¿Qué hacer con la voluntad de liberación? Michel Foucault sostiene que a partir de Kant ha surgido una interrogación filosófica que implica la pregunta acerca de qué hacer con la voluntad de liberación.
La creencia ferviente en Dios, tal cual aconteció en la edad media en toda su extensión, fue un factor ordenador de toda una cultura y de un tipo de pensamiento. Que Freud haya sistematizado el concepto de “pulsión” en el siglo XX, resulta prácticamente una continuidad –clínica en este caso- de esa voluntad de vivir, en palabras de Schopenhauer, o de ese impulso vital sistematizado posteriormente –y paralelamente- por Bergson. Esto comenzó (o más bien se retomó, ya que no se debe olvidar a los griegos) a partir de aquella caída de sentido ordenador que fue el discurso religioso. Es decir, comenzó una inquietud cercana a la pregunta que Foucault totalizara posteriormente: ¿Qué se hace con la voluntad de liberación?
Acerca de “Érase una vez en la revolución” de Sergio Leone.
Sergio Leone es poseedor de una filmografía escueta y brillante. Aquella generación amante de un cine italiano con intensiones explícitamente intelectuales, en la cual Fellini se encontraba en la cabeza, no reparó en la excelencia del cine de Leone. Si no se cuenta su primer película, la épica El coloso de Rodas -en donde todavía no estaban establecidas sus coordenadas autorales- la filmografía del italiano está dividida en dos trilogías: La conocida cómo trilogía “del dólar” y la trilogía de “América”. En 1971 filma Érase una vez en la revolución (título con el que se prefiere llamarla, ya que por cuestiones de traducción se la conoce por varios -el original es Giu la testa-) película que se ubica como la segunda de la trilogía de “América”, en medio de Érase una vez en la revolución -1968- y Érase una vez en América -1984-. Existe un diálogo que vale la pena citar a la luz del tema que se está trabajando. Su trama transcurre en el marco de la revolución mejicana y sus protagonistas son dos antihéroes revolucionarios. Cuando el sagaz y esbelto gringo -interpretado por James Coburn- habla de revolución, el mejicano oportunista y bandido de poca monta -interpretado por Rob Steiger- responde con énfasis: “¿Revolución? No intentes enseñarme de revoluciones. Lo sé todo de ellas. La gente que lee libros va a ver a la gente que no lee libros y dicen ‘debe haber un cambio’, luego ese cambio sucede, los que leen libros festejan y comen y los que no leen, están muertos. ¿Y qué pasa luego?… ¡La misma cosa empieza de nuevo!”
Por lo tanto, retomando a Foucault, luego de la reflexión que el cine de Leone propone, ¿qué hacemos con la voluntad de liberación?, ¿nos liberamos de qué cosa? O más precisamente ¿es posible una liberación? O aún más ¿es necesaria?
Se propone: el desafío del hombre contemporáneo no consiste en realizar una liberación, nuestra época ya se expresó incluso de esa forma en los 60. Actualmente se sostiene que el real desafío consiste en tomar una posición frente a las cosas.
Acerca de El escritor oculto de Roman Polanski.
La liberación ocurre de cualquier manera, en algún momento y de algún modo, aunque no se la busque explícitamente. Ocurren procesos de liberación en determinados momentos históricos y es inevitable, en una dinámica social, que vayan ocurriendo. En niveles individuales es saludable y esperable que acontezcan (como por ejemplo en la adolescencia).
Aunque la revolución frente a un sistema social posee bastante de lo que el personaje de Rob Steiger dice en la película de Leone (“La misma cosa comienza de nuevo”).
Actualmente en las salas argentinas se proyecta la última película de Roman Polanski, otro verdadero genio del cine, El escritor oculto. Si bien nunca había filmado una película política (a no ser que se piense Oliver Twist o Macbeth como películas políticas), se sostiene que El escritor oculto sí lo es, aunque poco importa.
