América encuentra en la arquitectura española coincidencias simbólicas y espirituales, de cierta forma casual y en gran parte producidas intencionalmente por la misma potencia, ya que no olvidemos que su principal objetivo era establecer estrategias de manipulación para la imposición de características propias como la religión y el idioma.

La arquitectura forma parte de la creación y formación de una sociedad, porque podemos entenderla como la reflexión de una cultura en un tiempo determinado: sus costumbres, sus ideales, sus recursos y su situación política, religiosa, económica, social. Podemos afirmar que forma parte de la conformación de la identidad de un pueblo. Es entonces que proponemos explorar la arquitectura del siglo XVII y XVIII como elemento de formación de la identidad americana, y debatir el surgimiento de este nuevo exponente, como producto importado o resultado de una fusión cultural.

Para poder entender cómo surge esta nueva arquitectura barroca en América es preciso situarnos en el contexto en que ella se desarrolla. Sabemos que América estaba conformada por distintas colonias que dependían de diferentes potencias europeas, y este hecho no es menor para poder comprender la mitigación cultural que ellas han padecido. Podemos pensar entonces en dos culturas: la precolombina, con su diversidad y variedad de culturas indígenas, y la ibérica (España y Portugal), también con sus regionalismos que se fusionan para generar una nueva identidad. Y es aquí donde debemos plantearnos de qué forma esta fusión fue llevada a cabo, y poder comprender el proceso de mestizaje con rasgos presentes de cada cultura y no caer en la simple concepción de una colonización europea.

Claro está que España no posee las mismas características barrocas que el resto de Europa debido a otras influencias que ha sufrido, y esa situación es la que al llegar a América permitirá la mitigación de estas dos culturas. Si proponemos que una nueva identidad se produce por un mestizaje que reconoce las individualidades de cada cultura, es justamente aquí lo que sucede: América encuentra en la arquitectura española coincidencias simbólicas y espirituales, de cierta forma casual y en gran parte producidas intencionalmente por la misma potencia, ya que no olvidemos que su principal objetivo era establecer estrategias de manipulación para la imposición de características propias como la religión y el idioma.

Por un lado, entonces, vemos reflejada esta unión de culturas en, por ejemplo, “coincidencias entre la ornamentación maya o incaica y la ornamentación mudéjar (…). El arte de los conquistadores fue aceptado pasivamente por los indígenas porque no solo no los repugnaba, sino porque coincidía con sus íntimas convicciones”.1 Es decir, que los indígenas perciben ciertos símbolos que pueden asociarlos con los propios generando así una dualidad de simbologías que permiten la coexistencia de ambas. No olvidemos que la base de estas culturas, como todas, tiene origen en la naturaleza como elemento de primer contacto, ya sea la Luna en la cultura del Islam, como la Pirámide de la Luna en Teotihuacán. A modo de ejemplo, podemos ver la presencia de elementos como la serpiente o pájaros en la decoración de algunas fachadas de iglesias, que pueden ser asociados con simbologías divinas y rituales de los indígenas.

Sin embargo, no podemos remitirnos sólo a las características formales, en este caso la decoración. Si bien hay aspectos que no son de posible verificación si miramos sólo la arquitectura desde su forma, otros elementos, como el espíritu y la esencia arquitectónica, son también los que hacen cultura, ya que forman parte del vivir de una sociedad. Así, se genera una pertenecía desde lo espiritual y lo ritual, desde la integración cultural que esa misma arquitectura podría desarrollar. Con esta idea entonces podemos pensar en la nueva concepción del espacio: “(…) el espacio sagrado en el templo americano no es tanto el que está adentro como el que está afuera.(…) la iglesia adquirió una peculiar exteriorización.”1 Si nos referimos nuevamente a las estrategias que los europeos implementaron en América para la imposición de elementos culturales, podemos comprender por ejemplo el tratamiento en las fachadas de las iglesias, las “fachadas-retablo”: portadas repletas de decoración con la idea de trasmitir el mensaje divino, que sería igualmente captado por los indígenas, ya que coincidía con sus prácticas anteriores. Entendemos así las “coincidencias culturales” que planteábamos anteriormente: estas similitudes entre culturas favoreció la adaptación y creación de nuevas identidades. Asimismo, podemos entender esta dualidad en el concepto del espacio en “‘sacralizar’ el territorio con cruces, vías sacras, sacromontes y otros mecanismos” 2, que coincidía casualmente con la vía Sacra de las culturas indígenas. Claro está entonces que la transmisión de este mensaje barroco y el éxito de su desarrollo deben comprenderse justamente en el contexto de las afinidades del mundo indígena con el pensamiento religioso.

Deberíamos pensar entonces la arquitectura del barroco en los contextos en que ella se manifiesta, ya que su presencia en el continente americano no impone solamente la nueva arquitectura sino que se da en gran medida como una conjugación de simbologías culturales. Y es así que las distintas regiones van conformando esta identidad con sus particularidades y son los mismos regionalismos los que forman parte de este desarrollo de mestizaje. En este sentido, notamos en la arquitectura cercana a las metrópolis una mayor influencia europea, y a medida que nos vamos alejando de ella, las influencias indígenas se hacen cada vez más evidentes. Es así que también podemos interpretar la amplia variedad de estilos en el continente, que aunque el factor “importado” sea común, sus desarrollos fueron diferentes por la presencia de distintos grupos indígenas. Sin embargo, no lo estaríamos entendiendo como una influencia directa europea y asociada sólo con la metrópolis, como plantea Angulo Íñiguez 3, sino una diferenciación en las distintas regiones debido a la presencia de individualidades en el proceso de mestizaje.

En otras palabras, si pensamos en la formación del estilo con las distintas tradiciones nativas del lugar, por ejemplo constructivas y decorativas, cada una daría resultados distintos, teniendo en cuenta sus particularidades. Y es así entonces, como los regionalismos podría asociárselos con las identidades variables con una misma base, conformando la identidad americana. Lo mismo sucede si comparamos la construcción de la identidad en las regiones brasileras, que se diferencia de las regiones con influencia española se hace evidente (Brasil recibe influencia portuguesa), los resultados son también parte de la misma identidad. Si bien podemos notar similitudes en el estilo de las iglesias portuguesas y brasileras, aún así reconocemos en su manifestación las influencias indígenas en la percepción espacial, que podría asociarse con una idea común en América.

Asumiendo esto de una u otra forma se puede comprender la construcción de identidad: lenguajes y forma, regionalismos y sobre todo afinidades o coincidencias simbólicas, ya que las vivencias y la espacialidad son elementos fundamentales para el sentimiento de pertenencia del colectivo. Es decir, que no sólo el mestizaje formal hizo a la identidad del barroco americano, sino que la espiritualidad y forma de vida de ambas culturas se hicieron presentes para dar origen a este nuevo fenómeno cultural.

Lo importante es entonces reconocer que este proceso se da con la toma de consciencia de la incorporación de elementos ajenos a cada una de las identidades involucradas, ya que para sentirnos pertenecientes a esos nuevos códigos debemos primero aceptar el cambio. Entonces, América indígena consciente de este proceso violento e inevitable, fue encontrando afinidades, casuales en ciertos casos e impuestas en otros, y construyendo así la resultante de este fenómeno: la identidad barroca americana■

 

1 Invariantes en la Arquitectura Hispanoamericana – Chueca Goitía

2 Repensando el Barroco americano – Ramón Gutiérrez

3 III-La arquitectura barroca en Portugal y Brasil, Historia del arte hispanoamericano – Diego Angulo Íñiguez

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