De la mano de la revolución tecnológica los medios y dispositivos comunicacionales se volvieron omnipresentes. Escenario privilegiado en la disputa por el sentido, la comunicación interpela tanto al ser humano como al destino de su libertad.
Durante una charla, Norberto Galasso contó que desde muy pequeño presenciaba discusiones sobre política en el ámbito familiar. En una de ellas, un familiar peronista le espetó a otro, radical: “Pero che, usted miente más que los diarios”.
La frase marcó a fuego la reflexión del futuro historiador sobre el rol de la prensa y su relación con la verdad, la objetividad y demás subjetividades que otorgan legitimidad al discurso periodístico.
Semejante aseveración hoy no ofende a nadie. Los diarios mienten, al igual que la tele, la radio y los sitios webs. Eso lo sabe todo el mundo. Pero no por eso dejamos de leerlos y convertirlos en parte sustancial de nuestra vida cotidiana. Y mucho menos de interrogarnos sobre ellos.
¿Es posible sustraernos al influjo de los medios y dispositivos de comunicación que nos informan-miran-controlan-constituyen? Para estar informados ¿debemos tomar distancia de la polución informativa? ¿Debemos apagar la televisión y desconectarnos de internet? ¿Cuánto afectan los medios nuestra subjetividad? ¿Qué hacer?
Cerca de la revolución
Los medios de comunicación se convirtieron en el escenario privilegiado de la disputa por el sentido. Esta centralidad en la construcción del sentido común los convierte en actores privilegiados a la hora de desentrañar la trama hegemónica.
La “realidad” política, económica, social y cultural está cruzada y constituida por este escenario, marcado a fuego por la revolución tecnológica y la mediatización de la vida cotidiana.
Ese lugar de privilegio de los medos de comunicación se nutre de procesos convergentes, entre los que se destacan:
Revolución tecnológica que digitalizó la comunicación mediada en las últimas décadas, multiplicando de manera exponencial dispositivos y contenidos.
Omnipresencia de dispositivos y herramientas comunicacionales. En la Argentina hay 53,6 millones de celulares, a razón de 1,34 aparatos por persona. Casi la mitad de los hogares ya cuenta con al menos una computadora, mientras que 337 cada mil habitantes acceden a un servicio de banda ancha.
Crisis de legitimidad de la política tradicional y de otros espacios donde se institucionalizaban prácticas, valores y conductas.
Predominio de la cultura audiovisual. Según el Ministerio de Educación de la Nación, los chicos miran 1000 horas de TV al año contra 720 horas de clase anuales (en caso de tener asistencia perfecta).
Transformación de los grandes medios de comunicación en corporaciones multimedia con negocios diversificados en distintos sectores de la economía. Clarín pasó de ser un diario de circulación nacional a convertirse en un multimedio conformado por 264 medios entre diarios, revistas, señales de tv paga, radios AM y FM. Hoy es un grupo económico con intereses en los agronegocios, la industria editorial, la producción y venta de papel para diarios y el mercado financiero.
Expansión de internet, que en las franjas etarias más jóvenes reemplaza aceleradamente a la televisión, transformando tanto su vínculo con los contenidos audiovisuales como las formas de comunicarse (170 millones de usuarios en Twiter a septiembre de 2010, 640 millones en Faceboock y 100.000 nuevos blogs diarios a nivel global que se suman a los 250 millones ya existentes). Dicho esto sin olvidar que según la Unión Internacional de las Telecomunicaciones durante 2010 sólo navegaron por Internet 1 de cada 2,5 habitantes del planeta.
Ni apocalípticos ni integrados
Pensar este escenario supone evitar las simplificaciones. Esto es: ni perspectiva celebratoria, donde las nuevas tecnologías de la comunicación y la información sientan las bases para la libertad individual y la igualdad social, ni la dominación y alienación llevadas al paroxismo.
Es necesaria una mirada situada, que contemple tanto en la capacidad crítica del ser humano para interpelar la reformulación de las relaciones de poder y sus dispositivos como en el proceso político que sus prácticas se inscriben.
América Latina vive una etapa caracterizada por la recuperación y revalorización de lo público y por un nuevo rol del Estado en materia de comunicación. A su vez, el protagonismo asumido por sectores de la sociedad civil tiene su correlato en el fortalecimiento de la comunicación popular.
