Marchas de disidencia sexual (gays, lesbianas, trans en todas sus variantes posibles), encuentros de mujeres, cambios de sexo, comidas light, abortos, drogas, entrenamientos, deportes, danzas, sexo puro y duro, mucho sexo; los cuerpos de hoy se consuman en extremos, en libertades, en dolores y en placeres; movimientos, condicionamientos y vicios. Son virtualidad y permanencia. Atraviesan disciplinamientos y revoluciones. Están expuestos, demasiado expuestos. Si hubo un tiempo en que la razón y el pensamiento dominaron la escena, hoy la tendencia se revierte: se vive con el cuerpo, y ya, por favor, no nos enrosquemos en la claridad y la distinción modernas.
Hace más o menos quinientos años, la ciencia dejó de lado el cuerpo para poder caminar más liviana. Y así avanzó: borrados la corporeidad y los reparos morales, no hay límite para el conocimiento. En ese andar, el desarrollo científico llegó a lugares impensados. Desde que Descartes notó que los sentidos lo podían engañar y que la razón era una fuente de conocimiento indubitable, la balanza se inclinó definitivamente para el lado racional. “Cuanto menos presencia del cuerpo y de la subjetividad haya, el resultado será más objetivo”, se suele escuchar. Y si bien hay cosas en las cuales la objetividad es deseable (como un Boca-River), lo cierto es que no siempre es posible, y otras ni siquiera es deseable. Decimos que no es posible porque entendemos que la ciencia no se puede escindir de las condiciones materiales en las cuales tiene lugar. Afirmamos que no es deseable porque muchas veces, detrás de la gran legitimidad que goza una investigación objetiva, se ocultan los verdaderos intereses que la motivan.
Recuperar el cuerpo significa, en primer lugar, reconocerlo: el pensamiento no es solo espíritu, no puede serlo. El pensamiento acontece y tiene que tener un lugar donde hacerlo. Ese lugar es el cuerpo, el pensamiento se hace carne en el cuerpo y no puede ser sin él. La negación de la corporeidad equivale a negar el mismo pensamiento, por lo menos en un sentido completo, a veces estratégico. Afirmamos que el gesto político no consiste en pensar los cuerpos, estudiarlos, conocerlos; el gesto político es comprender (ya no pensar, estudiar, conocer) que los cuerpos son parte del pensamiento y del conocimiento, porque uno no puede darse sin el otro, y también porque negarlo ya constituye una decisión: excluirlo del ámbito de significación.
La introducción de la ciencia y el pensamiento en este espacio editorial tiene un fin ilustrativo. No pretendemos hacer teoría científica, sino pensar el cuerpo, y para hacerlo, encontramos que debemos desandar este camino. El cuerpo que buscamos se encuentra oculto, ha sido borrado de la ciencia, destratado en la historia y negado en la política; pero no ha sido extinguido. De lo que se trata, entonces, es de recuperarlo. No solo para la ciencia, sino, más bien, para la vida.
La multiplicación de los espacios en los que hoy en día los cuerpos se pronuncian como corporeidad sin más se explica tanto por el fracaso de los intentos de disciplinarlo como por el reconocimiento de que esos intentos eran falaces. No podemos seguir negando nuestros cuerpos a la hora de hablar, no podemos escondernos para ser aceptados, necesitamos ser escuchados tal como somos, y reconocer, por fin, que esos defectos y vicios que poseemos nos constituyen. Debemos afirmarlos.
Sin embargo, este movimiento y quiebre con lo establecido tienen de paradójico que se pierde, muchas veces, en la frugalidad de sentidos. Es que, en términos gremiales, tiene tan poca fuerza una multitud completamente subyugada como cada individualidad liberada a su propia autonomía. Con esto no decimos que un avance a la libertad corporal no sea bienvenido, deseado, estimable y digno de militar. Afirmamos, por el contrario, que las luchas escindidas e individuales dudosamente puedan confluir en una translocación de la lógica del poder y la política imperantes. No se cambian los distintos órdenes disciplinantes desde una cátedra ni desde Facebook. No se amplía el universo de posibilidades corporales desde la sola proclama de buenas intenciones en una ley, ni siquiera desde las páginas de un periódico o de una web más o menos militante. Los cuerpos recuperan todas sus potencialidades en el acto mismo, transpirando las luchas cotidianas, enfrentando sus propias contradicciones con la miríada de cuerpos que lo rodean y desean, gozan, sufren, carecen y se intoxican como lo hace el propio cuerpo. El (des)orden político es un (des)orden de cuerpos en conflicto. Su comprensión, su gestión y su transformación son la misma cuestión bifronte que nos atormenta desde que nos bajamos del árbol: quiénes y cómo se llevan el pan a la boca y consiguen ser felices.
Feliz 2014 para todxs■