La fe en el siglo XXI viene a traernos nuevas respuestas; pero no como aquel bloque monolítico donde se dictaba una única interpretación de las realidades de la vida ni como quien designaba a monarcas o a civiles para cualquier función de poder. La fe no es sólo occidental y cristiana  -mal que le pese a Videla- ni patrimonio de una religión -mal que le pese a Ratzinger ejerciendo el cargo temporal de Papa de los católicos.

Esta nueva fe viene a unir ahí donde la ciencia se quedó a mitad de camino o necesita un abrazo (física cuántica), y donde descubre que el humano no es ni tan individual ni tan indiferente como se cree (separaron un átomo en dos y luego los pusieron a distancia; cuando modificaban algo en el primero y se modificaba el segundo). También los racionalistas y escépticos tuvieron que reconocer la fe en acción, no sólo en sus déficits institucionales como cualquier organización, ¿o la democracia se limita a Hitler que fue elegido democráticamente y la ciencia a la bomba atómica?

Y en concreto, viniendo a la Argentina, esta fe social fue notable en la crisis de 2001, no fue tanto desde arriba hacia abajo… fue inter-sociedad. Todas las variantes humanistas estaban dando de comer a otros semejantes: clubes, vecinos, religiones, fundaciones, ongs… Rondas de comida y frazadas por la noche. Esta misma sociedad que había recibido un fuerte golpe fruto de la política pergeñada por el peronismo en la década del 90 llamada conversión o 1a1.

Creo en esta fe, la de la oveja perdida, tan hablada por Jesús de Nazaret. El buen pastor que va por la oveja perdida, y las ovejas que reconocen su voz de la de los ladrones. En la fe de estos comedores, de estos religiosos que no abusan y no salen en la tele estando en lugares marginales, del padre Pepe que denunció que el paco era agua corriente en las villas de la ciudad de Buenos Aires. En esta fe que llama a compartir, a ser rebaño no de mansos y pasivos sino de compartir el género y el llamado a ser comunitas (común unidad). Esto que sigue siendo una semilla aún no corrompida en Argentina donde el judío habla con el musulmán, el chileno con el peruano, el cubano con el estadounidense.

Pero esta fe necesita aún más. En este centenario necesita la fe que sea responsable. Que responda ante el otro y por el otro. La fe del compromiso. Y este compromiso es empezar a distinguir pastores de dictadores, violencia verbal de dialogo y consenso, lugares de recursos públicos a lugares públicos, con políticas universales; para que nunca nadie más segregue a esa parte del rebaño, a los excluidos, ante esta crisis del capital tan fuerte, y negligencia de 25 años de gestión política desastrosa a manos principalmente de un partido que se olvidó de que la justicia social es no un sustantivo sino un verbo que hay que conjugar.

Hay tierra fértil, y está en la pequeña semilla de mostaza.

Nuevamente está en el horizonte si nos animamos dar vuelta la frase de la genial Mafalda: paren el mundo que me quiero subir■

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