Toda situación dramática (teatral) se produce en un espacio, y la constitución de este se presenta de forma dual, en donde lo imaginario y lo real juegan en un mismo tiempo. Uno no es sin el otro. Supera, como elemento estructurante, el concepto concreto de lugar. Es así que la construcción simbólica se trasforma en la herramienta que le da sentido.

Cuando presenciamos un espectáculo teatral compartimos esta doble función. En una plaza o salón, circular o rectangular, con separaciones distanciadas o con los actores entremezclados, esta convención está presente. Sin ella, no hay teatro posible. Y, cuando no se produce, nos acercamos más a la mentira que a un acto vivo de Teatro.

El teatro está lejos de construir una mentira, se define por ser realizador de la otra realidad, la imaginaria. El espacio teatral no escapa a los paradigmas de los tiempos al momento de pensar el espacio.

Hasta principios del siglo veinte, las representaciones se organizaban en la representación fotográfica de lo llamado “real cotidiano”. El realismo, como estética imperante, marcaba su impronta. Sin entrar en detalles del progresismo histórico que den cuenta de los cambios producidos, podemos decir que en todas las formas poéticas de representación se cuenta con una estructura que la sostiene, será el actor en su hacer interpretativo quien dé base de sustentación, en complicidad con el espectador, para que ese espacio se constituya. Por lo tanto hemos incorporado el concepto de “verisimilitud” por el de “la verdad” en escena.

Ahora bien, el espacio no se nos presenta de forma recortada o aislada, es atravesado por los otros elementos constitutivos de la estructura dramática de forma dialéctica, y estos son: el texto, no solo como escritura, sino como organización previa; el conflicto, en donde los objetivos de acción entran en lucha; la acción, que da lenguaje a lo teatral; y el sujeto, quien desde su cuerpo concentra el sentido totalizador.

El espacio, en el lenguaje teatral, es considerado dentro de las circunstancias del discurso dramático. Así se entenderá el lugar del desarrollo de la escena en un tiempo determinado, sea este anterior o posterior al aquí y ahora de la representación. Entonces será el actor, portador del lenguaje, quien con su cuerpo lo defina. El espacio no será solo los objetos decorativos, sino lo que se haga con ellos.

Comparto una descripción de espacio a la que considero como una de las mejores en relación a lo que sugiere un autor para la puesta en escena:

Escribe Federico García Lorca, en Bernarda Alba:

Primer acto: “Habitación blanquísima del interior de la casa de Bernarda. Muros gruesos. Puertas en arco con cortinas de yute rematadas con madroños y volantes…”.

Segundo Acto: “Habitación blanca del interior de la casa de Bernarda. Las puertas de la izquierda dan a los dormitorios…”.

Tercer acto: “Cuatro paredes blancas ligeramente azuladas del patio interior de la casa de Bernarda. Es de noche…”.

Aquí la luz y el color le dan al espacio teatral una construcción vital. Nada será quietud, mientras el teatro esté vivo.

Algunos autores, con su dramaturgia genial, nos simplifican un poco el maravilloso trabajo de construir un mundo tan grandioso como efímero.

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