No serán muchos quienes por estas  tierras conozcan la figura de Luther Blissett.

Sí hay consenso con respecto a que el fenómeno del fútbol excede las fronteras de lo estrictamente deportivo y tiene connotaciones económicas, políticas y sociales como ningún otro deporte. Sin embargo, ha sido recién en las últimas dos o tres décadas que se le ha reconocido a este deporte alguna porción de su carácter místico/mítico en gran medida  por el aporte de la literatura de la mano de autores rioplatenses como Soriano, Fontanarrosa, Sasturain, Galeano y últimamente el boom de Sacheri. Aunque atrás parecen haber quedado los planteos borgeanos al estilo de “fútbol son once necios corriendo detrás de un balón”, todavía subsiste cierta subestimación del espacio futbolístico como arena donde se registran posiciones políticas, donde se libren batallas ideológicas o, yendo más allá, donde  se  vislumbren prácticas descoloniales. Lo cierto es que sería un error no estar atentos a registrarlas sobre todo por el grado de performatividad que tienen; hay, por ejemplo, pocas intervenciones que se repliquen con la rapidez y el alcance de las de Diego  Maradona y es éste un personaje que con frecuencia asume posturas políticas contundentes.

Emancipate yourselves from mental slavery, none but ourselves can free our minds. (Bob Marley)

De todas maneras, como veníamos sosteniendo, pareciera ser que el lugar para vincular al fútbol con la política de manera seria necesariamente continúa implicando una genealogía sobre la utilización del deporte como circo para esconder atrocidades de gobiernos autoritarios. Con la economía sucede algo parecido: pocos resisten la tentación de especular con el análisis financiero sobre cuál es la forma en que el merchandising y los derechos de televisión del fútbol influyen sobre ésta, o cómo operan los fondos de inversión en la compra y venta de jugadores. Nadie podrá descalificar esos abordajes pero sí conviene tener presente que el análisis  da para más.

Resulta interesante introducir un ensayo de José Carlos Mariátegui quien como  señala Aníbal Quijano fue uno de los autores que mejor entendió los límites del marxismo en América Latina y la diferencia en cuanto a su aplicación en países colonizadores y colonizados. En El hombre y el Mito, este  pensador peruano plantea que “la civilización burguesa sufre la falta de un mito, de una fe, de una esperanza, sin un mito la existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico; la historia la hacen los hombres poseídos e iluminados por una creencia superior, por una esperanza súper humana, los demás hombres son el coro anónimo del drama”. Si bien Mariátegui se está refiriendo a que ni la razón ni la ciencia han logrado satisfacer la necesidad de infinito que hay en el hombre y sugiere la pasión de la sociedad sin clases sociales como horizonte de sentido, el eje central  pasa por el lugar que ocupa en las sociedades la idea de “Mito” y cómo se lo significa.  Justamente la fecundidad del fútbol pasa porque opera directamente sobre  esa necesidad. Seguramente como paliativo y es probable que de manera recortada pero es su carácter místico/ mítico lo que  termina dando lugar a leyendas como la de Maradona  que exceden ampliamente lo deportivo.

Los mitos no son reales pero sí son importantes y eso parece entenderlo rápido cierta sector de la prensa que no tarda en  vociferar: “Maradona representa el autoritarismo en el fútbol, Maradona es Kirchner, cuando le dice a un periodista que su pregunta es tonta, genera un modelo que convalida el ninguneo, es la dictadura de la emoción”.

Pero cómo funciona el mito cuando el mismo Diego se planta ante la postura de FIFA y Pelé para defender el derecho (ridículamente en tela de juicio) de Bolivia a jugar en La Paz o cuando aparece al lado de Chávez mientras  este anuncia la ruptura de las relaciones diplomáticas con Colombia. Porque admitamos que es cierto que de  todas las supuestas pruebas que presentó Uribe a la OEA, los delegados de los gobiernos latinoamericanos no encontraron una que demostrara que existen fuerzas guerrilleras en territorio venezolano con respaldo de Chávez. Como señala Luis Bruchstein: “Maradona estaba en el lado correcto”. Lo peligroso hubiera sido al revés, que estuviera con Uribe, representante del colonialismo interno y no vacilante ante la idea de poner en guerra a la región.

Desconocer la importancia del mito supone aferrarse a lo conocido e institucionalizado, lo obvio, por eso  resultan tan reveladores desarrollos teóricos como los de Enrique Dussel quien acuña el concepto de “mito de la modernidad”.  El filósofo argentino desarticula el concepto eurocéntrico de modernidad al afirmar que ésta no sería la línea que va de Grecia, Roma, el medioevo, el Renacimiento, la Ilustración y la modernidad europea. Ésta es una visión eurocéntrica, una autoimágen que los europeos crearon, en especial el romanticismo alemán de finales del siglo XVIII y principios del XIX. También filósofos como Kant y Hegel. En esa lectura la modernidad aparece autoconstituida, producto de sí misma, resultado de procesos y fenómenos intra-europeos. Esa lectura oculta el colonialismo, oblitera el proceso de “dominación violenta” y sangre derramada a la vez que descarta  el aporte de otras culturas en la constitución de Europa.

Lutter Blisset fue el primer futbolista negro en convertir un gol en la liga italiana; para algunos fue simplemente un  pésimo fichaje del  Milan F.C., o aquel jugador negro  que se fue escupido con todo tipo de insultos xenófobos. Lo cierto es que su nombre  fue utilizado  como seudónimo colectivo para las intervenciones de un movimiento marxista-autonomista de corte postmoderno  que buscó  librar lo que se llamó la  guerrilla informática o el sabotaje mediático  teniendo bastante impacto en los Estados Unidos y Europa durante la década de los noventa.

Dos grandes mitos: Luther Blisset y Maradona. Este último parece escribir a cada paso un gran relato mítico inscribible en la tradición nacional popular o incluso útil para una propuesta más ambiciosa como el pensamiento descolonial. Ante la opción elige no estar con la FIFA y sí defender el proceso de integración latinoamericana. Aunque incurre en contradicciones, no caben dudas de que  rediscute y resiginifica el rol del futbolista.  A diferencia de Blisset no parece al posmodernismo interesarle demasiado su figura, pero sí constituye un enemigo visible para ciertos intereses y por ende es apuntalado como jugosa carne de cañón por quienes siempre estuvieron en la silenciosa y conspirativa platea de la colonialidad, el  sometimiento y el relato de la historia oficial■

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