En buena parte de los países de la región, las políticas públicas plantean la necesidad de garantizar el derecho a la información y la libertad de expresión como derechos imprescindibles de todos los ciudadanos y no restringiéndolos a la libertad de prensa de los dueños de los grandes medios de comunicación comerciales.
No son pocos los gobiernos de la región que asumieron que en un mundo donde las corporaciones tienen más poder que los Estados nacionales, gobiernos y ciudadanos se quedaban sin voz.
La ley de servicios de comunicación audiovisual sancionada en nuestro país hace algo más de un año atiende esa lógica y apuesta a la desconcentración y la multiplicidad de voces, en una ecuación que fortalece tanto a los medios públicos como a las expresiones comunicacionales de la sociedad civil.
Digamos también que el mejor artículo de la mencionada norma no está escrito. La ley hizo visible aquello que los dueños de los multimedios mantenían invisibilizado: el debate sobre los medios, el periodismo y la comunicación en tanto estrategias políticas, discursivas y periodísticas constitutivas de eso que llamamos realidad.
El fortalecimiento de la comunicación pública, por ejemplo, tiene un efecto democratizador para el conjunto de la sociedad, no sólo para los gobiernos, si se observa que la concentración de los medios en un puñado de corporaciones es la mayor amenaza contra la libertad de expresión. Así como los totalitarismos del siglo XX eran sinónimo de censura, hoy lo son los oligopolios de la comunicación y el entretenimiento.
Resolver la tensión entre lo gubernamental y lo público, compatibilizar el derecho y la obligación de informar los actos de gobierno con expresar a todos los ciudadanos, en su diversidad y multiplicidad de voces, forman parte del desafío, pero no el problema.
Lo mismo sucede con la necesidad imperiosa de construir un nuevo mapa de medios, donde exista tanto diversidad de medios privados comerciales como un fuerte desarrollo de los medios populares, entendiendo a estos no sólo como no comerciales, sino desde una perspectiva político-comunicacional opuesta a lo dominante.
La salida es por acá
El derecho a la información, a expresarse a través de los medios de comunicación y al acceso a información veraz y útil es hoy imprescindible para todos los seres humanos. Decisivo a la hora de tomar decisiones, tanto a nivel macro como en la vida cotidiana.
La comunicación, trascendiendo a los medios de información, es un escenario privilegiado en la disputa por el sentido, cuyo resultado determina el tipo de sociedad en la que queremos vivir, sus valores, expectativas y objetivos.
Para que el ser humano preserve su libertad hoy resulta imprescindible promover tanto una mirada crítica de herramientas y dispositivos, dado que la técnica jamás es neutra, como una lectura crítica de los contenidos que lo asedian por doquier.
El escenario comunicacional contemporáneo es interpelado, cada vez en mayor grado, por los ciudadanos, quienes dan ejemplos notables de lectura entrelíneas del discurso mediático y resignificación del discurso periodístico, a la vez que demuestran la erosión en la credibilidad que sufren los medios controlados por los oligopolios informativos.
En palabras de Ignacio Ramonet, “los ciudadanos desconfían de una prensa perteneciente a un puñado de oligarcas que controlan, además, en buena medida, el poder económico y que actúan, a menudo, en connivencia con los poderes políticos”.
Pero con desenmascarar a las corporaciones de la comunicación no alcanza. Es necesario, como propusiera Umberto Eco en “Para una guerrilla semiológica” (La estrategia de la ilusión, 1967), dar “la batalla por la supervivencia del hombre como ser responsable en la Era de la Comunicación”. Batalla que, según el semiólogo italiano, “no se gana en el lugar de donde parte la comunicación sino en el lugar a donde llega”
“Debemos ser capaces de imaginar –proponía Eco- unos sistemas de comunicación complementarios que nos permitan llegar a cada grupo humano en particular, a cada miembro en particular, de la audiencia universal, para discutir el mensaje en su punto de llegada, a la luz de los códigos de llegada, confrontándolos con los de partida”.
Aquí encontramos, quizás, una nueva oportunidad para no sucumbir ante el hechizo del nuevo Argos Panoptes que, con sus cien ojos que jamás descansan, pretende sujetar nuestros cuerpos y moldear nuestra libertad■