Era un día de diciembre, el último de la primavera. Durmió poco la noche anterior. Miró la tele hasta muy tarde. Siempre estuvo atento a lo que ocurría a su alrededor, dispuesto a brindarse a los demás, a comprometerse para mejorar todo lo que estuviera a su alcance. Sentía ese deber moral, era imposible evadirlo. Así entendió aquello de “haced esto en conmemoración mía” que le transmitieron en la catequesis de su comunidad en el barrio.
Se levantó, prendió la televisión y la radio a la vez.
Tomó unos mates, observó el verde y las flores, iluminados por el sol, y le hicieron sonreír. El día sonaba a esperanza. Vio en la pantalla a Las Madres en la Plaza de siempre y se convenció de que debía ir rápidamente.
Saludó a su padre, que se preparaba para salir a trabajar con la bicicleta y la cortadora de pasto. Su madre trabajaba para una familia en la Ciudad de Buenos Aires y, como todas las semanas, no volvía hasta el sábado a la mañana, para lo cual faltaban dos días. Sus tres hermanos, dos mujeres y un varón, ya no viven en la casa.
Caminó hacia la estación con la frente alta, con esa lógica combinación de indignación y sano orgullo que se siente al darse cuenta de que se responde con dignidad.
Pasó por el centro comunitario, lo observó como cargándose de más energía moral.
Ya en el andén de la estación pudo leer, mientras, los titulares de los matutinos. Al llegar el tren esperó, como pocos, que primero bajaran quienes necesitaban hacerlo. Sintió una pasajera tristeza por la situación.
En el camino pudo observar algunos supermercados con sus persianas bajas, con gente en sus terrazas, exhibiendo armas para mostrarles a quienes se reunían en frente. ¿Cuál es el precio que piensan cobrar si hay saqueo? También llegó a percibir, más alejados, a algunos punteros con transmisores en sus manos. Le parecía volver 12 años atrás, cuando aún era chico. Tuvo miedo, pero no dudó en seguir.
Llegó a la Estación Constitución y se sintió acompañado, hermanado, al ver a otras personas con pancartas y banderas. Bajó por la escalera común ya que la mecánica lo iba a demorar. Deseaba estar ya allí, en donde parecía pasar más fuertemente la Historia aquel día. Por los parlantes avisaban que el subte de la línea A no llegaba a Plaza de Mayo, por lo cual no hizo combinación y bajó en Diagonal Norte.
Caminó hacia la Plaza, se daba cuenta de que no era el mismo clima que el que pudo observar por televisión el día anterior. Había más conexión con su sentir de autoconvocado por deber cívico, no por su bolsillo. No toleraban el estado de sitio. Ya había ido a muchas manifestaciones, pero nunca vivió algo así.
Ese día, la sangre terminó de debilitar a un gobierno. Su cuerpo ya no volvió a su casa. En el centro comunitario, sobre un papel afiche, una foto de él y una frase quieren dejar reconocimiento y enseñanza. Es que hay mucho por hacer, y hay gente dispuesta.
La frase dice: “haced esto en conmemoración mía”■