Pocas personas saben que nuestra canción patria, el Himno Nacional Argentino, sufrió infinidad de modificaciones en el transcurso de casi dos siglos. A fines del siglo XVIII llegó a Buenos Aires, procedente de España, el músico Blas Parera. Radicado en esa ciudad, fue organista en la Catedral Metropolitana y profesor de tradicionales familias porteñas. Vivió todas las vicisitudes de las Invasiones Inglesas y los pormenores de la Revolución de Mayo, la cual inspiró en él la Marcha Patriótica de 1810 con letra de Esteban De Luca y dada a conocer en forma anónima a raíz de frases como “América toda se conmueve al fin y a sus caros hijos convoca a la lid”.

Tres años más tarde la Asamblea del año XIII llama a concurso para la composición de un Himno y Blas Parera junto a Vicente López y Planes presentan la música y la letra respectivamente de la nueva composición que es la ganadora por voto unánime del jurado.

En su derrotero hasta nuestros días, esta obra sufrió muchísimas modificaciones con la idea de adaptarla a quien la cantaba. Los coros, los cantantes solistas, las bandas y las orquestas, cada cual tenía la propia, amén de las “Fantasías” que, a modo de homenaje, cada artista famoso que visitaba nuestra patria componía como agradecimiento por los calurosos aplausos recibidos.

El problema se producía cuando, en un acto multitudinario, coros, cantantes solistas, bandas y orquesta debían tocar todos juntos. A raíz de las diversas versiones aprendidas, el resultado era una cacofonía insoportable (ruego no pensar metafóricamente).

Había que poner orden y se eligió la versión que hiciera en 1860 el compositor Juan Pedro Esnaola (1808 – 1878) que es la que todos cantamos hoy en día.

En el año 1927 un grupo de compositores integrado por Carlos López Buchardo (1881 – 1948), José André (1881 – 1944) y Floro Ugarte (1884 – 1975) presentan al Poder Ejecutivo una nueva versión más corta basada en el original de Blas Parera, evitando muchos pasajes instrumentales sin canto. Aprobada por decreto del 19 de mayo del mismo año ocasionó un diluvio de críticas, en su mayoría por parte de militares, que veían cercenados los pasajes que sugerían al oído cabalgatas, batallas y llamadas guerreras. Como resultado se volvió a la versión de Esnaola y no se habló más del asunto.

A casi 200 años de su creación pasaron, musicalmente, muchas cosas. Nuestro registro de voz, por la popularización de la guitarra como instrumento más accesible que un piano, descendió considerablemente, dando como resultado que la tonalidad original del Himno fuese incómoda para cantar. La versión de Esnaola, ya transportada a otro tono, lo es también, aparte de la dificultad técnica para los pianistas acompañantes. A todo esto hay que sumar nuestra natural inhibición para cantar en público, más notoria en los jóvenes que, la mayoría de las veces, no lo hacen. En algunos colegios se llegaron a escuchar grabaciones del Himno por músicos populares, que son más parecidas a las “Fantasías” mencionadas al principio que a una versión oficial seria.

Ya en el camino del Bicentenario, pienso que una de las tantas cosas que nos debemos es una revisión de nuestro Himno realizada por compositores académicos y que se adapte en tesitura y duración a nuestras voces y tiempos. Pero, ¿nos pondríamos de acuerdo todos los argentinos en modificar algo tan arraigado en pos de una practicidad futura? (ruego pensar metafóricamente)■

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