botticelli, la frente de la Mona Lisa de Da Vinci, la boca de Rape of Europe de Boucher, los ojos de Pysche de Gérômey la nariz de Diana, diosa romana de la luna, la caza y la castidad. De esta manera pretende demostrar quela unión de las mejores partes de íconos de femeninos de belleza de todos los tiempos, no sería suficiente para lograr la “Eva ideal de un Adán”; y dar a conocer no sólo que el objetivo es inalcanzable, sino que además el proceso es horroroso.
El quirófano se transformaba en un escenario, las operaciones en una completa puesta en escena: Orlan era intervenida quirúrgicamente sólo bajo anestesia local, mientras leía en voz alta textos tales como El Estadío del Espejo de Lacán, o Powers of Horror de Kristeva. La acompañaba un grupo de performers, los médicos eran caracterizados, el quirófano era invadido por elementos que iban desde crucifijos hasta frutas, y contaba con vestimenta confeccionada por diseñadores del nivel de Paco Rabanne. Estas operaciones eran televisadas y transmitidas por internet, lo que permitía la interacción de Orlan con los espectadores. De esta forma ella, al igual que dios, lograba la omnipresencia: era capaz de estar en todos lados al mismo tiempo, y a la vez en ninguno. Todo el proceso fue registrado paso a paso por videos y fotografías, para dar respuesta a la obsesión de los individuos con lo visual, y reflejar en qué medida han sido reconstituidos los sentidos humanos al ser atravesados por las nuevas tecnologías de la medicina y de la comunicación, en un mundo en el cual la violencia y la crueldad se han convertido en productos de consumo de todos los días. Sostiene que “Si la medicina es la religión de nuestra época, el quirófano es nuestro santuario sagrado.”. Varios registros de estas performancespueden verse en el documental-no-apto-para-impresionables Carnal Art (Stephan Oriach, 2001), disponible en YouTube. Las imágenes resultan fascinantes a la vez que repugnantes, es imposible olvidarlas fácilmente.
Muchos han malgastado su tiempo juzgándola por su belleza o su fealdad, por su sanidad mental o locura, pocos comprendieron que el objetivo perseguido por Orlan nada tenía que ver con mejorar su estética, o criticar las cirugías, o morir en el intento; esto hizo que demorara dos años en hallar un cirujano plástico que comprendiera y acompañara su proyecto. Su crítica se destina al estricto régimen de belleza al que se someten los famosos, y quiere demostrar de qué manera la imagen que tenemos de nosotros mismos se encuentra estigmatizada por la publicidad y el cine.Para eso rompe el espejo, deja de reconocerse en él, desenmascara el truco, revela aquello que hay detrás-de, para que el espectador no olvide que el ideal es simplemente una ilusión, que no hay nada bajo la máscara. No espera una respuesta determinada,espera simplemente un espectador activo, “que se trague su voyeurismo”.
Orlan es un modelo que no puede copiarse, y, al mismo tiempo, es una copia sin original. Es la mujer que fue y que será, mientras no es nada al mismo tiempo. Destruye las divisiones entre hombre-mujer, interior-exterior. Llegó a autoproclamarse “primera transexual de mujer a mujer” (por lo que fue no poco criticada), pero a diferencia del transexual que se cambia el sexo para completarse, Orlan nunca lo logra. Ella es un “cadáver exquisito” de su propio cuerpo, una muñeca viviente a la que arma y desarma con sus propias piezas, juega consigo misma, invierte el orden natural,canibaliza el canon de belleza, poniendo el cuerpo en el lugar del espectáculo, evidenciando el ritual de sumisión, jugando con el ser sujeto y objeto fetiche al mismo tiempo.
Orlan es el monstruo de Frankenstein, fabricado por ella, en sí misma, es ella quien le da vida. El monstruo de cada época ha hecho las veces de chivo expiatorio de las ansiedades de la sociedad, esa pesadilla colectiva, esa pobre criatura creada por gente con dinero que ahora no la necesita. En tiempos de Mary Shelley (quien antes de casada llevabacomo primer apellido el de su madreWollstonecraft , filósofa feminista) supo representar, entre otras cosas, el temor a las máquinas que reemplazaban a los obreros en el contexto de la Revolución Industrial; en plena crisis de losaños ´30 a través del film Frankenstein(James Whale, 1931) el monstruo, que es mudo, incapaz de expresarse, posee un cerebro criminal culpa de la sociedad, yes ese otro salvaje que corporiza lo sexual reprimido.
Podemos pensar a Orlan comoese otro monstruoso de fines del siglo XX y principios del siglo XXI, aquel cuerpo reciclado, aquella carne muerta y resucitada en una nueva forma, aquello que la sociedad se ocupa de tapar, el temor a la caída de las imágenes que esconden una verdad, el temor a la imposibilidad de imperfección y eternidad, la vulnerabilidad que encierran los cuerpos “bellos”. El simple montón de tripas que, al fin y al cabo, todos en realidad somos■