¿Cómo enseñar educación física a quienes se encuentran por alguna razón impedidos del uso pleno de alguno de sus miembros? ¿Bajo que conceptos se piensa y qué objetivos se esperan cumplir cuando se le exige un esfuerzo físico a un cuerpo en permanente disputa con sus limitaciones?
Llegar a constituir un espacio en donde el juego y el deporte ofrezcan una gama amplia de beneficio requiere que se establezcan relaciones de comunicación con los demás a partir de juegos corporales y de juegos con objetos. Sabido es que los docentes, a medida que van construyendo su vínculo con los alumnos –individual y grupalmente, empiezan a conocer las limitaciones y capacidades de cada uno de ellos. Solo a partir de allí, se pueden diseñar estrategias y estructuras didácticas para intentar propiciar la construcción de una nueva imagen corporal, superadora de los factores limitantes. Esto no puede plasmarse de antemano en el plano teórico, es a través de las experiencias corporales en un espacio-tiempo vivido junto a otros, donde el acompañamiento al alumno en el dominio y el control de sus patrones motrices básicos adquiere sentido y relevancia. Enseñar Educación Física y permitir y ayudar a que el otro reconozca –en la medida de sus posibilidades en desarrollo– el valor de ese espacio abren un universo de actividades posibles. Ninguna de ellas será sencilla de volver acto; sin embargo, posibilitar la expresión del cuerpo y su movimiento, como vía de comunicación de sensaciones, sentimientos, ideas y emociones, transforma los hábitos posturales del cuerpo, mejora la salud y aumenta la calidad de vida.
Los docentes de Educación Física planifican las actividades a través de diferentes juegos, ejercicios y acciones que permitan alcanzar los objetivos. Pero, aquellos docentes que trabajan con un grupo de alumnos con capacidades especiales, a diferencia de los de Educación Física normalizadora, además tendrán en cuenta que estas actividades programáticas están sujetas a modificaciones, a tiempos e intensidades variables.
Los ejercicios educativos en los que están presentes el cuerpo, el juego y el movimiento requieren que el docente se involucre en la actividad, que participe activamente de ella, poniendo su propio cuerpo en el escenario no ya como un observador, sino como alguien capaz de vivenciar junto al grupo las experiencias propuestas desde el estímulo y el acompañamiento. Es desde este rol participativo desde el cual el docente puede discernir los conocimientos previos del alumno, el entorno que lo rodea, lo que puede aprender en ese momento y lo que no, lo que está en condiciones de modificar y lo que aún no está maduro.
A partir de allí es que se dan las condiciones para poder ofrecer un aprendizaje guiado y estimulado que puede volverse significativo a niveles físicos y emocionales. Todo material o herramienta que el docente le ofrece y presenta al alumno se convierte con frecuencia en un estímulo o en un disparador para poner el cuerpo en movimiento del modo en que el alumno lo interpreta. Será al docente el que deberá adecuar dicho material a las posibilidades de uso del cuerpo del alumno y guiarlo en su reconocimiento.
Se ha dicho mucho, pero cobra otra relevancia cuando se habla de enseñar educación física a personas con otras capacidades funcionales: el camino de la construcción del conocimiento entre el docente y el alumno es mutuo. Tal vez no sea el único camino, pero es el más honesto■