En mi corta vida de escritor, no recuerdo un tiempo donde el acto de escribir tuviese gusto a tan poco. Ahí fuera la cosa no para de oscurecer, pero oscurecer en serio; es decir, más allá de lo económico y del bolsillo apretado. Uno sale a la calle, copa con miles de cuerpos las plazas y las avenidas y la respuesta es solo una: el endurecimiento de las fuerzas represivas, el incremento de la violencia estatal, el reforzamiento de una doctrina del miedo a base de persecusion y amenazas. Y claro, ante todo eso, uno se pregunta: ¿Qué pueden hacer las palabras? ¿Para qué seguir escribiendo?

Bueno, que no cunda el pánico, seguir pensando es indispensable, seguir escribiendo también. Y sobre todo: seguir haciendo el esfuerzo de hilar fino, de poner preguntas ahí donde parece que está todo dicho. Ese es el ejercicio que nos proponen de manera brillante les compañeres del Colectivo Juguetes Perdidos en dos libros publicados en 2015 y 2017, ¿Quién lleva la Gorra? y La gorra coronada.[1] Y ambos son esenciales para pensar justamente la violencia en la Argentina de hoy.

En el más reciente de los libros, se plantean dos conceptos estructurales que dan cuerpo a una matriz en la cual podríamos inscribir muchas de las violencias cotidianas que definen buena parte de nuestra realidad. Esos conceptos son los de terror anímico y de precariedad totalitaria. Ambos se dan como dinámicas relacionadas, ¿qué es el terror anímico?: “un terror exclusivo de la precariedad”; ¿Qué es la precariedad?: “es un fondo de terror que te recuerda que te podés fragilizar, que se puede desarmar tu mundo, que se puede pudrir tu barrio, tu casa, que es un quilombo el laburo y la ciudad, y cuando esa precariedad es el suelo de todo lo que se arma para vivir (relaciones, redes, amores, trabajos, consumo), cuando toma y actúa sobre la totalidad de la vida” (Juguetes Perdidos, 2017, pp. 18–19), ese precariedad se vuelve totalitaria.

En los barrios marginales, la vida entera pasa a ser definida por ese terror fundante, ese terror que nos recuerda que vivimos constantemente sobre la precariedad, sobre un piso siempre a punto de desfondarse a la pobreza extrema; sobre el consumo desmesurado, el suicidio, el hambre y todo lo que se puede resumir en la única lógica habilitada por el capitalismo actual para los marginales: resistir la vida hoy, intentar no morir mañana

Ahora bien, esta precariedad y este terror anímico marcan una ruptura con la pobreza tal cual la conocíamos hasta finales del siglo XX, y ahí es donde quiero poner la lupa. El terror anímico es “un terror que no tiene agentes nítidos ni agentes concretos”, es un terror que tiene mucho de temor a la inconsistencia, a des-existir y es un terror donde la violencia aparece redefinida por las formas de subjetivar del neoliberalismo: “Es desde este suelo, como fondo de época, que cualquier roce puede generar quilombo; y esto si es un axioma casi inevitable: cualquier cosa puede desarmar el frágil equilibrio cotidiano. Quilombos que son violencia latente circulando y que enfrentarlos te vuelve cuidador y propietario de tu vida: pura individualidad paranoica y solitaria” (Ídem, p. 19).

Este es el fondo de época de una gran mayoría de personas que son arrastradas a la pobreza en nuestro país. Este fondo anímico de terror, esta sensación de des-existencia y de fragilidad donde cualquier mínima chispa puede desatar un incendio de violencia. Entender los mecanismos que alimentan esa violencia, las condiciones sociales que producen ese fondo de época, ese terror y esa precariedad totalitaria es fundamental para (de una vez por todas) cortar con la idea de que la violencia radica en el exabrupto individual de unos “salvajes”, de los “pibes chorros”, de “los sindicalistas corruptos”, de los “manifestantes violentos” y de los “gendarmes indisciplinados” y de toda esa parafernalia de estigmatización individualizante que construyen los medios y repite el sentido común facho-neoliberal, que cada vez distingue menos las clases sociales.

Por eso es importante seguir escribiendo, seguir pensando y seguir preguntando, no tanto por las respuestas, sino porque en el ejercicio mismo de buscarlas y construirlas es donde se construyen las redes de contención, los diálogos sanadores, las acciones liberadoras, las puteadas de descarga, los chistes de alivio. Esa, es sin lugar a dudas la mayor potencia de lo que se construye en los dos libros del Colectivo Juguetes Perdidos, pensados y escritos en el barro del terror anímico y en la cotidianidad de esa precariedad totalitaria.

Quedan entonces las preguntas, para disparar las búsquedas y los encuentros: ¿Cuáles son los mecanismos a través de los cuales los sujetos se alienan en las prácticas individuales de la supervivencia en el marco de la precariedad totalitaria? ¿Cómo esas prácticas refuerzan una subjetividad individual, desconfiada, arrinconada, temerosa y violenta? ¿Tienen relación esa paranoia y esa desconfianza con los imaginarios de mayor represión, más mano dura, más cárcel, que intentan legitimar los gobiernos neoliberales? ¿Será esta paranoia una nueva-última forma de alienación en el mundo capitalista pos-utópico?


[1] Colectivo Juguetes Perdidos, 2017, La gorra coronada, ed. Tinta Limón.

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