Acostumbro escribir mis notas desde una distancia geográfica (Córdoba) que no suele hacerme sentir ajeno a la realidad compartida con Buenos Aires, Chascomús o Tierra del Fuego. A esta nota se le suman dos alejamientos más, el primero también geográfico, puesto que escribo ahora desde Catamarca, y el segundo temático: la separación del municipio de Lezama del de Chascomús. La pregunta es entonces: ¿qué podría opinar un mitad catamarqueño mitad cordobés sobre una cuestión tan ajena? Si las siguientes líneas logran demostrar su argumento, no sólo quedara en evidencia la irrelevancia de esos distanciamientos, sino que además se mostrará una cercanía entre chascomunenses, lezamenses, catamarqueños, porteños, tucumanos, etc.

Supongamos por un momento, que el pedido del pueblo de Lezama se ha hecho realidad, que se ha convertido en un distrito autónomo, y reflexionemos entonces sobre las consecuencias de esa realidad. Como se infiere por el título, he decidido plantear esa reflexión en términos de la oposición hombre-ciudadano. En el libro Nosotros y los otros, del filósofo búlgaro Tzevetan Todorov, en la tercera parte titulada “la nación y el nacionalismo”, el autor recorre los escritos de Rousseau, Helvecio y Voltaire en busca de alguna respuesta al problema de la posibilidad de ser un patriota y a la vez amar a la humanidad. Ese enfrentamiento entre amor a la patria y amor a la humanidad es el que encierra la dicotomía hombre-ciudadano, y entonces la pregunta a responder es ¿se puede reconciliar patriotismo y cosmopolitismo? (Si bien los niveles entre partidos distintos no tienen la misma dimensión que el de naciones distintas, vale el análisis en la medida en que los conceptos empleados son los mismos, se habla de la identidad, la autonomía y el territorio de Lezama, como distinto al de Chascomus. Esos atributos son los mismos que separan, a groso modo, a una nación de otra).

Todorov comienza su recorrido por las respuestas negativas, para Helvecio “no se puede imaginar una acción que sea idénticamente útil a todas las naciones; la virtud humanitaria, al igual que todas las demás universales, ‘todavía no es más que una quimera platónica’ ”[1]. Del mismo modo para Voltaire “es triste que, para ser buen patriota, se tenga que ser enemigo del resto de los hombres […] Tal es, pues, la condición humana; desear la grandeza del país de uno es desearles el mal a los vecinos” (Dictionnaire philosophique, pp. 185-186).

Ambas citas encierran algo de verdad. Sería difícil encontrar acciones útiles que lo sean tanto para Lezama como para Chascomús; o dicho de otra manera, que el pueblo de Lezama encuentre acciones útiles sólo para ellos está en perfecta armonía con la virtud cívica y el patriotismo, ya que sería imposible pensar acciones útiles para toda la humanidad (o para todo el partido de Chascomús). Pero por otro lado, exaltar la autonomía, la territorialidad, la identidad… En fin, el nacionalismo y el patriotismo, podría llevar a ese extremo del que nos advierte Voltaire.

Pero esto es sólo el comienzo, veamos que dice Rousseau. Para éste, la ciudadanía y el cosmopolitismo, son dos sistemas de valores independientes, y ninguno de ellos se puede eliminar. Ya que eliminar la ciudadanía implicaría que no se pueda asegurar la aplicación de la ley (se es ciudadano de un Estado, y éste no puede ser universal), y del otro lado, “si se olvidara a la humanidad, sugiere Rousseau, se iría en contra de nuestro sentimiento más íntimo que nos dice, ante la vista de otro ser humano, cualquiera que sea, que pertenecemos a la misma especie.”[2]

La primera lectura de Todorov es que a ojos de Rousseau ambas vías son incompatibles, y más aun, esa contradicción es una fuente de desdicha irreparable. A esta altura del partido (divido o separado) parecía ser que los argumentos de ambas partes no llegarían a un acuerdo posible, por la naturaleza misma de la discordia. En algún punto se volvería incomprensible para la gente de Chascomus que la autonomía de Lezama no derivara en alguna suerte de división más allá de lo territorial.

Pero sigamos un poco más adelante, el análisis de Todorov se esfuerza en mostrar aquellos puntos en la obra de Rousseau a favor de la posibilidad del cosmopolitismo, y en un principio el de esta nota también. Pero más allá del análisis conceptual, el asunto desborda de complejidad, atravesado por factores eminentemente políticos, administrativos, económicos, burocráticos, sociales y éticos.  Con lo cual la sola reflexión sobre los conceptos desarraigada de esa realidad no tendría sentido alguno.

¿Qué decir entonces? Finalizado el recorrido por ambas vías en los textos de Rousseau, Todorov elige quedarse a mitad de camino entre ambas “hay que ver con lucidez cuándo hay incompatibilidad antes que dejarse engañar por buenas intenciones y, finalmente, hay que aspirar a modificar las leyes de la nación en nombre de las de la humanidad, sin olvidar, sin embargo, que se sigue siendo ciudadano de un Estado particular”[3].  Si de ambas partes se esgrimieran argumentos en esa dirección, seguramente serían menos los contras y menos las reticencias a la división. El ejercicio consistiría, en que el pueblo de Lezama pensara qué beneficios traería para la gente de Chascomus la división, y viceversa. Pero este sería sólo el aspecto cosmopolita, el de pensar más allá del patriotismo, y como dije que el sentido último no apuntaba en esa dirección, hay una conclusión final más. La recomendación de Rousseau en el Émile apunta a conseguir un ciudadano obediente, pero crítico, dentro de una sociedad en la que pueda ejercer su libre juicio y actuar en función de éste. Este ciudadano crítico y libre trasciende el patriotismo, no en la identidad ni en la territorialidad ni el amor a la humanidad, sino en el simple hecho de ser un elemento más, necesario, para construir esa sociedad. Es a esa igualdad a la que deberían apuntar tanto el pueblo de Chascomús como el de Lezama■


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