Me traspasa el canto mañanero del pájaro mientras pongo la pava, y va perfilándose el recuerdo de lo de anoche:
-Señora, deme la plata.
-Llévate el bolso.
-No, la plata quiero.
-Esperá que el monedero es chiquito. Escarbo en el gran bolso artesanal de arpillera que ostenta un arbolito al que hay que salvar. ¿Y a mí quién me salva?, che, ¿Green Peace? Se impacienta, me ayuda a buscar.
-¡El movicom, doña! ¡Deme el movicom!
-No tengo.
-¡¿Cómo no va a tener movicom, doña?!
-No uso. Pienso: “ahora me mata”. Yo y mi testarudez de ir siempre contra la corriente,¡compraré un celular cuando traiga microondas y secarropas incorporado!
Para que vea que no miento empiezo a tirar al suelo libros, revistas, en un intento de que me salve mi franqueza, que fue, es y será mi único orgullo. Pero me salva la nicotina. Ve un rojo paquete de puchos y dice: “¡bien, cigarrillos!”
El monedero no aparece. Me doy cuenta de que lo tomó junto con los cigarrillos.
-Ahí, en el monederito está la plata.
-Tranquila, señora, tranquila.
-Sí, estoy tranquila.
-Junte sus cositas y vaya.
Pobrecito…
Mientras junto mis cosas, digo: “perdón, Juan Carlos de Mataderos, tiré ‘La Vida en Lunfa’ que me diste en la radio, y hasta ‘El Bronce que Sonríe’ de Mario Rojman”; “perdón, gardelianos, y tu nuevo libro…” Les pido perdón a todos mientras termino de levantar mis cosas.
Lugo, suenan tiros y el grito: “¡policía!”. Corro a protegerme. Cuando salgo de la ochava, el supuesto salvador me pregunta qué me sacaron, tiene que estar enterado para reclamar su parte. Quiero saber de dónde salió pero su “no importa” tiene aire altruista, solidario, justiciero. Él no es un chico, los dos chicos sí.
Analizo el hecho de estar viva. Si no lo estuviera el mundo no cambiaría. Si esos pobrecitos chicos estuvieran en algo positivo, entonces sí el mundo sería distinto, mejor. Porque sus padres y sus maestros no les supieron enseñar a hacer en vez de deshacer. Deberían estar en un taller de arte, o fabricando algo. . .
Pero es evidente que las mochilas escolares van sobre ruedas para soportar el peso de tanto conocimiento bien guardadito en tantos manuales, al ras del suelo, bien lejos de los cerebros, que no quedan vacíos, no, en la naturaleza no existe el vacío. El lugar que no ocupa el saber lo ocupa el delirio.
Si los maestros no saben que un esqueleto infantil no soporta tanto peso sin las severas deformaciones derivadas del inhumano acarreo (y evidentemente no lo saben) no quiero creer que sean torturadores, si no saben eso, digo, no saben nada.
Entonces. . . Si los políticos hablan de disminuir la inseguridad comprando más patrulleros, haciendo más cárceles y pagándole más a la policía, y no tocan el tema de las droga, cuando, por ejemplo, hace días se les escapó el dato de que un “señor” que trabaja en el Congreso hace veinte años vende “tizas” de cocaína, no las de escribir en el pizarrón; es decir, es mayorista el tipo (y me frustré esperando detalles que nunca llegaron y la noticia se esfumó).
Entonces. . . tarea para el hogar, no guardarla en la mochila que queda lejos.
Lo último que levanté del suelo fue el libro de poemas Esperanzas del día, que es como atravesar una noche negra, con fe en el amanecer. Nada mejor para abrazar contra el pecho como un escudo invulnerable, y seguir caminando, ahora con más garra y firmeza.
No sé si mis hijos rodearon la casa de poderosas rejas para que no entren los chorros, o para que no salga la vieja. Pero saben, y están resignados, y casi diría orgullosos, de que mamá va a morir viviendo, y viviendo a su manera, que es aprendiendo de todo, de lo bueno y de lo malo, para crecer con la esperanza y la calma de quien sabe que ninguna bala la mata y ningún camión la aplasta, porque es eterna en ellos, los chicos, que merecen un mundo más digno. Y se lo debemos nosotros, que tenemos que salir a ocupar espacios en vez de quedarnos encerrados tras nuestras propias rejas, mirando narcotizados una tele culocrática, tetocrática e hijopútica a más poder, porque siempre se puede estar peor, aún cuando peor estemos. Es ahora o nunca■