La película es una máscara y detrás de ella no hay nada. Es una pura forma. Porque el cine es forma, estética y esto es lo verdaderamente importante en su última producción: no importa la lectura política, importa la mirada de cine. La Mirada de ficción del director.
No se quiere trasmitir que las cuestiones de fondo (simbólicas, ordenadoras) no poseen importancia. La tienen y mucho, se está a merced de ellas por ser sujetos del lenguaje. Pero la tienen en su justa medida. Nicolás Casullo sostenía que el argentino posee un imperativo categórico en donde la premisa de criticar a la clase dirigente es parte de él mismo. Sea cual sea el dirigente, no importa el motivo, el imperativo del argentino ordena la crítica. Esto implica girar constantemente en derredor de las cuestiones simbólicas.
Hoy se actualizó un debate entre dos maneras de pensar el mundo que el hombre de las sociedades industriales siempre ha sostenido (lo que se llama tradicionalmente un pensamiento de “derecha” y otro de “izquierda”). Pero más que establecerse acerca de las decisiones políticas el planteo consiste en el debate acerca de la transmisión de la información.
Se insiste en sostener que la tele es un medio de comunicación y el cine un medio artístico [Se hace una salvedad: En otra oportunidad se desarrollará si parte de la tele tiene o no estatuto de arte]. El cine es la expresión de un fantasma particular, el del director, que puede coincidir en puntos con el del espectador. En cambio la tele muestra un objeto tomado del fantasma de la masa, por lo que lo alimenta y lo cristaliza. Así, la tele cosifica ese imperativo antes nombrado, el de la crítica capciosa e indiscriminada a la clase dirigente y si se recuerda que Freud sostenía que el gobernar es una de las profesiones imposibles, seguramente resultará muy simple este tipo de crítica.
Entonces se vuelve al planteo inicial: Una vez caído el semblante “Dios”, que daba completo sentido, fue reemplazado de alguna manera por la figura del Estado. Una vez caído éste (como eficaz símbolo ordenador) pareciera que los medios de comunicación y el consumo ocuparon los lugares de nuevos ordenadores sociales. Por lo tanto, ¿qué hacer con la irrefrenable voluntad de liberación? ¿El hombre se encuentra en una constante situación de liberación? ¿Fue realmente eficaz la generación del 60?, ¿o simplemente fue una revolución más? Es decir, como pasó con el discurso religioso y luego con el discurso político, ¿ahora la liberación es frente al consumo y los medios? (recordar la frase de Lacan referida a que la generación del 60 buscó rápidamente un “Nuevo Amo”).
Es indudable la existencia de una referencia a un Otro, a un Discurso al cual constantemente se está en referencia (desde siempre, aunque cambien sus formas).
Lo que teóricamente el arte enseña es su función como tratamiento de la realidad. Para ejemplificarlo, se vuelve a El escritor oculto: La trama política como excusa para mostrar la particular mirada con que Polanski aborda el hecho, que en su caso es la elaboración de la realidad con énfasis en la belleza de las imágenes, en el amor, en la mirada.
Por lo tanto y para concluir: El cine no es un medio de comunicación, el cine es un símbolo que se establece sobre la realidad. Pero la realidad es un símbolo también. El hombre ha establecido una revolución permanente frente a ese símbolo que cada época –que el mismo hombre- ha construido (Iglesia, Estado; hoy los medios y el consumo), una liberación frente a un Otro, frente a un Discurso determinado. Y es imposible liberarse de ello y se cree que tampoco es necesario.
Entonces lo que se propone es pensar al hombre actual como un sujeto que posee el desafío de tomar una posición frente al Discurso, de revisar el símbolo que establece sobre las cosas. Y esto no es revolución, tampoco una liberación; simplemente es la reescritura de la propia historia. Es el intento de ser el “Escritor oculto” de la historia. De la particular, de la de uno mismo■