La televisión es uno de esos inventos que llegaron como una explosión. Ha modificado desde su invención hábitos, modos de percepción, tanto de lo real como del arte y usos de la imagen, van aquí algunas pistas para tratar de comprender cómo se construye la relación televisión – espectador y un repaso del vínculo de este dispositivo con el arte. ¿Complejo? Sí. ¿Problemático? También ¿Imposible?… No. 

Primero lo primero, partamos del término en su estado “puro”, televisión: suma de la voz griega tele (distancia) y latina visio (visión). Ahora bien, podría suponerse que nos encontramos ante un medio destinado a “acortar distancias”, pero también es cierto puede alejarnos de la realidad. Por su carácter de imagen construida, aún con la más absoluta pretensión de fidelidad con lo mostrado y en tanto el espectador corre el riesgo de alienarse frente a la pantalla, perdiendo contacto con el “mundo real” en un doble sentido: encerrado solo frente a un dispositivo cuyo contenido en la mayoría de los casos no advierte que por la mediación de quien enuncia “cualquier semejanza con la realidad puede resultar pura coincidencia” sino por el contrario presenta la situación de tal modo que se piense que se está ante la realidad misma y que “cualquier intento de creación de sentido dirigida al televidente es pura coincidencia” .

Ya en 1938, el 30 de Octubre más precisamente, una prima cercana de la televisión, la radio, daba sobradas muestras para la posteridad del poder de los medios de comunicación. Se transmitía en esa ocasión, una adaptación de la obra literaria La Guerra de los Mundos de H. G. Welles, el guión narrado por Orson Welles fue precedido por la correspondiente aclaración de que se trataba de una dramatización para luego dar lugar al inicio de la emisión: “Señoras y señores, les presentamos el último boletín de Intercontinental Radio News. Desde Toronto, el profesor Morse de la Universidad de McGill informa que ha observado un total de tres explosiones del planeta Marte entre las 7:45P.M. y las 9:20P.M.”.

Inmediatamente pasaban a la banda de música supuestamente desde el Hotel Park Plaza, y periódicamente la interrumpían para informar de la ficticia invasión marciana. Una de las intervenciones del personaje Carl Philips desde Grovers Mill, Nueva Jersey, era:

“Señoras y señores, esto es lo más terrorífico que nunca he presenciado… ¡Espera un minuto! Alguien está avanzando desde el fondo del hoyo. Alguien… o algo. Puedo ver escudriñando desde ese hoyo negro dos discos luminosos… ¿Son ojos? Puede que sean una cara. Puede que sea…”

El pánico no tardó en cundir y la histeria frente al supuesto ataque marciano se generalizó en las ciudades de Nueva York y Nueva Jersey: para muestra sobra un botón, sólo basta trasladarlo al poder de la imagen. Habría que pensar en todo caso qué impacto generaría una ficción de este tipo hoy, en la era en la que los inicios de las guerras se televisan y que ya nos mostró en vivo la caída de las Torres Gemelas.

Lo que entra en juego en el vínculo imagen – espectador son dos fenómenos denominados Efecto de Realidad y Efecto de Real, que según explican Jacques Aumont y Michel Marie “se relacionan con la noción de representación: por una lado la analogía, y por el otro la creencia del espectador.

El efecto de realidad designa el efecto producido, en una imagen representativa (cuadro, fotografía, film), por el conjunto de indicios de analogía; estos indicios están históricamente determinados, y son entonces convencionales. El efecto de realidad será más o menos alcanzado según las convenciones que sean aceptadas.

El efecto de real designa, sobre la base de un efecto de realidad que se supone suficientemente fuerte, el hecho de que el espectador induzca un ‘juicio de existencia’ sobre las figuras de la representación, y le asigne un referente en lo real; dicho de otra manera, cree, no que lo que ve es lo real mismo (no es una teoría de la ilusión), sino que lo que ve existió en lo real.”[1]

Hasta aquí hemos prestado mayor atención a la relación televisión – realidad, echemos ahora a un vistazo al cruce TV – arte.

Desde sus orígenes, la televisión llegó para instalarse cada vez con más presencia en la vida cotidiana, desde sus comienzos se vio más implicada con lo social y lo político por sobre lo artístico. Vino también a sacudir el concepto de arte de forma similar a lo que sucedió con la llegada de la fotografía y del cine, dos artes a las que les ha costado no poco trabajo desligarse de lo referencial y ser nombradas, y consideradas definitivamente arte.

Es interesante al respecto visitar a José Jiménez, cuyo libro Teoría del Arte contiene no ingenuamente un capítulo llamado “Arte es todo lo que los hombres llaman arte”. Este libro resulta de gran utilidad para empezar a deconstruir el mítico concepto cerrado de arte ya puesto en jaque, como se mencionó por la fotografía y por el cine y entonces empezar a barajar que en la era de la imagen, el arte se ha transformado en un universo vastísimo plagado de senderos que se bifurcan y en que los modos de percepción acompañan los cambios paso a paso.

Tal vez por varias de las cuestiones antes expuestas, por la utilidad del dispositivo televisivo por ejemplo en la manipulación de la información, como un elemento de control sobre el ocio, sin olvidar la inmensa cantidad de tiempo y espacio que se le dedica a la publicidad, es decir como objeto de aislamiento, disuasión y persuasión; tal vez por todo ello y más, es que el arte no ha prendido con fuerza en la televisión. Más allá de las ficciones que de mejor o peor calidad, con mayor o menor compromiso, con grandes figuras de la escena o con figuritas recortadas del álbum de las “caras bonitas” vienen ganando terreno en la pantalla (abierta y en Argentina por lo menos), algún que otro espacio de cine interesante (en el mejor de los casos), Capusotto, como antes Tato y otros tantos buenos cómicos de los que bien puede vanagloriarse la historia de nuestra televisión porque demuestran cómo hacer del humor un hecho artístico y de calidad, las experiencias de cruce no han sido ni variadas ni numerosas.

Vale la pena recordar las experiencias del Instituto Torcuato Di Tella, convertido entre 1965 y 1969 en un estudio de televisión, transformando su sala de exposiciones en un centro de experimentación televisiva. Como se indicó en la muestra celebrada en la Fundación Telefónica en diciembre del recientemente retirado 2010, este acto de reconocimiento al lugar que la televisión había ganado en la cultura y en tensión con los modos tradicionales de hacer arte se llevó a cabo en la década en que Argentina era el país de todo Occidente con mayor cantidad de horas de transmisión televisiva. Así, los proyectos de artistas como Marta Minujín, David Lamelas, Roberto Jacoby, Eduardo Costa, Raúl Escari, Grupo Frontera, Luis Felipe Noé, Jorge de la Vega y el grupo pop resume un trabajo que se desarrolló de manera tal que “en ellos, la TV fue simultánea y sucesivamente un material un soporte, un problema sociológico, un medio para modificar, una inspiración, una novísima sensibilidad y la posibilidad de descubrir otras reglas del juego para el mundo del arte”[2]. Tan solo una expresión de deseo y de buenos augurios en esta época inaugural del año: ¡que se repita, que sepamos aprovechar las posibilidades del medio y conozcamos “los riesgos” de la exposición a sus imágenes y que sea para ustedes lectores, para la televisión y para la cultura argentina un gran año! Chin, chin■


[1] Jacques Aumont y Michel Marie, “Diccionario Teórico y Crítico del Cine”, Buenos Aires, Editorial La Marca, 2006

[2] Palabras de Rafael Cippolini e Inés Katzenstein respecto de la muestra.

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