Una tomada de posición ética. El 8 de marzo se celebró el Día Internacional de la Mujer, fecha que se presta para reflexionar sobre la igualdad entre el hombre y la mujer, pero que podría también invitarnos a pensar en la igualdad de todos los seres humanos, entendiendo esa igualdad desde el respeto y el reconocimiento. A lo largo de la historia de la filosofía, las ciencias naturales, la antropología, la biología y la sociología se ha discutido esa posibilidad en la oposición entre Egoísmo y Altruismo. Aquí una breve reseña de esa discusión y sus implicancias.

A la pregunta por la cooperación entre las distintas sociedades debe antecederla una pregunta más fundamental, aquella por la cooperación entre los géneros. Puesto que, sería difícil concebir algún tipo de cooperativismo o de altruismo entre grupos sociales donde abundan las diferencias, ya sea de lenguaje, religiosas, morales, estéticas… si primero no se acepta la posibilidad de cooperación entre hombres y mujeres; distinción que traiciona, ya que a simple vista parece más “natural” o común que la anterior, cuando no debería serlo en lo más mínimo. El problema radica en la dificultad de no caer en esta traición; dificultad por que el pensamiento humano tiene como una de sus categorías fundamentales la de “Alteridad”. La historia de la humanidad está construida a partir de oposiciones, Bien-Mal, Hombre-Mujer, Blanco-Negro, etc.

Esta oposición no es de cualquier tipo, sino, y este es el punto que desafía la posibilidad del cooperativismo, dichas oposiciones, se dan en forma asimétrica, estableciendo relaciones valorativas a favor de una de las dos partes.

Esta constante se repite para el caso de los géneros, en cuanto al lugar de las mujeres en las relaciones humanas básicas: “La mujer se determina y diferencia con relación al hombre y no éste con relación a ella; ésta es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, él es lo Absoluto: ella es el Otro”.

La definición de Otro con que se refiere a la mujer, se torna más peligrosa aún cuando se naturaliza su condición de inferioridad, producto justamente de esta denominación de Otro. Es decir, la alteridad aparece como un absoluto, porque escapa en parte al carácter accidental del hecho histórico. La absolutización de esta alteridad, de esta diferencia, parecería sugerir una diferencia originaria entre hombres y mujeres que los condena a la imposibilidad del reconocimiento o la igualdad, negando la posibilidad de encontrar respuestas a esta diferencia en una situación histórica particular, por la cual se transita y de la cual se puede salir.

Sin la necesidad de interiorizarse en las razones de esta situación ni en las condiciones o acciones a seguir en pos de su superación, la misma pregunta por la relación entre los géneros puede iluminar el tema. Esta idea no puede estar mejor expresada en la siguiente afirmación (y en la obra completa) de Simon de Beauvoir: “la misma manera de plantear los problemas y las perspectivas adoptadas suponen una jerarquía de intereses; toda cualidad envuelve valores; no hay descripción pretendidamente objetiva que no se levante sobre un plano ético”. Por esta razón es que resulta esencial preguntarse, antes de la posibilidad del cooperativismo, por la posibilidad de la igualdad de los géneros. De la vereda de enfrente se esgrimen una serie de argumentos de carácter definitorio que tienden a negar la posibilidad del cooperativismo, ya sea desde la presentación de cierta agresividad genética en los humanos que excedería a las diferencias tanto de clase, como racial o genérica, hasta postulaciones ontológicas y psicológicas que hablarían de un egoísmo inmanente al ser humano. En el extremo de estas posiciones uno podría imaginar afirmaciones que hablarían (cínicamente) de cierta igualdad del hombre y la mujer, por el básico e ineludible instinto de conservación de la especie. O en la supervivencia de una cualidad genética que nos sería propicio y beneficioso propagar. En estas afirmaciones se esconde el punto en cuestión que se quiere reivindicar.

Sin tratar de contraponer, desde una estrategia facilista, una descripción de actitudes altruistas, de heroísmo, compañerismo, amor, fraternidad… que serían condición suficiente para llevar al derrotero las expresiones del egoísmo psicológico y sus derivados, se puede encontrar un punto desde donde entablar un diálogo superador.

Por un lado en las afirmaciones antes mencionadas que ponen de relieve, la cualidad histórica de toda configuración humana, la aceptación en todo su sentido de esta tesis, debería bastar para dar lugar siempre a la posibilidad de concebir toda relación dicotómica de un modo distinto. El punto de anclaje más fuerte que presentan las teorías egoístas se encuentra en la obra de Darwin, pero siquiera en este punto se puede negar, (Darwin no lo hubiese hecho) que a la selección natural y a la supervivencia del más apto, le corresponde una determinante igual de importante, a saber, la de la interacción con el medio. El medio no es la naturaleza inmutable, el medio es lo natural y social histórico que se transforman mutuamente.

El otro punto, es una experiencia humana (creo yo) que no puede matizarse por ningún tipo de egoísmo oculto, ni siquiera aquellos más rebuscados de un cierto deseo de satisfacción con uno mismo que se esconde bajo cualquier acción. Esta experiencia es la del reconocimiento. No el reconocimiento de esto o aquello, sino el reconocimiento de que el otro, lo otro, la otra: Es. Si se quiere, vale también para el caso de uno mismo, el reconocimiento de que yo soy esto, tanto como aquello y como lo que puedo ser.

Es imposible pensar que alguien pueda reconocerse a sí mismo como humano sin siquiera considerar al otro también como humano en sí mismo. Este cara-a-cara básico de la existencia, es una experiencia genuina de reconocimiento; no un acto originario del ser humano que nos trasciende a todos por igual, sino, volviendo a las palabras de Beauvoir, una toma de posición ética. Una posibilidad que radica en todos los seres humanos y que es la puerta a todo tipo de experiencias de cooperativismo.

Por eso, nuevamente, esta es la cuestión anterior (no temporalmente) a la de la posibilidad sobre el cooperativismo o el altruismo, la de si podemos, como seres históricos, concretos, decidirnos por tomar una posición y en ella hacernos responsables por ese reconocimiento del otro. Tomar esa posición será la muestra de un acto no egoísta por elección; y consecuentemente la posibilidad concreta de una transformación

 

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