Adentro o afuera, en el escenario o en la calle, de bar en bar, de charla eterna en charla eterna, nunca descansaremos los teatreros porque siempre existen temas para sentarse a debatir proyectos exitosos, y no tanto. Pero en la superficie del mar de ilusiones de la gran banda de gente apasionada por el teatro flota y flotará por siempre el deseo y la fuerza por concretar el sueño del estreno. Y eso es militar por algo en común.
La militancia, digo -y el que crea lo contrario que arroje la primera piedra-, siempre nos conecta con la política, con el hacer y activar por medio de una idea, de un ideal mejor dicho, el hecho de pertenecer y por ende ser político. Pero también creo que gracias a ese ímpetu del militante el término fue convirtiéndose en una suerte de concepto; por lo tanto, sostengo que cualquier persona o grupo de personas que lleva adelante toda una maquinaria sistematizada y bien pensada y unificada en un pensamiento o ideal es militante, se trate del tema del que se trate, canten la marcha que canten. Si doña Rosa sostiene que en los pequeños gastos bien hechos está la economía de su familia, la considero una militante social y anónima. Si una mujer que está amamantando sostiene que la rutina y el ser madre nutricia a libre demanda de su bebe es lo mejor que puede hacer y lo hace contra viento y marea, es una militante espectacular, y así cuántos casos se nos pueden aparecer ¿verdad?
En estas afirmaciones el teatro no queda afuera ni por las moscas. Ya en el número 59 de Andén, Gobiernos Dictatoriales, hice un raconto de lo que fue el teatro y su desarrollo, como se podía, en el repudiable contexto del proceso militar. En ese artículo no dedique mi atención precisamente a la militancia en el arte pero creo importante aclarar que sin duda en ese momento el militante surgiría como necesidad y compromiso con la sociedad.
Es interesante destacar que en esos años, tal vez un tanto más atrás a principios de los 70´s, aquí y en el resto de Latinoamérica existieron todo tipo de grupos teatrales movidos por los mismos motores, algunos más revolucionarios que otros, insertos en partidos políticos de trabajadores como fue el caso acá en Argentina del grupo Libre teatro Libre que pertenecía al P.R.T. (partido revolucionario de trabajadores), y otros como Octubre y Once al sur que si bien no todos coincidían en los mismos estilos y mensajes a la larga o a la corta el teatro era la herramienta fundamental para desarrollar las prácticas políticas y revolucionarias en ambos sentidos, estético y político obviamente. Y en este marco se empezaron a organizar los Festivales teatrales aquí y en el resto de la gran región con el exquisito objetivo de debatir, cuestionar políticas teatrales implementadas por diferentes grupos y luego cada parte del gran conjunto retornaba a su país para trasmitir la experiencia. ¡Qué genial!
Hoy, el militante teatral creería que pertenece más al grupo que antes catalogué atrevidamente de conceptual, pero sin restar ni subestimar y que esto quede claro, hoy esa militancia teatral y política no es tan protagonista porque está a la vista de todos y por suerte las cosas y el momento actual políticamente hablando son diferentes. La participación es casi y puramente estética e intelectual, y súper rica en lo dramatúrgico, y súper rica en el intercambio gracias a los diferentes festivales a los que podemos acceder. Entonces, me enorgullece poder agregar a todo lo dicho que gracias a la historia que fueron construyendo los de antes y los del medio y los del presente, hoy a los teatreros militantes solo nos queda ser responsables de cautivar al espectador con nuestras entrañables creaciones, direcciones y piezas teatrales sin estar pendientes de decir o dar a entender algo que antes podía costarnos la vida, en donde el compromiso no cambia, el mensaje se entrega y el público se abre■