Pelear solo, sin aliados, no es recomendable. Luchar en comunidad siempre tiene buenos resultados aún perdiendo la batalla. El cansancio se soporta mejor entre todos. La angustia es posible vencer cuando estás acompañado. No hay largas distancias cuando en tu ruta de peregrinaje existen otros caminantes. El miedo y la noche desaparecen cuando te sostienen las manos solidarias y comunitarias.
El otro siempre es un misterio. El yo también puede ser el otro. Depende del lado en el que esté. Sin el otro no puede existir el yo. El yo y el otro sólo hacen un nosotros cuando existe comunicación. Y comunicación es poner en común lo que tanto el yo como el otro tiene por dentro.
En las culturas andinas, especialmente en la de los aymaras y quechuas, no tiene fuerza el yo o el tú (vos) sino el nosotros (noqhanchej, en quechua). Es más. El plural del nosotros es inclusivo, es decir incluye a todos.
Querer hablar del otro sin el yo no es fácil para aquellos que nacieron, vivieron y murieron dentro de una cosmovisión comunitaria. Por eso en el sistema social y económico de los pueblos originarios existen prácticas ancestrales como el ayni y la mink’a. Es decir el trabajo colectivo, comunitario, solidario y recíproco.
El individualismo, es decir el yo, no tiene espacio. Cuando un campesino en una comunidad tiene que construir su casa o sembrar, le ayudan todos los comunarios, es decir los otros. Y cuando las cosas se hacen entre todos, se forma el nosotros. Dejan de existir el yo y el otro.
¿Qué es el ayni? le preguntó un periodista argentino a un campesino del lago Titicaca en Bolivia. La respuesta fue sencilla: “El ayni es el trabajo colectivo en el que todos aportan con alegría para satisfacer las necesidades del vecino, del comunario”. Y agregó: “Cuando se trabaja en comunidad no nos cansamos ni estamos tristes”.
El individualismo es el yo, es el ego, es lo mío, es lo exclusivo, es el acaparamiento, es algo que no es del otro o de los otros. El individualismo es un comportamiento occidental, fruto de la visión capitalista o economicista no sólo de las cosas sino de la vida. Puedes tener todo pero no eres feliz.
Compartir siempre genera alegría. Por eso cuando todos los integrantes de una comunidad campesina ponen sus manos para levantar una casa o para sembrar en el terreno del compañero, del vecino, los trabajos no sólo son rápidos sino causan felicidad, hacen brotar las sonrisas de los labios y no te hacen cansar.
La solidaridad es clave en las comunidades. Por supuesto que en muchas ya no existe debido a la invasión de las costumbre citadinas o urbanas. En el campo se respeta el compromiso de palabra (el papel no es necesario), es sagrado el compadrazgo, la tierra es la primera madre de la vida, el ser humano es la expresión de la divinidad y por ello cuando está en peligro recibe una mano de la comunidad.
El yo y el otro se fusionan en el nosotros. El nosotros es la comunidad solidaria. Y sólo hay fusión cuando existe intercomunicación. No hay nada oculto entre el yo y el otro. La transparencia es importante. Cuando algo se oculta no es posible construir el nosotros. El yo siempre es débil sin el otro.
Las luchas históricas de los pueblos sólo fueron posibles cuando los individuos renunciaron al yo, al ego, a lo mío, al individualismo y pasaron al escenario de los otros, de la comunidad. Los grandes líderes de la historia sólo surgen cuando dejan todo, inclusive aquello que más quieren.
Dejar aquello que sobra, que no afecta, que uno ya no quiere, no tiene sentido. No es nada heroico. Dar tu inteligencia, tu fuerza, tu tiempo, tu vida por la comunidad, es engendrar la liberación para los demás y con los demás.
Sólo conoces y valoras al otro cuando tú te haces conocer. La comunicación es poner en común lo que hay dentro de cada yo. Y dentro existen pensamientos y sentimientos, dudas y certezas, éxitos y fracasos, sufrimientos y alegrías, esperanzas y frustraciones.
Pelear solo, sin aliados, no es recomendable. Luchar en comunidad siempre tiene buenos resultados aún perdiendo la batalla. El cansancio se soporta mejor entre todos. La angustia es posible vencer cuando estás acompañado. No hay largas distancias cuando en tu ruta de peregrinaje existen otros caminantes. El miedo y la noche desaparecen cuando te sostienen las manos solidarias y comunitarias.
Vivir solo es posible pero no agradable. Los solos siempre son perseguidos por el cansancio y la muerte. Cuando estás sin compañía, es más fácil que te derroten los enemigos invisibles, que están al acecho. Vivir en comunidad te permite enfrentar a la muerte y al sin sentido de la vida.
El otro sólo se abre cuando el yo -el tuyo- se abre con la sencillez de la vida. Nunca puede nacer el nosotros si no estás dispuesto a compartir. Puedes vivir en tu mundo, pero no con felicidad. La comunidad no es perfecta pero es mejor. Los amigos no son seres divinos pero muchas veces pueden estar cerca del cielo.
El otro siempre es un misterio. No es fácil conocerlo a simple vista, pero muchas veces creemos saber lo que está pensando y lo que está sintiendo el otro. Somos ligeros y con una mirada fugaz no sólo lo juzgamos sino lo condenamos sin derecho a la defensa.
Hay gestos más contundentes que las palabras. Hay ojos asesinos como hay miradas que pueden salvar vidas.
El otro es algo sagrado. No lo puedes juzgar alegremente. Los prejuicios son criminales. Para conocer al otro siempre hay que ir directamente a él, sin intermediarios. Es decir que no es bueno quedarse con las voces interesadas por afecto o desafecto.
La mirada fugaz siempre nos lleva al prejuicio y esto acaba en la discriminación y el racismo. Por el color de la piel rápidamente ponemos al otro en una categoría inferior. Por la voz y los gestos del otro, sin piedad reaccionamos con fobia. Y hasta la ropa nos hace prejuzgar.
Vivimos de la apariencia. El reino de lo que se ve nos gobierna. No nos interesa lo que el otro ser humano tiene por dentro. Nos damos banquetes placenteros con títulos, honores, condecoraciones, apellidos “famosos”, origen de nuestro nacimiento, profesión, gustos.
Detrás de esa máscara que construimos sobre un ser, está un humano generoso, con grandes valores que no se cotiza en la “bolsa de valores” o las pasarelas y galerías de la vanidad.
No sólo somos paridos por el colonialismo sino por el hedonismo. Nos quedamos en la forma y no nos importa la esencia. Miramos la etiqueta o marca y olvidamos lo que hay detrás de lo que se cree “fino” y “hermoso”.
No sólo dividimos todo entre el bien el mal sino formamos categorías de hermosos y feos, de ignorantes y de sabios, de blancos y negros, de citadinos y campesinos, de hombres y mujeres, de patrones y esclavos, de jefes y súbditos, de amigos y enemigos, de izquierdas y derechas, de arriba y abajo.
No hay duda. La felicidad es fruto de la construcción del nosotros, de la comunidad. La alegría es posible cuando compartes y ayudas. El individualismo y la indiferencia desaparecen cuando eres solidario y le das una mano al que la necesita. Sólo sientes el calor de la amistad cuando tu mano se encuentra con otra mano. El yo y el otro, sólo tienen sentido cuando hacen el nos-otros■