¡Pedazo de estación! ¡Monstruoso Andén! Atónito observa el ingenuo espectador las luces de la gran ciudad. El próximo 25 se cumplen 200 años de historia, de historia pequeña. Hay grandes hechos y pequeños hechos. Cumplir doscientos años es un hecho grande e importante. Pero no por ser un hecho importante o grande es, a la vez, historia grande.  Y no es que las historias grandes no puedan hacerse en países pequeños. Ni tampoco que los hechos pequeños no hagan a la gran historia…

Festejar el bicentenario tiene una importancia simbólica notable. Si bien lo simbólico nunca parece demasiado importante, no debe olvidarse que todo movimiento social es antes un movimiento ideológico, y que todo movimiento ideológico es, en definitiva un espacio que circunda lo simbólico. Y si decimos que hay grandes historias y grandes hechos, también hay grandes y pequeños discursos y relatos sobre la historia y los hechos. Al construir un discurso se da la reactualización de sentidos y significados de ese hecho histórico con un impacto innegable en el actual imaginario social. De aquí la importancia de abrir las páginas de este Andén  a la pluralidad de interpretaciones, de discursos, de reconstrucciones, sobre este hecho histórico.

En una de estas interpretaciones, la apropiación de la simbología patriótica produce, al mismo tiempo, el desplazamiento de aquellos que no la adquieran, al lugar de no-patriotas. En el imaginario social, este hecho no es menor: puede significar el triunfo en una elección, la decisión de un congreso (como aquella vez de la Resolución 125), entre otras cosas de gran importancia. Dejar de lado estos símbolos, equivaldría prácticamente a renunciar a la condición de argentinidad, y esto es comenzar a perder la gran batalla.

En esa pequeña, pero profunda reflexión que realiza Roberto Dellavalle (en un par de páginas delante), donde honrando la simpleza y brevedad desplaza al lector de sus ideas más básicas y arraigadas, concluyendo: “No existe tal cosa como la identidad argentina, ni debería existir.” Y en esto no yerra ni una palabra.  Pero Roberto refiere a esa historia chica que se elucidaba al principio de este espacio editorial. Y es que realmente, ¿qué festejar de estos 200 años? No hay mucho si se lo piensa de las cuentas pendientes, desde los desastres humanos que asediaron la gran historia y los que asedian en la actualidad.

Sin embargo, se presenta el cumpleaños, el bicentenario de la Patria chica y a festejar. Y es que como cualquier cumpleaños de una persona más o menos normal, más allá de cómo lo agarre económica, amorosa, social o lo que sea – mente; se festeja. Y cuando se cumplen cincuenta años se festeja aún más y se hacen fiestas y esas cosas. Y así debe ser también con la patria, o por lo menos así se piensa que debe ser.

Otros piensan que es irrelevante. Que cumplir años es un día más, que no hay diferencia. Y estas personas muy racionales no carecen de razón. Tal vez pueda faltarles algo de emoción, que no tiene nada que ver con lo anterior, pero que tampoco les debe parecer tan importante.

Sin embargo, y aquí la cuestión, en medio de los festejos, pregunta Maffei: “Al gran pueblo argentino salud… Pero, ¿cuál pueblo? ¿Cuál es el ser nacional?”

Y es este punto al que se llega desde cualquier lado. Ya que cualquier proyecto más o menos amplio, más o menos interesante, tiene un sus bases una identidad, una característica de tal importancia que los distingue de los demás. Y es justamente en este distinguirse donde la diferencia se construye: No adviene, se construye. Se impone. Y esta es, nuevamente, la historia chica. Podría usted objetar que así como a la afirmación “el pueblo argentino” le corresponde la pregunta “¿que pueblo?”, también a la afirmación “no adviene, se construye”, le corresponde la pregunta “¿Quiénes lo construyen?”, y mas aún, ¿desde que espacio?, ¿con que acciones? Nuevamente se trata de elegir que significación hacer de esta celebración. Más allá de cualquier respuesta, lo que siempre hay y habrá es Discurso tanto en el exterior y el interior, por debajo y sobre, en lo profundo y en la superficie esta inscripto siempre el símbolo, el signo, el imaginario y  en este encontramos el referente, ese sujeto que somos, que conocemos, que para un lado desarticula y deconstruye su imagen y para el otro articula y construye discursivamente su historicidad, su condición social y su pensamiento político que, en su contingencia, piensa lo imposible, lo in-pensable. Toda ocasión para emprender este recorrido, estas preguntas, vale la pena festejarla.

La Patria Grande con la que soñaron San Martín y Bolívar –líderes políticos y militares menguados únicamente a su rango militar como bien explica Ignacio Politzer-, ésa es la historia grande. Y es así que Carla Wainsztok dice: “Bolívar hablaba de Nuestra América llamándola la América. ‘Para nosotros la Patria es América (…) nuestra enseña, la independencia y la libertad’”.

La Patria Grande, la historia Grande, es la América. Y la América es diferente a cualquier construcción civilizadora moderna, y es también diferente a cualquier pretensión ajena a la propia realidad. Es, justamente, la América más real, más palpable, es la circunstancia y no la simbología, es el sentimiento, es la pasión del pueblo y su realidad. Y es aquí donde la igualdad y la libertad, aquellos valores irrenunciables, son fagocitados por la circunstancia, junto con los grandes festejos del bicentenario. Y es aquí también donde en vez de presentar la renuncia, damos el primer paso con el sable en la mano■

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