El señor Perogrullo podría haber dicho que es más fácil demoler un edificio que reconstruirlo. Nadie hubiera estado en condiciones de contrariarlo. A lo sumo, con algún gesto de desdén hubiese apuntando con el dedo la pantalla del televisor que contenía la imagen de un gran demoledor: Carlos Saúl Patillas. El golfista amateur que evitó el quórum opositor para satisfacer su ego es el mejor exponente. Él y Cavallo, en la apoteosis del credo neoliberal, fueron los artífices de la desarticulación del Estado, retirándolo en sectores claves y necesarios para aplicar políticas sociales en favor de los sectores vulnerables de la sociedad. Profundizaron el problema e intentaron resolver los problemas con dos soluciones que se complementaron: la represión –recordemos los sucesos de Cutral-Có– y el clientelismo.


¿Qué es una política social? Esquivando un poco el bulto, podríamos decir que son políticas que se aplican desde los distintos sectores del Estado para paliar –o para evitar– las inequidades que se producen en la distribución de bienes y servicios en una sociedad. Como ejemplos claros están la educación y la salud –que, afortunadamente, no fueron arrasados en su totalidad por la euforia privatizadora–, que el Estado distribuye a quienes no pueden acceder. No son mercancías –o no deberían serlo–, sino que son derechos. Si no se puede acceder al mercado privado, el sector público entraría en acción. (Por ejemplo, el calamitoso estado del sistema de salud público no afectaría a los ciudadanos con prepaga, sino a aquellos a los que no pueden acceder a una clínica privada. En ese caso la falla perjudicaría a quienes debería defender el Estado, porque extendería las desigualdades entre los distintos sectores sociales.) No obstante, vale aclarar que en nuestro país se ve –preponderantemente– a las políticas públicas como sinónimo del Estado de Bienestar. El Estado que desarticularon Menem y Cavallo. Aunque, en realidad, cabría preguntarse si hubo en realidad un Estado que cumpla con esas características (se puede citar a Carrillo, Ministro de Salud de Perón, o algunas medidas de Illia para comenzar el debate…)

Manuel Fontenla hace referencia a este tema, tomando como base al filósofo francés Michel Foucault, que diferenciaba el Estado de Bienestar del neoliberalismo. El artículo tiene distinciones interesantes: mencionó la que hace entre el Estado totalitario y el Estado de Bienestar, que no son la misma cosa. Tomando en cuenta un libro de un ex comunista lúcido, Jorge Semprún, en los Estados totalitarios (hace referencia a las “experiencias socialistas reales”) se produce una apropiación pública, burocratizada, de la plusvalía; pasa de las manos del capitalista al Estado, cambia de manos sin modificar el núcleo duro: no se acaba con la explotación del hombre por el hombre, sino que pasa a un espacio copado por un partido que dice ser el representante de los trabajadores. (Hago referencia a las experiencias comunistas porque es un duro aprendizaje para la izquierda –que debe reflexionar para lograr una equivalencia entre justicia y libertad, entre igualdad y democracia–. La derecha mantiene las mañas para los regímenes totalitarios más brutales.) La nota de Manuel tiene detalles útiles al respecto.

En el pliego central se encuentran dos notas que critican las concepciones reduccionistas del clientelismo. Una desde una perspectiva relacional, que propone evitar las perspectivas moralistas que impiden ver la lógica en la que se desarrolla e impide plantear una modificación. La otra, desde una perspectiva filosófica política, que señala un hilo rojo que recorre esta visión empobrecida: el eurocentrismo. La oposición de Kusch a Gino Germani –quien es el padre moderno de las visiones moralistas de las clases bajas, sus estudios sobre el peronismo parten de esta mirada (que tiene puntos de análisis interesantes) –. Sobre este tema se puede decir que la postura de la oposición sobre las maltratadas clases populares argentinas es realmente pobre –por no decir insultante–: suponer que su voluntad queda supeditada a un intercambio de favores es una muestra palmaria de que el nivel de debate se encuentra en uno de los pisos más bajos de la historia de nuestro país; y es una muestra de irresponsabilidad en el análisis de coyuntura, porque el problema del clientelismo es un fenómeno que supera la inmoralidad de los punteros y de sus jefes. Como diría un amigo cínico, algunos políticos tienen menos conurbano que Macri…

Les damos otra vez la bienvenida. La parada se plantea porque alguna vez se tendrá que instalar este debate. Esperemos que el nuevo Congreso, luego de la pelea por los cargos de las comisiones, lo plantee. Sería útil para la democracia. Porque como dijo un filósofo, “sin democracia económica (agregaría social) no hay democracia política” ■

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