Un cuerpo que dice. Un momento irrepetible. Ese aquí y ahora (tan trillado, pero cierto) que propone el teatro. Soy este. Y lo observo. Y lo entiendo. Y lo amo. Y lo acepto…y lo domino por completo.

Qué hermosa palabra, me remite inevitablemente a la belleza. Todos los cuerpos guardan belleza, en su interior o en su exterior…, tal vez a la vista de todos, de ninguno o de uno mismo.

Y creo que de eso se trata, que en esto radica básicamente lo que podríamos llamar: “el cuerpo del actor”. Existen todo tipo de instancias por las que pasamos aquellos que nos dedicamos a la actuación, generalmente, en teatro. Instancias que pasan por lo corporal, lo vocal, lo emotivo y lo textual, que lleva de la mano el ingreso de las palabras que no son las nuestras.

La magia del teatro (que nos atraviesa en cuanto se apagan las luces de sala) se va a dar siempre y cuando ese ser, ese actor sea enteramente consiente de su cuerpo, al cual debe amar, aceptar y conocer en profundidad. Pero hay algo más, algo que va más allá de ese entendimiento profundo: debe saber cómo lo ve el otro, qué ven los demás en ese cuerpo.

De este modo, va a ser totalmente dueño de lo que hace.

Una vez logrado esto, que no es nada fácil porque se trata de asimilarlo/ se, el actor podrá expresar.

Un actor que no sabe (o no quiere saber, o no tolera) cómo se ve, nunca va a poder proyectar su potencial, porque ningún pedido que le hagamos en relación a su piel, por ejemplo, a sus ojos o a su contextura será recibido de manera feliz. Casi con seguridad nos vamos a encontrar con la frustración de ese actor.

Un cuerpo es capaz de decir por sí mismo todo un texto sin mediar palabras. Pero deben coincidir en ese momento lúdico el entendimiento y la entrega sin la razón señalando las reglas del juego. Un cuerpo es un texto. De nada sirve esconder eso que está a la vista de todos, del otro que mira.

Con todo esto quisiera dejar claro que no me estoy refiriendo a un estilo específico de actuación. Para mí, todo lo expresado debería ser parte fundamental del saber de quien se decide a actuar, a mostrar su cuerpo para el otro.

De aquí que todos los otros aspectos que conforman al actor deberían partir de esta base consciente.

¿Y qué vamos a ver? ¿Con qué nos vamos a encontrar los espectadores? Seguramente nos vamos a ver frente a alguien que está allí parado, entero y seguro de sí mismo, y que será capaz de proyectar desde su piel, su cuello, su espalda, su mirada, su voz…, todo un sinfín de emociones.

En esos cuerpos alertas podemos descansar la mirada. Esos cuerpos seguros tienen el poder y el control de que veamos lo que ellos quieren que veamos. Y tienen el poder para que posemos nuestra mirada donde ellos desean que miremos.

Somos los actores, y nuestros cuerpos, un instrumento que va a sonar, que va a vibrar, que va a brillar, que va a encantar o que va a repugnar, según lo que se nos pida que proyectemos. Por esto es que debemos conocernos y no negar ningún aspecto de nuestros cuerpos.

Este soy yo, así me muevo, así camino, así digo (más allá del lenguaje por el que estemos transitando, este instrumento imparable deberá ser así de versátil).

Quisiera citar algunos ejemplos locales que pueden graficar todo esto: Los actores, casi todos los que han trabajado con Antonio Gasalla, y él mismo; ellos, y sus cuerpos, son totalmente consientes de lo que son y coherentes a la hora de narrar una historia. También Capusotto, Casero y Paola Barrientos, por nombrar solo a algunos.

En el caso de Barrientos (al contrario de otras actrices que, como ella, salieron del off teatral para llegar a la TV y lamentablemente fueron cambiando su aspecto para alimentar la frivolidad de la televisión y de sus televidentes) mantiene su aspecto, su cuerpo que habla. Uno puede observar en los personajes que aborda que nunca va en otra dirección que no tenga que ver con un tipo claro de mujer: las más cotidianas, las que no resaltan del resto, las anti-heroínas y las que nunca consiguen un amor. Creo que no me equivoco al afirmar que nunca será la cara bonita de una tira. Este ejemplo lo elegí porque grafica lo que un actor logra cuando aprovecha su cáscara al ciento por ciento. Obviamente Paola Barrientos es una actriz, a mi parecer, excelente y ha hecho personajes teatrales de toda índole. Pero quería dejar claro esto: aprovecha magistralmente su instrumento en su favor. No lo contradice nunca.

El que decide dedicarse a esta hermosa actividad pasa por todo tipo de emociones, pues somos una persona con un cuerpo que no siempre es el más lindo, no siempre es el más armónico, no siempre es el que más pega. Un actor no puede sacarse el cuerpo y guardarlo en un estuche. Lo llevamos a todos lados, muchas veces lo odiamos y pocas lo amamos, tal vez porque no es perfecto y, lamentablemente, nos cuesta mucho aceptarlo así como vino, así como suena. Por eso es que el trabajo es largo y duele tanto a veces.

Parémonos a pensar un poco, dejemos de lado aquellas imágenes de las grandes actuaciones que querríamos encarnar y tratemos de sentir por un ratito que somos únicos y que podemos hacer algo irrepetible con este cuerpo también nosotros■

Entrada anterior ¿Qué NES pasa? – Especial NES
Entrada siguiente Felices fiestas para todxs los lectorxs y colaboradorxs de Periódico Andén y andendigital.com.ar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *