Existen campos del saber que tradicionalmente se asocian a edades determinadas, decisiones pedagógicas y programáticas que clausuran la posibilidad de enriquecer el conocimiento con miradas nuevas y desprejuiciadas. Sin embargo actores educativos como el Grupo el Pensadero pugnan por acercar a la niñez uno de los saberes humanos más complejos y fecundos: la filosofía.
» Grupo el Pensadero” surge a fines del 2013, con la propuesta de generar un ámbito de encuentro entre todas aquellas personas que estén interesadas en los vínculos entre filosofía e infancia. Nuestras actividades se enmarcan dentro del proyecto “Filosofía y territorio” de Secretaría de Extensión, perteneciente al Departamento de Filosofía de la UBA.
El territorio de la infancia pareciera ser un territorio bien demarcado: se “sabe” a la perfección qué son un niño y una niña, se “saben” sus etapas de desarrollo cognitivo, se “sabe” lo que deben conocer, se “sabe” lo que necesitan para crecer. Se “saben” sus frustraciones, sus miedos, sus angustias. Se “sabe” la importancia de educarlos/as en valores, y por supuesto se “sabe” también cómo educarlos/as en emociones. Se “saben” incluso sus ritmos de deseo, porque todo deseo es aquel que está en función de un futuro ser-adulto: ¿Qué querés ser cuando seas grande?
Nos preguntamos si no son acaso estas las razones que nos llevan a pensar los vínculos entre filosofía e infancia. Un territorio que goza de tal pretensión de saber es un territorio, por lo menos, sospechoso. ¿Acaso no es la existencia misma de una maquinaria de saber tan compleja la que nos informa acerca del intento desesperado de controlar aquello que nos excede?, ¿por qué la infancia está inmersa en esta multiplicidad de dispositivos de saber?, ¿qué hay allí, en la infancia, que debe ser controlado?
Quizás sea en este sentido que Walter Kohan[1] nos invita a repensar nuestro vínculo con la infancia: filosofía de la infancia, pero sobre todo, infancia de la filosofía (Kohan, 2007)[2].
Volver a ignorarlo todo, volver a permitirnos entrar en territorio sabido y desaprenderlo, olvidarnos de todo aquello que ya sabemos.
Creemos que la filosofía con niños y niñas es un sostener(nos) en la pregunta; es una disposición, un modo de habitar este territorio que se llama infancia. Sostener esa pregunta jugando en territorio: hacer prácticas con niños y niñas en aulas y en espacios no formales, preguntándonos qué es la infancia; hacer formaciones docentes, preguntándonos qué es formar (docentes); organizar charlas, paneles y congresos para que las coordenadas de encuentro se nos hagan carne, y con ellas llevarnos preguntas en el cuerpo; difundir el proyecto, para esperar lo inesperado, como quería Heráclito.[3] Las preguntas se sostienen en territorio; sin territorio no hay juego, no hay riesgo, no hay otros.
Sostener la pregunta mientras habitamos el territorio de la infancia, es desterritorializar la filosofía, la educación; es la infancia que se desterritorializa a sí misma, porque de tanto saberse, ya no se encuentra. Ahora la infancia se busca a sí misma, o así otra.
[1] Walter Kohan es profesor por la Universidad de Buenos Aires y Doctor por la Universidad Iberoamericana de México D.F. Cursó sus estudios posdoctorales en la Universidad Paris 8. Actualmente es Profesor titular de Filosofía de la educación en la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ), así como también se desarrolla como coordinador del Núcleo de Estudios de Filosofías e Infancias (NEFI) de la UERJ. Ha publicado diversos libros sobre Filosofía con niños.
[2] Kohan, W. (2007), Infancia, política y pensamiento. Ensayos de filosofía y educación. Buenos Aires: Del estante.
[3] Heráclito, DK 22 B 18 (Clemente de Alejandría, Stromata, II. 17. 4).