Se puede comenzar este comentario sosteniendo que el argentino que posee explícito vínculo con la cultura ha construido un imperativo categórico de ciertas características. En este imperativo se sostiene que todo lo que tiene influencia europea es “bueno” y lo norteamericano es “malo”. No se va a profundizar en esta oportunidad por qué es que se ha establecido esta particularidad, pero se lo deja planteado para poder dar cuenta a qué hace referencia lo del “paso adelante”.
Sin embargo, no se debe dejar de nombrar que Norteamérica –precisamente los Estados Unidos- ha construido un cine autónomo, que poco y nada le debe al viejo continente. En cambio Sudamérica –concretamente Argentina- continúa en un intento de sistematizar un cine que no termina de adquirir autonomía debido a su indefinida dependencia en el tiempo a Europa.
Así, la mayoría de la producción de cine local parece que fuera pensada para gente que necesita constantemente sentirse inteligente (tanto público como realizador). Este Otro fantasmatizado europeo que nuestro país ha construido (ya que la Europa material –no la de nuestra realidad psíquica- posee gustos estéticos más amplios) rechaza aquel tipo de cine que no tenga cuestiones de fondo. Y en el cine la cosa pasa por las formas.
Por ser un cineasta surgido en nuestra sociedad, daría la impresión de que Pablo Trapero se propuso –quizá sin saberlo o sin pensarlo- realizar un cine serio y comprometido. Hasta este momento, sus películas simplemente se dedicaban a “mostrar” la realidad en su vertiente cruda. Los seguidores de Trapero pueden abducir que esto es buscado para expresar la alienación que determinadas personas sienten en las sociedades urbanas del supuesto sub-desarrollo -Mundo grúa o El bonaerense-.
Lo concreto es que el cine de Trapero se ha ido destacando a lo largo de los años por surgir en un mercado con poca cantidad de cineastas de excelencia. Pero su filmografía, a duras penas, le parecía Cine a quien escribe. Trapero sólo se dedicaba a mostrar, casi como un documentalista.
Un Cineasta genial –en otra oportunidad se justificará tal afirmación- fue sin duda Fabián Bielinsky, quien con su corta y brillante producción ha dejado un legado e influencia en espectadores y en sus contemporáneos colegas. Campanella También dejará su legado con la estimable El secreto de sus ojos, y ahora Trapero con Carancho, ambas protagonizadas por Ricardo Darín. Claro que debemos subrayar que los antecedentes reales son los policiales de Aristarain, pero quien puso en boga nuevamente (y de eficaz manera) tales temáticas fue Bielinsky. No por nada Aristarain tiene el proyecto –demorado por cuestiones de producción- de filmar La muerte lenta de Luciana B. basada en la novela de Guillermo Martínez.
Trapero vuelve una vez más a revestir sus películas de ese pretendido realismo brutal, generando un canal de expresión propio (similar al de Caetano) pero agregando una gran novedad: hace correr por este canal un argumento de género, un policial puro.
El resultado: una película notable. Según la visión sostenida, las anteriores producciones de Trapero fueron ejercicios para llegar a Carancho. Fue una preparación del terreno, lenta y trabajosa para darle rienda suelta a una historia en esa cosmovisión de mundo que el cineasta argentino construyó. A uno no le importa si la ciudad realmente es así (¿a alguien le importa si el “Far West” era así como nos lo mostró John Ford?), Trapero crea un símbolo y allí suelta a sus personajes.
Repito: parece que sus películas anteriores oficiaron como una preparación de terreno para esta última producción. Carancho posee movimientos de cámara nerviosos y una puesta en escena en donde se busca el feísmo de la urbanidad –en este punto se lo llamaría un Michael Mann argentino-. Pero lo más interesante es que aquí se aleja del imperativo cultural nombrado en el comienzo del artículo y se acerca a, sólo por tomar un ejemplo, un director como Tobe Hopper. La matanza de Texas (1974) no quiere dar cuenta que los sureños de Estados Unidos son tal cual lo demuestra el brutal film. No son carnívoros, sucios y locos. Pero ese es el mito que crea Hopper (luego apoyado por Wes Craven en Las colinas tienen ojos -1977- ), ese es el modo en que hizo una ficción para contar su manera de ver el mundo.
Aquí alguien podrá abducir que la realidad que muestra Trapero es muy verídica, o sea, que la ciudad y el sistema son tal cual los muestra. Algunos habrán dicho lo mismo acerca de La matanza de Texas ya que está levemente basada en Ed Gein un sureño de particular historia (para ver mejor este personaje se recomienda la excelente película canadiense El trastornado –Deranged, 1974, Jeff Gillen, Alan Ormsby-). Entonces: si a cierto sector del público le interesa que el cine muestre una realidad, allí el cine pierde su estatuto artístico y estético para pasar a ser un canal de comunicación –cercano a la tele-.
Por eso, los personajes de Carancho trascienden la realidad material y aparecen como verdaderos personajes del séptimo arte. La historia trasciende el cine de protesta, aquel que cuestiona un sistema que se sabe que nunca funcionará del todo –la ilusión neurótica de una sociedad ideal-, para ser una ficción, una historia de cine. Puede haber historias de amor parecidas, puede haber realidades y personajes que se asemejen en la realidad, pero esta historia solamente vive en la pantalla.
Tomando un concepto del crítico Ángel Faretta, se puede decir que Carancho abandona el terreno de la pura representación para establecer una simetría con la realidad. No es la pura realidad, es una elaboración particular ella. Y esto es cine, en donde las cosas no se muestran tal cual son. El cine no es dramaturgia, es decir, la representación de manera teatral de una situación dramática. Tampoco es fotografía. El cine es mucho más que eso. Es una fantasía, es montaje, es mirada –fundamentalmente- y debe hacerse de sus herramientas más nobles para poder crear un símbolo de la realidad.
Según este criterio, Carancho es verdadero Cine. Es un paso más en la filmografía de Trapero. De su mano, el cine argentino da un paso más. Lo da en el sentido de establecer una propia mitología y un particular modo de contar las historias. Y cuando algo está un paso más adelante, los que van detrás pueden localizarlo y seguirlo. Quizá sea un punto de partida a esta década que recién comienza para pasar del “Nuevo cine argentino” a un Cine argentino, a secas■