La escuela que conocemos no es la única escuela posible. La educación que tenemos tampoco lo es. En Chiapas, México, el pueblo zapatista no habla de maestros, sino de promotores; no habla de una transmisión pasiva, sino de una construcción colectiva. El pueblo zapatista no habla por hablar, habla de aquello que hace tiempo viene viviendo. Educación autónoma.

 

Suena el timbre que anuncia la entrada. Como cada mañana, como cada tarde, miles de jóvenes, y no tan jóvenes, se dirigen hacia un mismo encuentro. Dicen que allí sucede algo importante. El futuro, el destino se pone en juego en cada uno de esos encuentros.

La escuela: el lugar por excelencia donde se lleva a cavo la educación. El aula: el lugar de encuentro entre docentes y alumnos, el lugar de la “transmisión de conocimientos”. Supongamos que hasta aquí estamos de acuerdo. Detengámonos por un instante en la escuela. No hace falta hondar en descripciones, seguramente, la imaginación de cada lector ayudará a construir rápidamente miles de imágenes y de situaciones que nos transportarán a nuestra niñez, a nuestra adolescencia y también, para aquellos que somos docentes y seguimos siendo estudiantes, a nuestra adultez dentro de las aulas. La escuela pareciera ser un lugar tan importante…, puede que muchos lo sintamos de esa manera. Y es que para aprender, para ser “alguien” en la vida, para trabajar, para vivir, puede que la gran mayoría coincida en que la escuela es ese lugar, un lugar de posibilidad. ¿Un lugar obligatorio de posibilidad para “ser alguien”?. Y es un lugar tan cotidiano, tan normal, que sin esfuerzo entra sutilmente a nuestras mentes la idea de que es algo casi natural. Y difícilmente se puede pensar el mundo sin escuelas; imagínense, ¿dónde estarían los pibes?, ¿dónde los meteríamos? ¿Quiénes los educarían?…, quizás sean las primeras o las únicas preguntas que nos hagamos en torno a esta situación un tanto extraña.

La escuela que conocemos no es un fenómeno natural. La historia nos muestra que es un fenómeno relativamente nuevo, menos de doscientos años en nuestro país. Con un objetivo fundacional claro: generar una identidad nacional homogénea, la cual en las primeras décadas, posteriores a la revolución y la independencia, estaba en plena construcción. Aglutinar a todos bajo una misma bandera, bajo una misma identidad, significó también excluir de cierto modo a todo aquello distinto de lo que se pensaba como “lo argentino”. En está construcción de nuestra identidad los pueblos originarios siempre quedaron por fuera. Por fuera de nuestra lengua, nuestras culturas, nuestras políticas, nuestra economía, nuestra historia. Y este fenómeno no sólo se ha dado de esta manera en nuestro territorio.

El pueblo latinoamericano carga en sus espaldas con una cultura occidental europea, una cultura impuesta violentamente, cruelmente. Los vestigios del pasado han quedado sumergidos en el olvido. Esas otras culturas han sido olvidadas y a pesar de que no hayan muerto, se las sigue hiriendo siempre con la daga del olvido, la exclusión y la marginación. Sobre las ruinas de los pueblos originarios, se erigieron “civilizaciones” europeas: idiomas, costumbres, concepciones filosóficas, políticas, éticas, morales fueron el legado. La hegemonía ha triunfado, en los países de Latinoamérica los idiomas oficiales no son el Mapuche, Quechua, Guaraní , Aimara, Náhuatl o Maya. Es el español…

El Zapatismo es un movimiento revolucionario que nace en Chiapas, México, en 1994. Esta organización constituida por campesinos pertenecientes a los grupos nativos: Chamala, Tzeltal, Tojolabal, Chol y Lacandón se rebeló contra el estado mexicano que durante tantos años los había explotado y marginado. Es así que el 01 de enero de 1994, se produjo un levantamiento militar a las órdenes del subcomandante Marcos donde el pueblo de Chiapas dice al estado: “Ya basta de estas condiciones”. Así nace una apasionante historia de luchas de este pueblo que le hizo frente a cientos de años de explotación. En el corazón del zapatismo, de la lucha, las ideas surgen de la necesidad de organizarse y luchar contra este monstruo hegemónico que todo lo devora con el fin de acumular y de enriquecer siempre a unos pocos: “La hidra capitalista”, como ellos lo llaman. Los ideales del zapatismo no nacen de la teoría para luego ir hacia la práctica, estos ideales se forjan en lo cotidiano, a través de la experiencia y la participación. Y es a través de la construcción colectiva que poco a poco las ideas se van sistematizando. Sus reclamos fueron claros: basta de ser explotados, basta de ser excluidos por el estado. Es así que este levantamiento los lleva a profundizar en lo inmediato: la organización colectiva. La única piedra fundamental posible para sostener una resistencia y construir otro mundo posible.

La educación Zapatista. En un boletín especial del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), Alejandro promotor de educación compartió: “La escuela oficial trata de construir una conciencia, pues… individual. Trata de que orienten los maestros para que los niños sean individuales. Y también utilizan una metodología individual y muy privada. Porque todo lo que se hace siempre son instrucciones (…)”.

Los jóvenes zapatistas venían de una tradición de exclusión escolar muy dura. En las escuelas oficiales, su idioma los excluía del sistema, mientras sufrían una colonización pedagógica. Desde las costumbres hasta la historia que les era transmitida era ajena a ellos. Nada de lo que veían en ella coincidía con su realidad, con su vida cotidiana. En este choque de culturas, los vencedores seguían siendo los colonizadores, mientras que los vencidos eran los colonizados, los nativos, el pueblo. La escuela zapatista toma las riendas de la educación, de su educación, y la plantea de una forma muy distinta de como hoy en día la conocemos. Intenta apropiarse de la escuela como un espacio comunitario de transmisión de conocimientos donde se reconoce la identidad propia de cada sector del pueblo campesino. La autonomía aparece como una condición necesaria que permite comprender al trabajo como herramienta de transformación y pilar fundamental para sostener la comunidad.

Pensando en la educación como herramienta para descolonizar las ideas y las prácticas, los zapatistas afirman a través del proyecto de Semillita del Sol: “Necesitamos una educación integral que respete la realidad de nuestra región y de nuestro pueblo indígena, que haga más fuerte nuestra experiencia cultural hasta avanzar a la verdadera autonomía, porque la autonomía verdadera es la que resuelve los problemas de nuestras comunidades para que vivan mejor. Por eso necesitamos una educación no sólo de palabra”.

La educación del zapatismo rompe con las imágenes de aula, alumnos, docentes y escuelas que hemos vivido, rompe con esas prácticas y ha construido unas nuevas, las propias que sirven para su contexto y sus necesidades.

Construir otro mundo posible es posible. Construir otra realidad no es fácil, es una lucha política. Y, en cuanto a lo político, pensar en construir otra forma de hacer política es una necesidad urgente en estos tiempos posmodernos que corren. Si seguimos con muchas de nuestras prácticas cotidianas, sin detenernos a reflexionar por largos minutos, seguiremos reproduciendo más de lo que tenemos. Y muchas veces aun reflexionando, hasta el cambio mismo lo pensamos desde un lugar que nos imposibilita cambiar y transformar. En tiempos líquidos, en la era de lo instantáneo, donde lo superficial y el entretenimiento ocultan las injusticias a las que son sometidas miles de almas; arrimarse al otro, formar lazos, pensar ya no en ”mí”, sino en “nosotros” puede ser el pequeño germen del cambio. Citando uno de los principios organizativos del EZLN, se trata de: “Hacer un mundo donde también quepan muchos mundos”, “caminando al paso del más lento”. La experiencia zapatista es una experiencia situada de lucha, está al alcance de todo aquel que quiera conocerla y profundizar más en el tema. Solo basta con entrar a un link: http://enlacezapatista.ezln.org.mx/ sentarse a leer, a conocer y descubrir una historia de lucha en cada relato

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