Hay algo que ocurre habitualmente en los hondos bajos fondos: nada cambia. O el cambio es a lo sumo, cosmético, como cuando un intendente se peina para inaugurar una y otra vez el mismo asfaltado hecho con la guita de otro. De eso saben Catinga y sus socios, que patearon los muchos conurbanos del país para descubrir que, a lo sumo, solo se cambia de dealer, de novia o de bar, pero nunca nunca nunca de panadería, equipo de fútbol y marca de yerba.
Bardi, la muñeca bardera – Andén 88
Bolitas. Figus, gomeras. Soldaditos derretidos por el sol. Muñequitos rotos heredados. La infaltable pelota emparchada una y otra y otra vez luego que viejas de mierda la pincharan de puro garcas. Manchas, escondidas, rayuelas, petardos dentro de botellas, bombuchas con meada. Venido de un mundo donde pegarle a otros es el juego más común, Catinga repasa su colección de juguetes sensibles, esos tan pero tan queridos que nos hacen olvidar que se los robamos a alguien.
Ascenso social – Andén 85
Ca tinga y sus secuaces conocen las intrincadas arquitecturas de la villa, las rancheadas que miles llaman hogar, donde se disfrutan bebidas poderosas y, cuando se puede, choripanes y patys que transforman la escenografía en el mejor de los lugares posibles porque saben, como el Mago de Oz, que no hay lugar como el hogar.
Amor total, absoluto e incondicional – Andén 84
Ca Tinga y sus secuaces conocen de colores. Se encargaron durante años de pintarlos en las paredes del conurbano profundo y aunque ya no lo hacen tan seguido cada tanto despuntan el vicio y se mandan un “Mauricio reptiliano” por ahí, donde la policía sólo te jode si no les das la coima.
En la vida hay que elegir – Andén 83
Si hay gente que sabe de desperdicios son Gustavo Guevara y Ezequiel Pinacchio que desde hace años hurgan en los escombros de la cultura en busca de un hueso que pare la olla. Ya crecidos y con la fortuna de comer caliente a diario nos cuentan en imágenes lo que les quedó claro de esos días repletos de botellas vacías, cartones de puchos y bolsas de papas fritas a medio comer.
Primeros pasitos – Andén 82
Expulsado de varios colegios primarios en su infancia, Gustavo Guevara aprendió los rudimentos de la lecto escritura a fuerza de la mejor de las pedagogías de aquel entonces: los chancletazos de su madre. Ya de mayor, librado al azar de su destino aprendería a los tumbos que a la universidad de la calle es mejor no quedar debiéndole cuotas porque los matones de barrio te lo cobran a golpes y con retroactividad. Por eso se hizo historietista.
E=mc2 – Andén 80
El cine Gran California, en la vieja Ciudadela; Los videoclubs del conurbano donde se alquilaban películas condicionadas de los setenta; viejas revistas en blanco y negro pegadas en las gomerías, los tan reveladores dibujos de los baños en la estación de Morón. Todos esos hitos recorridos por la pluma obsena y pegoteada de Gustavo Guevara quien – como muchos – se daba amor a sí mismo ilustrando su imaginación con las mujeres de Milo Manara, Altuna y José Olivera, autor de ese otro pajero incurable, Piturro.
L´Etat c`est Luis – Andén 79
¿Estado? ¿Cuál estado? Cuando se inunda el conurbano no hay Estado, cuando la hinchada de Morón y Deportivo Merlo se agarran a pedradas en la puerta de tu casa no hay Estado posible. Así es el conurbano bonaerense: gana el que tira la piedra primero, el dueño de la pelota, el patrón de la vereda. El resto, a cagarse. Por eso existe Gustavo Guevara, para hacer justicia y denunciar el pequeño estado abandónico que todos llevamos dentro.
Macho el que leyó y volvió – Andén 78
Y Dios separó la Capital Federal del Conurbano y vio que esto era bueno. Entonces dijo: “No es bueno que el vino esté solo. Hagamos un Guevara a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos todos los tetras y los lápices y los cines porno del tercer cordón electoral”…Y vio que esto era bueno. Con ese sencillo acto nos legó a un cronista que más que voz tiene un lápiz carrasposo, curtido por el whisky y apedreadas en canchas del ascenso.
Nostalgia era la de antes – Andén 77
Cuando se transita por el oeste del conurbano bonaerense, tarde o temprano uno se topa con el ferrocarril Sarmiento. Esa mole llena de trabajadores y punguistas, esos vagones donde se fuma porro y se escucha cumbia aun a riesgo de la propia integridad es el hábitat de gente como Gustavo Guevara, que conoce a todos los vendedores ambulantes y a todos les quedó debiendo. Este es su sentido homenaje a la fauna más exquisita y heterogenea de extramuros.