Bajo las escaleras de la estación de subte, Loria, como lo hago cada día. Como cada día, cuando estoy llegando al andén, se va el tren. Así que aprovecho y recargo mi subtecard.
En el andén deambula gente algo nerviosa por no haber podido subir en la formación que se fue. Tomo aire, y comienzo a escuchar en mis auriculares a The Beatles, I’ve Got a Feeling.
♪ Oh please believe me, I’d hate to miss the train
Oh yeah yeah oh yeah…
And if you leave me, I won’t be late again
oh no, oh no, oh no… ♫
Cuando llega la formación, se abren las puertas y baja una persona. Si baja una persona, yo puedo subir. Me considero persona (al menos hasta hoy). Es más, legalmente también sé que lo soy, porque soy un ente susceptible de adquirir derechos y contraer obligaciones. Y además, sí, muy susceptible.
Cuando intento subir, me encuentro con una señora de unos cincuenta y seis años (?), de un metro cincuenta y dos, con cabello corto de rubias pretensiones; vestida con un tapado negro, cartera negra en un antebrazo y bolsita de nylon en la otra mano (no-reciclable, por cierto). Intentó cubrir uno de los laterales del acceso para que yo no subiera, pero claro, ella no tuvo en cuenta que yo tenía unos treinta centímetros más y algo más de vitalidad. Logré entrar, pidiendo permiso.
No obstante mi requerimiento, se generó el siguiente diálogo:
Señora (S): -¡Eeehh! ¡Paráááá, PELOTUUUUUDO!
Yo (G): (sorprendido ante semejante epíteto [1]) -Creo que no había ninguna necesidad de semejante agresión, señora.
(Está bien que puede que sea un pelotudo, ¡pero no por el sólo hecho de subirme a un subte!, ¿tanto me conocía la señora?)
S: -¿Y qué querés?, ¿no ves que no hay lugar??
G: -Lo hay. De hecho en este preciso momento estoy ocupando un lugar.
S: (siempre en tono agresivo)- Y sí, claro, empujando…
G: -mmm… la quiero ver, cuando lleguemos a la próxima estación, que es Plaza Miserere (estación de trasbordo de pasajeros con los trenes y colectivos).
S: -¡No los vamos a dejar subir! (A esta altura, parapetada en la puerta).
¿”Vamos”? Me llamó la atención que me tomara como un aliado, siendo que dejé entrever que no estaba de acuerdo de tenerla como líder.
Cuando llegamos a la estación siguiente, como era de esperarse, subieron doce pasajeros por la misma puerta. Ella, en vano, intentó hacer frente a semejante horda de trabajadores ansiosos por cumplir con su labor diaria. Ellos eran más. No pudo, ya que había una clara superioridad numérica.
S: -“¡Eeeh!, no empujen, ¿no ven que no hay lugar? (teoría que ya había sido derribada una y otra vez.)
Señor (gordo con campera): -señora, ¡todos queremos ir a trabajar!
G:(hacia el Sgcc) – Agradecé que no te dijo pelotudo como a mí, en la estación anterior. (Risas generalizadas.)
La señora ‘rubia’ se dio vuelta, en forma torpe, y trató de sacar un turrón (sí un turrón…) de su cartera en medio de todo el apretujamiento, hasta que finalmente le dio un mordisco (al turrón, no al señor gordo).
G: Mmmm… no sé si es el mejor momento para comer un turrón, señora. No creo que sea muy conveniente.
Risas generalizadas nuevamente, señorita bajita de unos veinticinco años que me mira y me hace un gesto cómplice y de triunfo mostrando el puño cerrado, como si Maxi Rodríguez hubiera metido un quinto gol a los coreanos.
Pero lo mejor estaba por venir. La señora sacó su bandera blanca y dijo:
S: -Tenés razón… disculpame, vos no tenés la culpa de todo esto.
Lo único que faltó para semejante acto, fue un aplauso para la señora en semejante paso de comedia.
Bajé con mi consciencia tranquila, por no haber contestado esa injusta agresión, mientras seguía el tema…
♫ Everybody had a hard year
Everybody had a good time
Everybody had a wet dream
Everybody saw the sun shine
Oh yeah, oh yeah, oh yeah ♪ ■
[1] Siempre quise escribir «epíteto».